MADRID / Una prodigiosa Eva Zaïcik pone a sus pies al Auditorio Nacional
Madrid. Auditorio Nacional de Música. Sala de cámara. 30-V-2023. Universo Barroco. Eva Zaïcik, mezzosoprano. Le Consort. Obras de Haendel, Ariosti, Bononcini y Vivaldi
Muchos de los que asistimos anoche a la sala de cámara del Auditorio Nacional de Música lo hicimos, de forma primordial, para poder escuchar al fabuloso ensemble francés Le Consort, al que habíamos escuchado repetidas veces en disco, pero no en concierto; esta, de hecho, era su primera visita a Madrid. De paso, naturalmente, se escucharía a Eva Zaïcik, cuya calidad también conocíamos a través de ediciones discográficas, pero no era el principal reclamo. Es verdad que ambos habían hecho una parte de este programa en el espléndido disco titulado Royal Handel (Alpha, 2021), pero, insisto, la gran expectativa era comprobar si en concierto (sin trampa ni cartón) se aseveraba la excelencia de los instrumentistas. Y hete aquí que la mezzo eclipsó de tal manera al conjunto que este, a pesar de todos los parabienes posibles, quedó casi en la irrelevancia, tal fue la inmensidad de la actuación de la cantante.
Eva Zaïcik (quédense bien con su nombre), a pesar de su juventud, no es ninguna promesa, es ya una rutilante estrella de las que hay muy pocas y, no cabe dudarlo, le espera un futuro tan brillante como su espléndida voz. Está dotada de un instrumento de gran belleza tímbrica, muy firme, clara, pero con su carnosidad, de amplísima tesitura, con vibrato pequeño y controladísimo (fila los sonidos cuando quiere), perfecta proyección y magnífico volumen. Y, en relación con esto último, no vale decir que se trata la sala de cámara, pues, al margen de que el volumen se puede percibir en cualquier espacio, se han podido escuchar las limitaciones en este aspecto de cantantes con mucho, muchísimo nombre en esta misma sala.
Empezó muy bien su intervención con el aria Sagri numi, rescatada por los intérpretes del Caio Marzio Coroliano de Attilio Ariosti. Ahí ya se percibían sus virtudes: además de lo dicho, hizo gala de una expresividad maravillosa, basada en uno de los fraseos más elegantes y refinados que haya escuchado. El registro patético fue, probablemente, el mejor servido, ahí es donde la cantante alcanza niveles estratosféricos, como pudo comprobarse en un Lascia ch’io pianga para enmarcar. ¡Y mira que uno ha escuchado todas las lecturas imaginables de esta celebérrima composición! En Stille amare (Tolomeo) dio una lección dinámica, con unos pianísimos extraordinarios. En Ah! Tu non sai (Ottone) se pudo apreciar su calidad en toda la tesitura, con unos graves sobresalientes y muy naturales, con una gran pureza en la emisión.
El lado más animado comenzó con dos arias de Sesto (Giulio Cesare): Svegliatevi nel core y L’aura che spira. Y ahí la transformación fue total: donde antes se imponía el dolor o la ternura más intensa, aquí nos encontramos con un furor desatado, gracias a un temperamento musical fabuloso. Siguió nada menos que con Crude furie degl’orridi abissi (Serse) una prueba de fuego para cualquier cantante debido a su complejísima coloratura, que Zaïcik resolvió con una perfección y una facilidad alucinantes, al igual que con Strazio, scempio, furia e morte del Crispo de Bononcini, algo espectacular. Como otra muestra de calidad, las ornamentaciones de los da capo fueron magníficas. Imaginativas, destacables, pero siempre pertinentes y presididas por el buen gusto.
Hasta ese momento el recital se había situado en lo excelente. Lo que quedaba, sin embargo, nos llevó a lo sublime, lo excepcional, lo que uno solo tiene la posibilidad de escuchar cada muchos años. Empezó con la escena de la locura del Hercules haendeliano (Whrere shall I fly?), donde Dejanira pierde la cabeza tras haber matado –sin intención– al héroe y marido a causa de los celos. Es una de las mejores composiciones dramáticas de Haendel, una obra maestra que va más allá de lo hasta entonces compuesto para el teatro musical (incluida la escena hermana de Orlando). Y, para para sacarle todo su jugo, se precisa una cantante extraordinaria, que no solo reúna una técnica excepcional, sino una musicalidad perfecta que le permita responder a las innumerables inflexiones de un número que oscila continuamente entre el recitativo, el aria y el arioso. Pues bien, jamás, jamás, jamás he escuchado a nadie hacer esta música tan maravillosamente bien; y no estoy seguro de que escuche a nadie hacerlo mejor. Y, por si fuera poco, con una facilidad, una compostura, una ausencia de forzamiento, una exhibición de calidad actoral que es muy difícil presenciar.
Los bises, en esta ocasión, no fueron anecdóticos. El primero un Ombra mai fù literalmente para llorar de emoción: ¡qué maravilla!, ¡qué fraseo tan divino! ¡qué inicio filado en pianísimo para ir aumentando el volumen y terminar con una leve vibración! Y, el segundo, nada menos que el Lamento de Dido del Dido & Aeneas purcelliano. Sin palabras. La forma en que transmitió la desolación de la pobre reina moribunda no puede explicarse. De otro mundo.
Después de lo dicho, ¿qué se puede comentar de Le Consort? Que acompañó muy bien, que los aficionados lamentamos la ausencia de su concertino Théotime Langlois de Swarte (había también mucho interés en apreciar su excelso arte en vivo) y que lo mínimo de sus efectivos (solo cuerda en formación de un instrumento por parte) se notó menos de lo previsible –en Hercules, por ejemplo–, gracias a su gran implicación y a que la presencia de Eva Zaïcik compensaba cualquier déficit externo.
Un concierto inolvidable que nos descubre a una artista descomunal.
Javier Sarría Pueyo
(fotos: Elvira Megías)