MADRID / Un Mahler excelente en la voz de Sarah Connolly y en la batuta de Josep Pons
Madrid. Teatro Monumental. 17-XI-2022. Sarah Connolly, mezzosoprano. Orquesta Sinfónica RTVE. Director: Josep Pons. Obras de Gustav Mahler.
Gustav Mahler (1860-1911) tenía apenas 23 años cuando lo nombraron director coral y musical del Teatro Real de Kassel. Con todo lo rimbombante que ese título pudiera sonar, en realidad estaba subordinado al maestro de capilla Wilhelm Treiber (1838-1899), un pianista y director austriaco que, al parecer, le hizo la vida imposible. Fue en ese teatro donde el joven Mahler vivió un ardoroso y nugatorio romance con la soprano alemana Johanna Richter (1858-1943), a resultas del cual escribió las Canciones de un compañero de viaje, un ciclo —el primero formalmente así concebido— de cuatro canciones para voz grave (mezzosoprano o barítono).
Comenzó a escribirlo en 1884, cuando tenía 24 años, y lo terminó en 1885, si bien revisó la partitura en varias ocasiones hasta que finalmente se publicó en 1897. Por la misma época en que Mahler concluía el ciclo que le inspiró el infructuoso romance con Johanna Richter, comenzó también a componer su primera sinfonía —hoy engañosamente conocida como Titán, porque no está basada en la novela homónima de Jean Paul Richter (1763-1825), por mucho que Mahler utilizara ese nombre en las primeras interpretaciones de la sinfonía— notablemente influida por las Canciones de un compañero de viaje. De ahí que sea un acierto que ambas obras se interpretaran juntas anoche en el Teatro Monumental de Madrid.
Componer la sinfonía le llevaría tres años. En una carta dirigida al famoso director de orquesta Hans von Bülow (1830-1894) en marzo de 1888, Mahler, quien ya había sido nombrado director de la Ópera Real de Hungría —puesto que ocupó durante dos años y medio—, le anunciaba que estaba a punto de completar la Sinfonía nº 1 en Re mayor. El estreno, sin embargo, no se produciría hasta el 20 de noviembre de 1889 en el Gran Salón Vigado de Budapest. Fue un recital por suscripción que el propio Mahler organizó dirigiendo la Orquesta Filarmónica de Budapest y ofreciendo un programa que también incluía obras de Cherubini, Mozart y Bach. En aquella sesión, la Sinfonía nº 1, a la que se denominó poema sinfónico, estaba dividida en dos partes y cinco movimientos.
Mahler utilizó música procedente del abandonado proyecto de ópera Rübezahl y de la música incidental para el poema épico El trompetista de Säckingen del alemán Joseph Viktor von Scheffel (1826-1886). La primera parte constaba de I. Introducción y Allegro commodo, II. Andante (Blumine), III. Scherzo; la segunda de IV. A la pompes funebres, attacca y V. Molto appassionato. Sin embargo, no obtuvo mucho éxito, más bien al contrario: fue un sonoro fracaso. En el Neue Pester Zeitung llegaron a escribir: “Nos gustaría verlo siempre detrás de su atril, con la condición de que no dirija sus propias composiciones”. Más tarde Mahler eliminaría el segundo movimiento, conocido como Blumine (Florecillas), y la sinfonía quedó reducida a los cuatro movimientos con que la Orquesta Sinfónica RTVE (ORTVE), magistralmente dirigida por Josep Pons, la interpretó anoche.
El concierto comenzó con las Canciones de un compañero de viaje (o caminante), esos cuatro poemas líricos escritos y musicados por Gustav Mahler. La mezzosoprano británica Sarah Connolly hizo una magnífica interpretación. La primera de las canciones, Wenn mein Schatz Hochzeit macht —que podríamos traducir libremente como El día en que mi amor se case— habla del pesar que siente el caminante cuando imagina a su amada casándose con otro. La voz de Connolly, potente, muy bien proyectada y con un agradable vibrato, nos sumergió en las penas de ese compañero de viaje que no es otro que el propio Mahler.
Ging heut Morgen übers Feld (Esta mañana caminé por el campo) es la canción más alegre del ciclo. Describe el júbilo y el asombro frente a la belleza de la naturaleza, el canto de los pájaros o el rocío sobre la hierba… Sarah Connolly supo expresar ese júbilo, esa delicadeza de una melodía en La mayor —la misma que la del primer movimiento de la Primera sinfonía— con una voz llena de color en los agudos, pero también añadiendo un matiz amargo, al final de la canción, con unos graves secos y potentes, cuando el caminante siente que su felicidad es nugatoria, porque ha perdido el amor.
Con Ich hab’ein glühend Messer (Tengo un cuchillo al rojo vivo) llegó la desesperación total. El caminante asemeja su agonía con un cuchillo abrasador que le desgarra el corazón y se obsesiona hasta tal punto que todo le recuerda a su amor perdido, llegando a desear tener verdaderamente ese cuchillo. La música es intensa, agónica. Una vez más, Sarah Conolly demostró un dominio magistral tanto en los agudos como en los graves.
Die zwei blauen Augen von meinem Schatz (Los ojos azules de mi amor) describe los ojos de la amada que le han causado tanto pesar. El caminante no puede aguantar más. Finalmente se tumba bajo un tilo y las flores comienzan a caer sobre él haciendo que desee que la vida vuelva a ser la de antes de sus viajes. Con la voz grave emitida sin vibrato por Sarah Connolly al final de la canción, ¿le quedó a alguien alguna duda del destino del caminante? No, su destino no es otro que el de la muerte. Esta música también la reutilizaría Mahler en la Marcha fúnebre al modo de Callot de la Primera sinfonía. Es una música moderada, suave, lírica y con reminiscencias armónicas de coral.
Uno no puede dejar de hacer un paralelismo entre Sarah Connolly y la mítica contralto Kathleen Ferrier (1912-1953), quien falleció de cáncer de mama a los 41 años, diez antes de que Sarah Connolly naciera. Sus voces son distintas, pero a ambas las une la lucha contra el mismo tipo de cáncer: Ferrier no lo superó; Connolly es una superviviente de la quimioterapia. A uno no le consta que Kathleen Ferrier grabara las Canciones de un compañero de viaje, pero su grabación de Der Abschied (La despedida) —el último movimiento de Des Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico de la juventud) de Mahler— con la Filarmónica de Viena dirigida por Bruno Walter (1876-1962), en 1952, es histórica.
El binomio musical Ferrier-Walter funcionó muy bien. Permítanle a uno imaginar que algo parecido sucede con Sarah Connolly y Josep Pons quienes ya han trabajado juntos en varias ocasiones y con mucho éxito. Desde luego, anoche, orquesta y mezzosoprano se fundieron para entregarle al público una excelente interpretación. La voz de Sarah Connolly sonó a la par con todo el dramatismo y delicadeza que requiere esta partitura.
Tras el descanso llegó la Primera de Mahler cuya interpretación podríamos resumir en dos palabras: simplemente magnífica. Quien no lo crea aún tiene hoy viernes oportunidad de comprobarlo en el segundo concierto de la semana. El control del sonido que logró Josep Pons durante toda la obra es difícil de superar. Uno sigue esta orquesta semanalmente y anoche sonó distinta. El contraste entre los pianissimi y los fortissimi fue perfecto: de casi el silencio hasta una sonoridad plena y apoteósica que en ningún momento resultó estridente ni exagerada. Hagamos hincapié: el control del sonido fue de los que pocas veces se escuchan en las salas de concierto. La orquesta estuvo conjuntadísima y Josep Pons marcó los cambios de ritmo, retardando y acelerando las melodías con un apasionamiento y gusto exquisitos.
El pianissimo sostenido en las cuerdas al comienzo del primer movimiento, lento y pesante, fue de ensueño al igual que esa llamada de las trompetas fuera del escenario. Las secciones de la orquesta fueron entrando poco a poco, expresivas y límpidas, amalgamándose en un conjunto empastado de ricos timbres. Durante el Scherzo, Pons consiguió que la música sonase poderosamente agitada, pero no demasiado rápida, es decir, que tradujo a la perfección las indicaciones de Gustav Mahler en la partitura. El sonido de los metales asordinados fue mágico y los cambios de ritmo resultaron juguetones. En el comienzo de la Marcha fúnebre destacó el solo de contrabajo interpretado por Miguel Franco al que poco a poco fueron uniéndose los demás instrumentos de la orquesta, siempre con claridad y limpieza sonoras, en ese conocido canon Frere Jacques que Mahler transformó genialmente en una tonalidad menor.
Sobresaliente fue la interpretación de Mario Torrijo a la tuba y precioso también fue el timbre cremoso de las trompetas al unísono. Con el ataque del último movimiento llegó la culminación de unos crescendi perfectos y unos trémolos en los violines que sobresalieron por la delicadeza y pureza de su ejecución. El épico final fue la conclusión de un viaje sonoro, perfectamente controlado por Josep Pons, que empezó en el primer movimiento de la sinfonía y desembocó en una apoteosis sonora esplendorosamente ejecutada por la orquesta. No lo ha mencionado uno antes, pero la interpretación de las trompas durante toda la sinfonía fue ejemplar. El público, a pesar de no ser muy numeroso, lo reconoció con un gran aplauso, merecidísimo, porque la orquesta demostró ser ese instrumento ideal que todo director aspira a dirigir con excelencia.
Decía el escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila que la vida es un valor y que vivir es optar por la vida. Anoche, tanto la mezzosoprano, como el director y la orquesta le hicieron a uno sentir que la creación es también un valor y que crear es, sin duda, optar por la vida.
Michael Thallium