MADRID / Una voz de este tiempo

Uno de los ciclos musicales de mayor interés de los que tienen lugar en Madrid lleva por título Disidencias. Las voces de la voz, que, de la mano del siempre imaginativo y culto compositor, organizador y pensador Jorge Fernández Guerra, se viene desarrollando en el CentroCentro del ayuntamiento de la capital. La propuesta es ambiciosa y trata de preguntarse y de contestar si es posible acerca del papel de la voz como expresión viva del lenguaje, hurgar en las relaciones entre una y otro, buscar el significado metafórico de las nuevas formas. La voz, después de todo, es mecanismo de comunicación, transmisor del ideas, de emociones y de vivencias.
El concierto que queremos comentar, aplazado hasta ayer por mor de la pandemia, entra de lleno en esas cuestiones, no por poco planteadas o sugeridas, menos importantes y necesitadas de concreción y de respuesta. Adoptaba el formato de una especie de reflexión a partir de un recorrido por los distintos estados emocionales y situaciones que los últimos meses nos están obligando a vivir: incertidumbre, muerte, soledad, tedio, anhelo, resiliencia, esperanza…
Sugerente planteamiento que en este caso adoptó una estructura diríamos que tripartita desde la cual hacerse preguntas sobre la base de la evocación de hechos y actitudes respecto a la pandemia, trasladada, como fenómeno sanitario y social, mediante el canto y el servicio a una música determinada –dentro del epígrafe Agonía de la voz– al mundo de las ideas, de las metáforas, de los porqués en un discurso que no acabó de quedar claro y que sirvió en todo caso para seguir una serie de interesantes disquisiciones planteadas por Fernández Guerra desde su mesa de trabajo. Como una especie de prolongación hacia otras esferas de los comentarios más a ras de tierra, de signo si se quiere costumbrista y conectados con la pandemia expuestos desde su mesa por la cantante. La amplificación no era buena y el tono de los ponentes muy quedo, por lo que no llegamos a enterarnos del todo del argumentarlo de cada uno.
La parte diríamos que puramente musical venía dada por un nutrido grupo de canciones del siglo XX de muy variado signo, con predominio del elemento popular y en ocasiones con una clara dimensión emocional y con preguntas acerca de la condición humana. Estuvo servida brillantemente por la soprano Laia Falcón, que cantó en varios idiomas con perfecta dicción y pronunciación. La voz, muy clara y aérea, no específicamente bella, sigue teniendo timbre de lírico-ligera, pero muestra ahora una gran seguridad de emisión en base a un apoyo magnífico desde el cual edifica una bien dominada columna de aire gracias a la cual experimenta una estupenda proyección a los resonadores superiores.
Muy firme siempre, matizó lo indecible, del piano o pianísimo al forte o fortissimo, con unos reguladores magistrales y un fiato largo gracias a lo que pudo obtener frases de notable expresividad, hábilmente repujadas. El centro ha ensanchado y adquirido notable volumen, que es controlado con sapiencia y empleado sin problemas para formular muy interesantes messe di voce y construir arcos dinámicos enriquecedores. Ya en Nacht de Alban Berg, cantada con espléndidos claroscuros, se pudo advertir buena parte de lo que había de venir. Liebst du um Shönheit de Mahler fue dicha con expresión muy concentrada, aunque el timbre del instrumento, demasiado blanco, no fuera el más adecuado. Algo que se pudo consignar también en la Nana de Falla, dicha quizá en exceso alambicadamente, lejos de la dimensión más fresca y popular de la pieza.
Admirable sin embargo la exposición melismática y ondulante de Kaddish de Ravel. Graciosa, con un buen portugués Ai, que linda moça de Ernesto Halffer y muy refrescantes las dos canciones de Sondheim, en las que Falcón se soltó la melena del musical, mostrando unas bien pautadas facultades como actriz, visibles asimismo los dos Weill: Youkali fue particularmente ejemplar: vibración, ensimismamiento y emoción a partes iguales. Las canciones de Bolcom y Bernstein completaron el programa y dotaron de especial interés a la curiosa y algo difusa reunión, en la que participó magníficamente desde el piano, siempre preciso, con el swing requerido, respirando con la voz el firme y musical Alberto Rosado. Un fallo que la cantante no se dirigiera a él de modo particular el término de una velada muy aplaudida por los 130 espectadores que debían de ocupar los asientos asignados.