MADRID / Un Caldara bien servido
Madrid. Basílica Pontificia de San Miguel. 23-XI-2020. Festival Internacional de Música Sacra. Eugenia Boix, soprano. Luciana Mancini, mezzosoprano. La Ritirata. Director y violonchelo: Josetxu Obregón. Obras de Caldara.
Entre la pandemia y Beethoven se han llevado por delante el Año Caldara. Únicamente un músico ha homenajeado como se merecía al compositor veneciano en el 350º aniversario de su muerte: el violonchelista Josetxu Obregón. Quizá, por afinidad, ya que Caldara era también violonchelista. Ni siquiera en Italia se han acordado de una de las figuras verdaderamente grandes de la primera mitad del siglo XVIII, de esas muy contadas que solo se sitúan un peldaño por debajo de Bach, Haendel o Vivaldi. Obregón y su grupo, La Ritirata, publicaron a mediados de año un CD en Glossa con un precioso programa íntegramente dedicado a Caldara. Estaba prevista una gira de conciertos, algunos de los cuales sucumbieron ante la Covid. Este de ayer en la Basílica Pontificia de San Miguel, correspondiente al Festival Internacional de Música Sacra de la Comunidad de Madrid, tendría que haber sido el primero de la gira, pero ha acabado siendo el último. En fin, bien está lo que bien acaba.
Ese programa está conformado por obras vocales (dos bellísimas cantatas, Vicino a un rivoletto y Porgete per pietà, además de por dos arias del oratorio Santa Ferma y otra más de Maddalena ai piedi di Cristo, sin duda la composición vocal más conocida de Caldara). A modo de apertura, Obregón incluye la Sinfonia à violoncello solo en Re mayor. Está todo calculado para que la intensidad emocional vaya in crescendo a medida que avanza el concierto, porque, sin desdeñar la primera parte del mismo, el gran atractivo radica en esas dos cantatas antes mencionadas, la primera de las cuales corre a cargo de la mezzosoprano sueco-chilena Luciana Mancini y la segunda, de la soprano aragonesa Eugenia Boix.
Tanto en las cantatas como en las arias, el violonchelo tiene un marcado protagonismo, pero lo tiene igualmente en algunas de ellas la flauta de pico. En ese sentido, la interpretación de Obregón y de Tamar Lalo resultó modélica, siempre con la colaboración de un bajo continuo atento y servicial que formaban Ismael Caminero (violone y contrabajo) y Daniel Oyarzabal (clave y órgano).
Boix tuvo algún titubeo al principio, en la sobrecogedora Pompe inutili, quizá por no estar del todo caliente su voz o acaso por no haberse hecho aún con la complicada acústica de la basílica. Pecata minuta, porque el problema lo resolvió rápidamente y acabó con una deslumbrante lectura de la cantata Porgete per pietà. Mancini, de voz profunda y oscura, estuvo espléndida en todo momento, en con ese entusiasmo contagioso que desprende en cada una de sus actuaciones. Fue, en resumen, un concierto sobresaliente, uno más a los que ya estamos acostumbrados en esta iglesia madrileña gracias al FIAS.
Eduardo Torrico