MADRID / Un concierto excepcional: Pires y la Orquesta da Camera

Madrid. Auditorio Nacional. 14-II-2021. Maria João Pires, piano. Orquesta da Camera. Obras de Chaikovski y Mozart.
Hay conciertos que son apuestas seguras, como este del Ciclo de La Filarmónica. Pero hasta que no los oyes y los ves, no sabes hasta qué punto. De Maria João Pires esperamos siempre lo mejor, pero cuando estamos ante una interpretación suya parece que nos toma de improviso. Como es sabido, Pires da lo mejor de sí en esas transiciones de que van hacia el pianissimo, sin necesariamente llegar ahí. Esa delicadeza del tacto sobre el teclado es una muestra inusitada de capacidad de la medida, y esa medida dio el sentido de la frase, de la idea, en su lectura, con la Orquesta da Camera, del Concerto “Jeunehomme” de Mozart. El Andantino es la mejor prueba de esto, y lo es a todo lo largo de la secuencia, por ese insinuar del mezzoforte y el mantenimiento de una tensión continua; eso sí, una tensión ‘clásica’, no olvidemos que se trata del joven Mozart, acaso todavía inspirado por el Bach de Londres, no es todavía siglo XIX, aunque este concierto aporte novedades inusitadas para le época. El ideal clasicista se da tal vez en el Rondó final, que permite una secuencia en la que un presto da lugar a momentos de otro humor. Y en esos contrastes brilla el ideal clásico de Pires.
Disculpe el lector, no pretende uno descubrir a estas alturas a una pianista de la estatura de Maria João Pires, pero sí nos parece posible poner en evidencia una colaboración que va más allá del acompañamiento. La Orquesta da Camera crea el clima del Jeunehomme, al margen de una intervención solista al comienzo; y ese clima es el que equivale al despliegue del ideal clásico que Pires plantea frente (o junto) a esos diecisiete músicos, con las cuerdas reforzadas por dos trompas y dos maderas. Así, puede decirse que la Orquesta da Camera crea un paisaje sonoro para que venga a habitar en él la diva del canto, en este caso el piano que Pires sabe muy bien hacer cantar.
Ahora bien, el concierto empezaba con la Serenata op. 44, obra de Chaikovski para cuerdas (1880) que admite una mayor o menor nómina. En este caso, oímos a trece músicos, en el que hay un contrabajo y dos violonchelos, y la potencia y fuerza de lo que oímos es tal que nos preguntamos si de veras podría dar mejor resultado con un conjunto más nutrido. La prestación de la Orquesta da Camera es sorprendente desde el mismísimo comienzo del Andante non troppo de la Sonatina inicial: ese arranque, esa vivacidad. Pero ¿y el vals? Con ese vals sabemos que es Chaikovski el verdadero rey vals, y hay otros cuantos valses suyos para demostrarlo. Pero con el Larghetto esta orquesta canta un ‘medido lamentoso’, por decirlo así; medido, porque no hay tentación romántica en este Chaikovski que se pretende clásico, y sabemos que era una de sus personalidades. No se pasean Tatiana ni Hermann por esta serenata. El Finale, más animado y con su toque folk, fue tan brillante como cabía esperar de la anterior secuencia de tres movimientos en los que el contraste fue marcado, pero motivado de manera tan adecuada que parecía lógico que el vivace, la danza y la elegía fueran una tras otra y se dieran mutuo sentido. Ahí está la mayor aportación de la Orquesta da Camera, en dar sentido de pronto a ese Finale que no es inesperado, pero que tampoco es previsible. La perfección y la intensidad de este primer tramo del concierto (la sesión fue continua, como siempre ahora) prepararon la entrada de Pires en esa casa rebosante de música que es la Orquesta da Camera, formada por miembros de agrupaciones como el Cuarteto Casals, el Gerhard o el Quiroga. Jóvenes de esos de los que los viejos decimos: caramba, no todo está perdido. La propina, un fragmento para trío con piano de Beethoven, marcó algo diferente en el planteamiento para esta velada: Pires con la excelente concertino Vera Martínez Mehner y una espléndida violonchelista del conjunto, Erica Wise (si las mascarillas no me engañan).
Santiago Martín Bermúdez