MADRID / Unas excepcionales ‘Estaciones’ de Haydn en manos de Jan Willem de Vriend
Madrid. Teatro Monumental. 25-XI-2022. Haydn: Las estaciones. Mari Eriksmoen, soprano. David Fischer, tenor; Hanno Müller-Brachmann, barítono. Silvia Márquez Chulilla, fortepiano. Orquesta Sinfónica y Coro RTVE. Director: Jan Willem de Vriend.
Lo de anoche en la séptima semana de la Temporada Raíces en el Teatro Monumental fue, sencillamente, excepcional. La Orquesta Sinfónica y Coro RTVE (ORCTVE) sonó esplendorosamente ‘clásica’, los solistas cantaron maravillosamente, Silvia Márquez Chulilla hizo un estupendo acompañamiento al fortepiano en los recitativos y la dirección de Jan Willem de Vriend fue enérgica y magistral. No, no es una exageración. Quienes no lo crean aún tienen una segunda oportunidad de comprobarlo hoy viernes, en el segundo concierto de la semana o viendo la retransmisión por La2 —aunque no hay punto de comparación entre escucharlo en directo y verlo por el televisor sentado en el sofá—.
La soprano noruega Mari Eriksmoen tiene una voz con un timbre muy bello, acaramelado, muy bien proyectada y con unos agudos tan portentosos como delicados; el tenor alemán David Fischer —quien sustituía al británico Joel William— fue la gran sorpresa de la noche: tiene una voz asombrosa, muy potente, muy bien articulada y proyectada, con buen fiato y con un timbre bellísimo que a uno le recordó por momentos al del gran tenor Fritz Wunderlich; el barítono alemán Hanno Müller-Brachmann cantó articuladamente, con potencia, profundidad y sentimiento. Es la primera vez en mucho tiempo que uno puede decir que a los cantantes se les oyó claramente en todos los pasajes —con unos textos muy bien pronunciados, pero excepcionalmente bien articulados en la extraordinaria voz de David Fischer: ¡ojito con este tenor!—, sus voces corrieron libres por toda la sala. Obviamente, a ello contribuyó la dirección de Jan Willem de Vriend, quien hizo sonar a la orquesta al estilo clásico, con unos ataques de arco en las cuerdas muy particulares y un sonido muy limpio y preciso en general. Cabe señalar el empleo de unos timbales barrocos cuya sonoridad reforzó ese carácter de finales del siglo XVIII.
Vayamos a la obra de Franz Joseph Haydn (1732-1809) que se interpretó anoche. A veces poner las obras en un contexto —que casi nunca es el de su época, pues sólo quienes verdaderamente la vivieron tendrían un mínimo conocimiento de causa para contextualizarlas (y los de la época que nos ocupa llevan más de 200 años muertos)— hace que se entiendan de otra manera. Así que permítanle a uno contextualizarla de un modo tan contemporáneo como pedestre y agreste. Haydn terminó de componer Die Jahreszeiten (Las estaciones) a los 69 años, en 1801. Por esas fechas Franz Schubert (1797-1928) apenas tenía cuatro años y Ludwig van Beethoven (1770-1827) publicaba a los 31 años el Cuarteto para cuerdas nº 6 y terminaba de componer sus conocidas sonatas para piano: la nº 12 (Waldstein) y las nº 13 y 14 (Claro de luna). Para el joven Beethoven, Haydn era un rival del que todo el mundo hablaba y eso le ensombrecía: ¿¡Pero por qué todo el mundo adora a este viejales!? Quizás por celos profesionales, en su fervorosa juventud, Beethoven le hizo bastantes desprecios a Haydn, aunque todo cambió radicalmente con la muerte de ‘Papa Haydn’ en 1809: desde entonces fue abiertamente defensor de la música de Haydn y se cuenta también —así lo escribió el musicólogo Maynard Solomon—que, en sus últimos años de vida, Beethoven reverenciaba a Haydn, considerándolo a la par que Bach y Mozart. ¡Guau! ¡No está nada mal! Si uno relata esto, no es porque sí, por capricho.
Prosigamos con la contextualización. La mayoría de la gente no ha oído hablar de Las estaciones de Haydn y menos aún las han escuchado alguna vez —¿lo habrán hecho los lectores de SCHERZO? ¡Por dios! La duda ofende, ¿no?—, pero casi todo el mundo ha oído hablar alguna vez de la Novena de Beethoven, aunque no la hayan escuchado —y miren ustedes que es difícil no haberlo hecho con la infinidad de versiones que de ella existen—. Pues bien, Beethoven terminó de componer el famosísimo último movimiento de su Novena en 1824, es decir, más de 20 años después de que Haydn terminara sus Estaciones. Quien las escuche se dará cuenta de que es imposible que Beethoven no se inspirase en esta obra de Haydn para componer el archiconocido último movimiento de la Novena. Quiere uno pensar que, si Las estaciones de Haydn no se conocen más, acaso sea porque duran casi el doble que la sinfonía de Beethoven. En cualquier caso, el carácter que anoche imprimió Jan Willem de Vriend a este ‘oratorio profano’ le hizo sospechar a uno que Beethoven tuvo muy presente a Haydn mientras componía. Igualmente, esta obra seguro que influyó posteriormente al Schubert que en 1801 tan sólo tenía cuatro años.
Va terminando la contextualización. El aristócrata austriaco-holandés Gottfried van Swieten (1733-1803) le encargó a Haydn este oratorio proponiéndole como texto The Seasons (Las estaciones) del poeta escocés James Thompson (1700-1748). The Seasons se tradujo al alemán y fue precisamente una versión publicada en Hamburgo la que Van Swieten empleó para elaborar el libreto alemán. Al principio, a Haydn no le agradaba la idea de tener que componer un oratorio que no fuera religioso. Tampoco el proceso de composición —dos años en total— estuvo exento de dificultades. Haydn sufría ya los achaques de la edad y el libreto de Van Swieten le resultaba extenuante, con muchas descripciones (cantos de ranas, aves, animales…) que debía trasladar a música. La obra se estrenó privadamente en Viena, el 24 de abril de 1801, en el palacio del príncipe Carlos Felipe de Schwarzenberg (1771-1820), y el estreno público fue un mes más tarde, el 29 de mayo, en el Burgtheater de Viena.
Bien, esta fue la obra que anoche pudimos escuchar interpretada —ya lo dijimos al principio— excepcionalmente por la OCRTVE y solistas dirigidos por De Vriend. En la primera parte pudimos escuchar La primavera y El verano; en la segunda, El otoño y El invierno. Comenzó el concierto con esa introducción que representa la mutación del invierno en primavera. De Vriend es un director muy gestual. Dirigió sin batuta y sus movimientos están llenos de energía y pueden resultar muy teatrales (dicho esto como halago). Al terminar la introducción comenzó el recitativo Seht, wie der strenge Winter flieht (Mirad cómo huye el crudo invierno) del barítono Hanno Müller-Brachmann, en el papel de Simón. Muy buena proyección de voz. Quien no escuchara aquí la similitud de este comienzo con el del canto del barítono en el último movimiento de Novena de Beethoven es que no tiene oídos.
Prosiguió el tenor David Fischer con Seht, wie vom schroffen Fels (Mirad cómo las escarpadas piedras) en el papel de Lucas. Fischer demostró una potencia vocal asombrosa y un timbre de voz precioso. Luego, en el papel de Ana, entró la soprano Mari Eriksmoen con Seht, wie von Süden her (Mirad cómo desde el sur) quien alcanzó un bellísimo y acaramelado agudo cuando pronunció la palabra primavera. A continuación, entró el coro, que estuvo impecable durante toda la obra. La conversación musical que se estableció entre orquesta, coro y solistas fue maravillosa. Solos, dúos, tríos, ¡da igual! El nivel de excelencia interpretativa fue abrumador. La Canción de la alegría rebosó alegría. El verano comienza con una introducción orquesta que representa el alba. Una vez más, la interpretación de la orquesta fue sobresaliente. La trompa sonó estupenda cuando Simón narró que el alegre pastor reunía el rebaño. La orquesta imitó la corriente de agua clara en el arroyo… Muy destacable fue el fiato sottovoce de David Fischer en la Cavatina. Disculpen que uno insista: la voz de Fischer es asombrosa. Hubo reminiscencias de las melodías de Papageno (La flauta mágica, de Mozart) en el terceto con coro que comienza con el canto de Lucas Die düst’rem Wolken trenen sich (Las oscuras nubes se disipan). El sonido de las campanas imitado por las trompas y metales junto con el coro fue un perfecto final.
El otoño llegó tras el descanso. Esta estación es la de la abundancia de la cosecha, una abundancia que emociona al agricultor. El coro cantó magníficamente la fuga en O Fleiss (Oh, esfuerzo). David Fischer volvió a hacer de las suyas: con esto quiere uno decir que, francamente, bordó cada nota que salió de su boca (lo cual no significa que la soprano y el barítono no lo hicieran bien, al contrario, cantaron muy bien). El barítono se lució en el aria Seht auf die breiten Wiesen hin (Mirad la gran pradera) con un canto al estilo barroco. La llamada a la caza de las trompas en pie con el coro fue apoteósica y emocionante. Después llegó El invierno en el que una vez más se lucieron tanto la orquesta como los solistas y el coro. La obra culminó con ese coro final dirigido de modo excepcional por De Vriend.
Una vez más el coro que dirige Marco Antonio García de Paz demostró que está en clarísimo ascenso. Una mención especial merece el oboe solista, no por ser la última menos importante. Uno confiesa su incapacidad para expresar con palabras la calidad de la interpretación que escuchó anoche. Los últimos años de Haydn, esos que se dicen de madurez, fueron los del reconocimiento a toda una carrera dedicada a la música, en la que abordó todos los géneros. La interpretación de la OCRTVE dirigida por Jan Willem de Vriend fue de primerísima y excepcional calidad y, aún más importante, entre todos los músicos lograron expresar el espíritu de un anciano Haydn que compuso esta obra para que sonase con toda plenitud, belleza y hondura.
Michael Thallium