MADRID / Un buen Nebra de Miguélez convertido en alegato ideológico
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 26-III-2023. José de Nebra: La violación de Lucrecia (Donde hay Violencia, no hay culpa). María Hinojosa y Marina Monzó, sopranos; Carol García y Judith Subirana, mezzosopranos. Los Elementos; Dirección musical: Alberto Miguélez Rouco. Borja Luna y Manuela Velasco, actores. Dirección de escena: Rafael R. Villalobos.
Tras cerca de tres centurias desde su composición, el Teatro de la Zarzuela recupera en versión escénica la zarzuela barroca Donde hay violencia, no hay culpa, con música de José de Nebra y libreto original de Nicolás González Martínez, obra compuesta para su representación en 1744 en el coliseo del hoy desaparecido palacio madrileño de los Duques de Medinaceli, según confirma el libreto manuscrito conservado en la BNE. La obra fue repuesta probablemente en 1748-49 y en 1753, con algunas reelaboraciones de Nebra. El teatro de la Zarzuela asume así la cuarta producción escénica dedicada al gran músico español teatral del siglo XVIII desde el año 2004, y la segunda obra de Nebra bajo la dirección artística del teatro todavía dirigido por Daniel Bianco.
La parte musical ya había sido magníficamente grabada el pasado octubre para el sello Glossa por el excelente conjunto Los Elementos, dirigidos por el joven y brillante director Alberto Miguélez Rouco, dentro de su encomiable proyecto de recuperación de la música de Nebra, quien también asume la dirección musical en la presente ocasión de manera sobresaliente. En tiempos modernos la zarzuela se había interpretado dos veces en versión de concierto: en 2012, a cargo de músicos del conservatorio de Arturo Soria de Madrid, y en 2021, con Los Músicos de su Alteza de Luis Antonio González en Zaragoza.
Para la trama de esta zarzuela, el libretista Nicolás González Martínez no acudió a los elementos mitológicos habituales sino que se inspiró en los orígenes legendarios de la historia de Roma, que narra a su propia manera, con convenciones argumentales de la época, a partir de varias fuentes sobre el conocido episodio relatado inicialmente por Tito Livio del crimen ejecutado por Sexto Tarquinio —uno de los hijos del rey Lucio Tarquinio el Soberbio, el séptimo y último rey legendario de Roma—, al violar a Lucrecia, la fiel esposa de su primo Colatino, causando así su deshonra y suicidio final. Ese hecho provocó la repulsa entre los patricios y derivó finalmente en el derrocamiento del rey y el advenimiento de la República. El propio Lucio Tarquinio había derrocado a su antecesor —no era entonces un título hereditario—, al asesinar a su suegro Servio Tulio con la colaboración de su propia hija Tulia, quien arrolló el cadáver de su padre con el carro que conducía de manera despectiva y cruel, según nos relata el historiador romano. En el argumento de la zarzuela, Sexto, cegado por la pasión, viola a la matrona romana Lucrecia, esposa de Colatino y con esa muerte desencadena la venganza de éste y el cambio de régimen.
En el tratamiento barroco de la historia, sobre un tema duro, escabroso y no tan habitual, se intentan suavizar los hechos para el público de su época. Más allá de la temática, que no es tampoco exclusivamente histórica, sobre el trágico hecho de Lucrecia, se entrecruzan algunos personajes cómicos de la zarzuela española y los típicos elementos amorosos de las tramas de la ópera barroca, con una serie de pactos matrimoniales. Por otro lado, al huir de la rigidez de lo mitológico, Nebra construye una música bastante avanzada para su época.
En el aspecto estructural, se trata de una zarzuela típica barroca, dividida en dos jornadas o actos, y originalmente escrita con abundantes partes habladas entre las partes musicales, que eran reflexiones, refuerzos o expansiones sobre el texto declamado. Así que de un total de 11 personajes en la obra original, solo se cantan los papeles de Lucrecia, Colatino (esposo de Lucrecia y primo de Sexto, el hijo del rey), Tulia, (hermana de Colatino, creada para la obra) y Laureta (sirvienta de Lucrecia) en el típico papel cómico, que hubiera estado acompañada de su complemento en el personaje no cantado del criado Corbín. Los demás, incluido el malvado Sexto Tarquino, eran solo personajes declamados. Y de ellos, en la presente representación solo se ha conservado de manera figurativa, actuada pero no hablada, a Sexto representado por el actor Borja Luna.
Alberto Miguélez y Rafael R. Villalobos son los directores musical y artístico, respectivamente, de esta versión modificada de la zarzuela donde se altera el título original y se sustituye por “La Violación de Lucrecia”, nombre que, por otro lado, proviene de la tradición literaria y operística, y en la que aunque se respetan los textos de González Martínez para los recitados y la música de Nebra, no se hace lo mismo para los abundantes textos declamados que conducen la trama de la obra, sino que se propone una versión alternativa donde son sustituidos por monólogos escritos para la ocasión por Rosa Montero, a través de la creación de un personaje denominado “espíritu de la leyenda de Lucrecia”, que, además de introducir de manera un poco torticera partes de la historia, es una especie de contraparte moderna feminista de aquella Lucrecia, un papel declamado que acaba estructurando y dirigiendo toda la obra.
Ese es precisamente el gran punto débil que presenta esta adaptación, la importancia y distorsión que introducen los textos de Montero, con una fuerte ideología ultra feminista, que parecen sacados directamente de su homónima en el Ministerio de Igualdad. Todo el discurso introducido por Montero está además realizado con falta de rigor histórico, y de un equilibrio o sensatez elementales, con la idea incisiva de desarrollar un alegato muy deformado contra el patriarcado —y contra los hombres en general, crueles o cobardes—, fuente de todos los males del mundo. Hay también una burla hacia las costumbres de la época, ridiculizadas trivialmente y de manera muy extemporánea. Se crea, en fin, un personaje para explicarnos cómo debemos interpretar todo y cómo debemos pensar hoy en día, tratando al público de idiota o infantil, como si no tuviésemos capacidad de libre pensamiento. Ese mensaje extremista enturbia de manera burda y reiterativa toda la obra. Aunque los textos originales pudieran ser pesados, anticuados o revisables, habría formas más inteligentes y útiles de revisarlos. Una parte apreciable del público abandonó la sala al final del primer acto.
Todo ello añadía una mayor complejidad a una obra ya de difícil desarrollo teatral, que el director de escena, Rafael Villalobos, resuelve con buen tino e inteligencia, para construir un entramado superpuesto de todos los elementos, e insertar de manera hábil las superposiciones de los monólogos en escena, interactuando con los personajes. La actriz Manuela Velasco está convincente en sus intervenciones, más allá del tono agresivo y pueril que exige su papel, y el actor Borja Luna representa con rotundidad su personaje no hablado, solo actuado con gestualidad y corporalidad, que debía encarnar lo masculino y depravado desde Marte a Sexto. La escenografía de Emanuele Sinisi es bastante sobria, y, más allá de algunos tópicos, está hecha con buen gusto y resuelve bien la superposición temporal de escenas en el escenario.
En el aspecto musical, la zarzuela incorpora los típicos elementos de su género en aquella época: coros a 4 voces, que abren las dos jornadas y uno al final, seguidos de las habituales seguidillas a varias voces, como elemento netamente hispano que el público esperaba, mientras que la mayor parte de los números musicales se componen de la típica sucesión de recitados y arias da capo según el gusto italiano imperante. Además de la brillantez de la dirección musical de la espléndida orquesta Los Elementos —compuesta en gran parte por jóvenes músicos formados en Basilea, muchos españoles, y lo mejor de la noche—, a Miguélez le debemos la edición y reconstrucción de la obra. Para ello ha creado una obertura en tres movimientos, ausente en la partitura, a partir de varios fragmentos de obras de Nebra; también, siguiendo fuentes de la tradición, introduce fanfarrias en varios momentos para sostener la acción, mientras, para subrayar el momento cumbre de la muerte de Lucrecia, intercala una transcripción de algunos fragmentos de suites para clave de Nebra. Alberto Miguélez toma también los números adicionales escritos por Nebra para las reposiciones de 1748 y 1753, versión, esta última, que hace principal en su vocación ya algo galante. También a Miguélez le debemos agradecer el esplendor orquestal con la que nos brinda la música de Nebra ya que, a partir de ejemplos de otras zarzuelas con mejor descripción orquestal, nos ofrece una generosa plantilla con 6 violines, 2 violas, 2 violonchelos, 2 contrabajos, dos traversos, dos oboes, dos trompas, dos fagotes, archilaúd, tiorba, guitarra barroca, percusión y clave. Un espectáculo sonoro digno del mejor Nebra.
Un cuarteto vocal se encarga de poner voz a la música de Nebra. En primer lugar, la soprano María Hinojosa, que afronta el papel dramático principal de Lucrecia. Aunque es una soprano con una voz de amplio registro y gran potencia, quizá debido a la difícil acústica del teatro, no tuvo su mejor día. Si bien su presencia escénica fue arrolladora, tuvo que forzar en exceso su voz creando mucha inestabilidad en la afinación, en el control de la voz y en las coloraturas.
Especial mención hay que hacer de la excelente soprano Marina Monzó, la mejor cantante de la noche, que brilló desde su primera aparición en escena y a la que correspondieron algunos de los momento más emotivos de la música de Nebra. A sus cualidades vocales, Monzó suma una buena capacidad de trasmitir las emociones de su personaje, Tulia, y compuso una excelente figura escénica. Monzó no frecuenta el repertorio barroco, y quizá se le podría haber pedido un poco más de imaginación improvisatoria en los da capo.
Mucho más decepcionante, tanto por el canto por como por su presencia algo difusa en el personaje de Colatino, estuvo la mezzosoprano Carol García. Aunque tiene un bonito timbre y buen fraseo, no cantó en ningún momento de manera convincente ni desarrolló bien las coloraturas.
El reparto vocal se completó con Judit Subirana, dando vida a Laureta, a quien ya había interpretado en el disco grabado con Los Elementos, y que fue la segunda mejor de la noche. Subirana tiene una voz de bastante cuerpo, carnosa, que iba bien con su papel, que interpretó con gran naturalidad y expresión corporal lo que acompañó graciosamente a su personaje cómico, descarado y popular.
La orquesta fue, sin duda, lo mejor de la noche, bajo la dirección brillante e imaginativa de Alberto Miguélez, que estuvo atento desde el foso a todo lo que sucedía en escena. En resumen, una brillante música de Nebra con una orquesta y dirección musical excelente y generosa, con un cuarteto vocal algo irregular y una buena dirección escénica, enturbiado todo por el alegato de ideología extrema contra lo masculino de Rosa Montero.
Manuel de Lara
[Foto: Elena de Real / Teatro de la Zarzuela]