MADRID / Una ‘Carmen’ muy disfrutable a cargo de la ORTVE

Madrid. Teatro Monumental. 20-V-2022. Bizet, Carmen. Ketevan Kemoklidze, Dmytro Popov, María José Moreno, Kyle Ketelsen, Inés Moraleda, Sofía Esparza, César San Martín, Isaac Galán, Vicente Martínez, Néstor Galván. Orquesta y Coro de RTVE. Coro Sinan Kay. Director musical: Pablo González. Director del coro: Marco Antonio García de Paz. Directora del coro Sinal Kay: Lara Diloy. Director de escena: Ángel Ojea.
“¡Carmen! ¡La Carmen de Mérimée! Y además ¿no es esa a la que mata su amante? ¡En ese ambiente de ladrones, gitanas y cigarreras! ¡En la Opéra-Comique! ¡El teatro de las familias! ¡El teatro donde se arreglan tantos matrimonios! ¡El público va a huir! Por favor, intente que no muera. ¡La muerte en la Opéra-Comique! ¡Lo nunca visto!”… Poco más o menos esto es lo que Leuven, uno de los dos directores del Teatro de la Ópera Cómica de París, dijo a Ludovic Halévy cuando este fue a contarle cuál había sido el tema elegido para la nueva ópera de Bizet que allí debía estrenarse y de la que él escribiría el libreto junto a su habitual colaborador, Henri Meilhac.
Perdonen que comience mi reseña con este ataque de erudición de rata de biblioteca, pero quizá encuentren la justificación un poco más abajo. En este caso no me refiero al fracaso del estreno, que ensombreció el progresivo y auténtico éxito de público a partir de la segunda representación, y digo bien ‘de público’, porque la propia Opéra-Comique no fue tan receptiva a los ecos del respetable hasta comprobar el triunfo internacional. Pero de lo que aquí queremos hablar es de interpretación y a eso vamos.
Lo digo directamente y sin ambages: la versión concierto y semi-representada de Carmen que tuvimos la ocasión de escuchar el viernes 20 de mayo en el teatro Monumental de mano de la Orquesta y Coro de RTVE, bajo la batuta de Pablo González, hubiera sido realmente estupenda y redonda si no llega a ser porque la mezzosoprano que encarnaba el papel principal, Ketevan Kemoklidze, dibujó un personaje notablemente zafio y trasnochado en lo musical que, a decir verdad, mejoró desde una horrible Habanera hasta una bastante buena escena final, una vez que nos acostumbramos a algunas de sus dudosas maneras en lo canoro. Y dicho lo más incómodo, vayamos por partes.
Quiero comenzar por el trabajo realizado por los citados Coro y Orquesta de RTVE. Durante mucho tiempo hemos oído repetidamente aquello de que en fin, ya se sabe, el nivel no es muy allá, etc. Llevo siguiendo un tiempo a ambas agrupaciones y, sin querer desmerecer la labor de anteriores directores, creo que tanto Marco Antonio García de Paz en el coro, como Pablo González en la orquesta, están desempeñando unos papeles magníficos y diría que determinantes para el avance de ambas agrupaciones, y la prueba fue precisamente esta Carmen.
Pablo González condujo a su agrupación con un pulso y una energía dramáticas mantenidas desde principio a fin, consiguiendo matices bellísimos, destacando planos sonoros que no todos los directores resaltan como se debería, dejando cantar a sus solistas instrumentales y acompañando siempre en su justa medida a sus solistas cantantes. Se mantuvo siempre en estilo, con gracia y brío pero sin estridencias. Por destacar algunos momentos, citaremos el accelerando que hizo de forma tan natural en la Canción bohemia del segundo acto, los magníficos acompañamientos de las arias de Don José y Micaëla o los deliciosos entreactos. Francamente, resulta del todo incomprensible que no se vaya a renovar el contrato de González, viendo los resultados obtenidos a lo largo del periodo que lleva al frente de la orquesta. Incomprensible, injustificable e injusto.
Fantástico el coro también, con mención especial a la cuerda de tenores, que fue realmente de lujo. Se puede afirmar que se hizo gala de una pulcritud en la dicción del francés absolutamente infrecuente y que se emplearon a fondo tanto en la interpretación musical como en el estrecho margen escénico que tuvieron. Decir también que, en ocasiones, se agradecen las versiones más estáticas, porque se gana mucho en exactitud musical, sobre todo cuando hay momentos endiablados, como es el caso en la pelea de las cigarreras, por ejemplo. Como curiosidad, hay que señalar que fue con Carmen cuando los coros comenzaron a actuar y a moverse en escena. Y se quejaron. Y no sin razón, hemos de decir.
Uno de los momentos más esperados y aplaudidos es el famosísimo coro de niños del primer acto, y hemos de decir que el coro Sinan Kay estuvo realmente magnífico. Un gran bravo también a su directora, Lara Diloy, que consiguió un empaste perfecto, una dicción clara y mucha gracia en esa intervención tan especial.
Y vamos con los solistas. Voy a retomar con Kemoklidze, porque no quisiera dejar de resaltar sus virtudes, que las tiene. Pero no en Carmen, por mucho que se diga que es una de las intérpretes más aclamadas para el papel actualmente. Comienzo por lo más superficial: sin duda tiene un físico impresionante que facilita la proyección del aspecto sensual y seductor del personaje. A esto se añade que es buena actriz y, curiosamente y en contraste con el aspecto vocal, en lo escénico no exagera el histrionismo. Y además, su instrumento es bueno también. Vamos, que lo tiene todo para que funcione, pero su visión del papel musical está completamente errada.
Su entrada en la Habanera fue la de mezzosoprano en cacharrería, con unas nasales realmente horribles, como para querer destacar el aspecto vulgar del personaje. Es evidente que las vocales nasales del francés son muy difíciles de emitir, pero la idea es precisamente la de mitigar eso y no ahondar en la herida. La cosa llegó al virtuosismo y hasta al vicio cuando consiguió nasalizar lo que no es nasal. Además se empeña en utilizar el registro de pecho a fortiori, todo el rato y muchas veces en el ámbito medio de la voz. A esto se añaden unas vocales muy abiertas de repente, como para querer expresar la rabia del personaje, por encontrarles alguna explicación. Pero la realidad es que lo único que se consigue es una falta total de homogeneidad en la línea del canto e incluso una afinación muy fluctuante en demasiadas ocasiones.
Estuvo bien en los conjuntos y mejoró notablemente para su aria de las Cartas y sobre todo en el último acto, aunque siempre con dejes de fea sonoridad. Una pena, porque cuando no pretende modificar nada en la emisión en aras de no se sabe qué, su voz suena plena e incluso bella. Qué manía con querer hacer Cármenes vulgares en lo vocal, manía muy antigua, por cierto proveniente de una tradición que, en otros repertorios operísticos, ha sido ampliamente superada. Parece que la adhesión a lo ‘históricamente informado’ no llega lo suficiente a según qué ámbitos musicales.
Y nos remitimos al texto del principio: la Opéra-Comique era uno de los teatros de tradición vocal francesa más decantada (compositores como Gounod y Thomas por ejemplo seguían reinando) y con una forma de cantar muy alejada de lo que luego sería el verismo, entre otras cosas, porque debía imperar el ‘buen gusto’, que era lo que pedía ese público burgués que abarrotaba la sala y donde llevaba a sus niñas casaderas. Así que es la Carmen de Mérimée, sí, pero muy limpia de escabrosidades y no poco idealizada: lo que se tolera perfectamente en un gabinete de lectura, es escandaloso en un teatro de la alta burguesía del momento. Lo curioso es que haya quienes aún mantienen esta concepción de la gitana y no haya cundido más la de un referente muy actual como Elina Garanca, que ha entendido perfectamente el espíritu del personaje en su tiempo, lugar y escritura musical. Lástima, porque Kemoklidze, si quisiera, podría hacer una muy buena Carmen.
El tenor ucraniano Dmytro Popov nos ofreció un Don José emocionante, no muy matizado en dinámicas, pero de bella voz, muy honesto y entregado y que dibujó momentos realmente hermosos y gestionó muy bien la creciente desesperación del navarro. Qué complicado es este papel que demanda ora las cualidades de un lírico, ora las de un dramático y, además, defendiendo un personaje tan calzonazos, siempre subyugado: de mamá a Carmen, y viceversa, lo que demuestra a todas luces una intuición freudiana fuera de lo común por parte de los libretistas. Estuvo muy bien en la dificilísima aria de La fleur, en la que no todos los intérpretes se atreven a llegar al pianissimo en falsete en ese delicado momento de “et j´étais une chose à toi” por lo complicado del cambio de registro, y él se empeñó a fondo; y también en toda la escena final, donde la conexión con una Kemoklidze más calmada fue total.
María José Moreno fue una Micaëla de auténticas campanillas. Ese personaje que se inventaron los libretistas para cumplir con los requisitos del género y para compensar los personajes y sus vocalidades, sin estar mucho tiempo en escena, contiene una carga dramática importante por ser la enviada de esa madre que nunca aparece físicamente pero que es omnipresente. Musicalmente es un papel agradecido en cuanto a la belleza de sus momentos de protagonismo, pero de gran dificultad sobre todo en el aria del tercer acto, en la que Moreno estuvo realmente soberbia. Navegó del agudo al grave a través de esa interválica terrible con total poderío y dibujó una Micaëla sensible pero fuerte, emocionante pero nada ñoña. Es decir: sorteó todos los peligros del personaje con absoluta autoridad. Magnífica también en el dúo del primer acto con Popov, que, repetimos, fue un estupendo partenaire.
El Escamillo de Kyle Ketelsen (no sólo la Carmen era impresionante, el canadiense daba maravillosamente el tipo también) fue una auténtica lección de cómo ser un chuleras de cuidado, pero mantener una hermosa línea de canto. Se trata de otro papel agradecido por lo conocido y pegadizo pero que, precisamente por eso, requiere de mucho cuidado y control, y Ketelsen extrajo todo el jugo al dichoso toreador con expresividad, aunque sin excesos, destilando elegancia y atendiendo a cada matiz de la partitura para lograr incluso ese aspecto irónico del personaje que no siempre se percibe. ¡Olé!
En cuanto a los secundarios, irreprochables todos, con una mención especial a la Frasquita de Sofía Esparza y al Dancaïre de César San Martín. Hay que decir que todo el comienzo del segundo acto, quinteto incluido, tan complicado y difícil de ajustar como un encaje de bolillos, fue un gran momento de la representación: esa alegría y esa ligereza que Bizet quiso plasmar y que Chaikovski tan sabia y profundamente percibió, se apoderaron del escenario y nos hicieron disfrutar mucho.
Por último, hay que apuntar que la dirección de escena de Ángel Ojea fue acertada y eficaz, sobre todo teniendo en cuenta las grandes limitaciones que suponen tanto una versión concierto como el propio espacio del Teatro Monumental, que no son pocas. Es lo que tiene un edificio tan vintage, y no me pidan más explicaciones.
En definitiva fue una velada muy disfrutable, porque incluso esa Carmen destemplada parece que se fue dejando arrastrar por la energía y buen hacer de todo el resto y la cosa acabó con la muerte en la Opéra-Comique, porque no queda otra, pero con la alegría y el entusiasmo en el público, que respondió con calurosos aplausos.
Ana García Urcola