MADRID/ Unos tonos humanos de gran altura con el Collegium Musicum Madrid
Madrid. Centro Fernán Gómez. 06-VI-2023. Música Antigua Madrid 2023. María Espada, Soprano. Collegium Musicum Madrid. Daniel Garay, percusión. Guillermo Turina, violonchelo. Manuel Minguillón, guitarra barroca y dirección. Dicen que hay amor: tonos humanos del Cancionero Poético-Musical de Mallorca.
El Collegium Musicum Madrid, dirigido por Manuel Minguillón, y la soprano María Espada interpretaron brillantemente tonos humanos del Cancionero Poético-Musical de Mallorca, muchos de ellos inéditos, junto a algunas piezas instrumentales, con un programa que además acaban de grabar prácticamente igual en el primer disco monográfico sobre este cancionero, Dicen que hay amor, en el sello Ibs Classical.
Los tonos humanos a lo profano se usaron con profusión durante el barroco español del XVII en diversos ámbitos, desde las representaciones teatrales a las fiestas cortesanas. Precisamente fue en la escena teatral donde los tonos tuvieron una mayor presencia, para crear así una idea de espectáculo total que concentraba distintos campos del arte, teatro y música en particular, y forjar una expresión muy representativa del teatro barroco español, lleno de variedad y sorpresas, del que Calderón de la Barca fue uno de sus mayores impulsores al incorporar música con profusión a sus dramas teatrales, y crear escuela. Pero también se utilizaron en las comedias nuevas, en representaciones cortesanas, mascaradas, en las populares corralas y, por supuesto, en la zarzuela o en la ópera, entonces de menor arraigo en España.
Dentro de la obra teatral, la música de los tonos humanos desempeñaba la función de acompañar a los desarrollos escénicos, para dar una cualidad afectiva a la trama que promoviese los afectos, y dar énfasis o predisponer al público hacia ciertos elementos de la trama teatral a través del poder de la música y el texto, de hacer guiños a través de melodías conocidas o de fuerte raigambre popular, e incluso para ocultar ruidos en los cambios de la maquinaria escénica. Eran entonados por las propios actores cantantes, no por profesionales en su parte vocal, aunque sí en la instrumental. Muchos de los textos de estos tonos tienen una poesía de gran calidad, con raíces profundas en la tradición castellana, poesía culta o romances y, como no podía ser de otra manera, abundaba la temática amorosa, como sucedía en otros lugares de Europa, y, a veces, con ciertos elementos atrevidos en su letras, así abarcaba un abanico de formas: canciones estróficas con estribillos de varias coplas, romances, endechas y otras.
El concierto que nos ofreció el Collegium Musicum Madrid se enfocó en el denominado Cancionero Poético- Musical de Mallorca (CPMM), una fuente musical de gran calidad conservada en la Biblioteca de Catalunya, adquirida de una colección privada de la isla, y que consta de hasta 43 composiciones que van desde la segunda mitad del siglo XVII hasta principios del XVIII y que, por lo que los investigadores han podido averiguar, al menos una serie de ellos tienen una correspondencia con obras teatrales de autores conocidos, mientras que en otros se desconoce pues no siempre se consignaban. Como nos explicó amablemente Manuel Minguillón al comienzo del concierto, y en la interesantísima conferencia previa, aunque no figuran datos de autoría en el Cancionero, se han identificado algunos de esos tonos en piezas teatrales de autores como Antonio de Zamora o Luis Vélez de Guevara, con compositores como Sebastián Durón, Juan de Zelis o Juan Hidalgo, aunque la mayor parte permanece en el anonimato. La mayoría de estos tonos estaban compuestos para cantante solista con acompañamiento de bajo —que en la época asumían violonchelo (violón), guitarra o arpa—, y muchos con una voz adicional para cifra de guitarra, a lo que por tradición se añadía percusión.
El programa se centró en una selección de trece de los tonos del cancionero, mallorquín, que Minguillón organizó con bloques a la manera de las jornadas de las fiestas teatrales y, a modo de interludios —como si de loas, entremeses, jácaras o mojigangas se tratasen—, una serie de piezas instrumentales con dos bloques con dos excelentes sinfonías para violonchelo de Giacomo Facco, y otro con una suite construida con piezas para guitarra de Gaspar Sanz, ambos relacionados en cierta manera con dominios del antiguo Reino de Aragón. El conjunto interpretó con gran brillantez y riqueza los característicos ritmos de los compases ternarios hispánicos de estos tonos, tan variados y llenos de cambios e inflexiones expresivas, con sus ritmos sincopados que tanta maestría y conocimiento demandan para sacar todo el brillo y la riqueza métrica y rítmica que encierran, junto a unos textos de excelente factura y a fe que lo consiguieron con sobresaliente, correspondiendo con esplendor a esta música tan poco frecuentada.
María Espada se encontraba sin duda en su mejor terreno, con una cuidada dicción, tan relevante en este repertorio español que tan bien domina, donde nos mostró la riqueza de las inflexiones de su voz, su amplio registro y su especial facilidad para cambiar del énfasis de lo poético y sutil de estas letras, llenas de ironía o de belleza, a lo agitado y trepidante de esta música, como podemos ejemplarizar en el hermoso anónimo Duerme descansa sosiega, donde pasa de la delicada entonación inicial al endiablado y alegre ritmo sincopado, o como en el rítmico tono Seguid perdidos jóvenes, en el expresivo En pira de incendios vives, que puso a prueba sus agudos y su gran potencia sonora; o en el bellísimo En quien ve para cegar, de hermosa melodiosidad y espectacular poesía, con una fuerza arrebatadora, que comienza delicadamente con un espléndido Minguillón en la guitarra y el bajo siempre excelente del mágico violonchelo de Turina, como en todas las piezas, pues la parte instrumental fue siempre brillante, con el también magnífico Daniel Garay en la percusión, quien domina plenamente todos los registros. Otro tono precioso fue, por ejemplo, el anónimo ¡Ay qué cansera!¡Déjeme usted!, con la excelente entrada paulatina de percusión e instrumentos, o los graciosos Pescadorcillo tiende las redes o La borrachita de amor de Sebastián Durón y el vertiginoso Ay Aire se entrege de Juan Hidalgo. Espada tiene sin duda un sonido muy cuidado, con un timbre bello y de gran expresividad, si bien en ocasiones algo de su pureza de antaño parece haberse desvanecido, y alterna momentos de gran sensibilidad con otros de cierta brusquedad en los golpes de sus agudos, lo que afecta a la limpieza de la línea de canto.
Uno de los momentos estelares del concierto llegó con la interpretación de las dos sinfonías para violonchelo solo y bajo continuo de Giacomo Facco, en Mi menor y en Re menor. Esas sinfonías forman parte del corpus musical que se localiza en un extenso manuscrito de la Biblioteca Nazionale Marciana de Venecia, y todo parece indicar que fueron escritas durante su periodo madrileño. La indicación de esas sinfonías, para dos violonchelos o para violonchelo solo y continuo, es algo indiferente, por ejemplo, la sinfonia en Mi menor viene designada como A due violoncelli, pero es en realidad una composición para violonchelo y bajo cifrado. Facco fue un músico realmente excepcional cuya calidad no ha sido siempre debidamente valorada, y gran protagonista de la penetración directa de los compositores italianos en España durante el primer tercio del siglo XVIII. Llegó a Madrid en 1720, desde el entonces recién terminado virreinato español de Sicilia donde había vivido unos años, para trabajar en la corte de Felipe V, y era además un excelente violinista y violonchelista, instrumento del que fue pionero en su carácter ya solista en la corte española. Su suerte empezó a cambiar a partir de 1731, con la hegemonía de otros músicos que le fueron arrinconando paulatinamente de casi todas sus funciones, hasta su muerte en Madrid en 1753
Estas dos sinfonías para violonchelo solo y bajo continuo de Facco refulgieron en el concierto por la calidad excepcional de su factura, que en la interpretación de Guillermo Turina resultaron aún más deslumbrantes. Se trata de una música de gran belleza, tanto en sus movimientos rápidos como en los lentos, con algunos fragmentos de indudable fragancia napolitana, y que redondeó Guillermo Turina con una excelsa improvisación sobre la base de lo escrito por Facco en los movimientos lentos. Es formidable el equilibrio entre delicadeza, destreza y fuerza arrebatadora que tiene Turina, uno de los mejores y más expresivos violonchelistas barrocos de la actualidad, con un acompañamiento excelente del bajo cifrado de la guitarra de Minguillón.
Manuel Minguillón también deslumbró con la guitarra barroca y nos deleitó con una suite de piezas formada por una variada y colorida selección de obras de Gaspar Sanz —sucesivamente: La Caballería de Nápoles, Canciones, La coquina francesa, La Esfachata de Nápoles, La Miñona de Cataluña, La minina de Portugal y Lantururu— donde su guitarra transmitió sensibilidad en las partes más delicadas, con una elegante articulación en su tañer, junto a una excelente expresividad y destreza en aquellas de ritmo más frenético y alegre carácter popular, acompañado en ocasiones por la adecuada percusión de Dani Garay y el bajo del violonchelo de Turina, que fue cambiando el protagonismo solista en ocasiones.
En suma, un concierto de gran altura, brillantemente interpretado y con una valiosa y ejemplar recuperación musical de nuestro patrimonio.
Manuel de Lara
(foto: José Antonio Escudero)