MADRID / Un concierto para el Brexit

Madrid. Auditorio Nacional. 21-X-2019. ORCAM. Director: Christian Zacharias. Obras de Elgar, Britten, Beethoven y Haydn.
Este concierto es idea de quien lo ha dirigido, Christian Zacharias. Que si ha demostrado desde hace tiempo que es un buen director de orquesta, se sabe bien que es uno de los pianistas más grandes de estos días nuestros. Ha visitado el ciclo Grandes intérpretes de la Fundación Scherzo con habitualidad que se le agradece desde esta casa. La idea de este concierto es todo un guiño y algo más: melancolía también. Es el momento en que se va a producir la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Para ello, Zacharias ha preparado, con la sección de cuerda de la ORCAM, un concierto en el que hay una pieza plenamente británica, la Serenata de Elgar; otra también británica, cantada y con poemas de Arthur Rimbaud, es decir, ya con fraternidades europeas, Las Iluminaciones, de Britten; para concluir con una sinfonía de Haydn, la de los Adioses, en la que los músicos se van despidiendo apagando sus velas y haciendo mutis, aunque en este caso no fue del todo así: no importa, se marchaban, quedaba apenas la penumbra, para sumirse todo, al final, en la oscuridad. ¿Una metáfora? Antes de Haydn, algo no habitual, pero no insólito: Zacharias tocaba como solista las Variaciones ‘God save the King’, de Beethoven, que ya de por sí son poco habituales. Sí, Dios salve al Rey, a la Reina, porque si no intercede Dios, las cosas se les van a poner muy feas.
Es curioso, ese mismo día, el lunes, leíamos a John Le Carré, narrador que tanto nos ha emocionado con sus novelas inolvidables (El espía que surgió del frío, El amante ingenuo y sentimental, El topo, La chica del tambor, Espejo de los espías): “Me parece algo impensable. Es sin duda alguna la mayor idiotez y la mayor catástrofe que ha perpetrado el Reino Unido desde la invasión de Suez [1956]. Para mí es un desastre autoinfligido, del que no podemos echar la culpa a nadie, ni a los irlandeses, ni a los europeos… Somos una nación que siempre ha estado integrada en el corazón de Europa. Podemos haber tenido conflictos, pero somos europeos. La idea de que podemos sustituir el acceso al mayor tratado comercial del mundo con el acceso al mercado estadounidense es terrorífica. La inestabilidad que provoca Donald Trump como presidente, sus decisiones de egomaniático… ¿Realmente nos vamos a poner a merced de eso en vez de continuar como miembros activos de la UE? Es una locura, es terrorífico y es peligroso. No me gusta políticamente, ni creo en ello económicamente y no lo entiendo. No entiendo cómo hemos llegado a esa situación en la que tenemos un Gobierno de Mickey Mouse de gente de segunda fila. El secretario [ministro] de Exteriores es alguien a quien realmente desprecio, nunca he conocido a esa gente, pero solo ha producido informes de segunda fila y es un hombre muy estúpido y un pésimo negociador. Eso es que lo pienso sobre esa situación” (entrevista de Guillermo Altares, El País, lunes 21 de octubre de 2019).
Disculpen lo amplio de la cita, pero habría que poner más palabras de Le Carré, en esta entrevista en que ataca al Brexit, la insania de Trump (que puede ser trascendental, es sabido) y el insistente y obstinado activismo resentido de la Rusia de Putin (los calificativos son de quien esto firma, no culpen a Le Carré). Las declaraciones del escritor británico son contundentes, pero su contenido no es nuevo. La coincidencia con el concierto no sorprende, ya que todos los días hay algún intelectual, ciudadano, trabajador u hombre de negocios, masculino o femenino, que dice algo así. Quizá sin tanta rabia (rabia, más que contundencia, la rabia de quien ve que se va a perder y destruir lo que tanto costó levantar y ganar), pero equivalentes. El concierto de la tarde nos permitió unas sonrisas, pero no nos quitó el pesimismo que este síndrome británico para con los síntomas inmediatos de la propia Unión.
El concierto fue de gran nivel artístico, con las prestaciones de una cuerda muy bien trabada, trabajada y afinada, con el virtuosismo de la impresionante concertino, Anne Marie North, con la dirección al detalle de Zacharias, con el canto de Raquel Lojendio para Las Iluminaciones (la voz femenina, frente a la habitual de tenor, da la impresión de cambiar o desviar o matizar el sentido, los sentidos, de la poética visionaria y exaltada del poeta adolescente que conoció perversiones de antaño). Zacharias brilló con la sutileza, la especial finezza de su toque, que es delicado hasta cuando ataca un forte, que insinúa siempre, que nunca afirma con rotundidad; posee y cultiva ese pianismo ideal en el que están desterradas las contundencias.
La puesta en escena (hay que llamarla así) de la Sinfonía de los Adioses (aquí, dos trompas y tres maderas reforzaban la cuerda) es la broma final, una broma melancólica, puesto que no es simplemente triste (puede resultar divertida), sino que es circular, concluye y vuelve a empezar, y por eso quién sabe si no es mejor así, si no es mejor despedirse en la oscuridad. Hubo malos tiempos para la lírica, y éstos lo siguen siendo. Ahora, además, corren malos tiempos para la sensatez. Destruirnos a nosotros mismos votando al muñeco diabólico: Trump, sí, pero también Johnson y su Punch and Judy, o el siniestro gemelo polaco, el faraoncillo de Budapest, el chulo de La Liga, el idiota de San Jaume… Quién sabe si después de escribir aquellos libritos sobre el idiota latinoamericano no tendrán que escribir Apuleyo, Montaner y Vargas otro sobre el idiota british que a punto está de destruir el Reino Unido. Y, ya puestos, por qué no se dan una vuelta por el Ampurdán y por Lérida.
Santiago Martín Bermúdez
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