MADRID / Un Bach sembrado de minas felizmente solventado

Madrid. Palacio del Marqués de Salamanca. 28-X-2022. Bach: Sonatas para viola da gamba BWV 1027-1029. Iagoba Fanlo, violonchelo. Yago Mahúgo, clave.
Siempre me he preguntado por qué despiertan tan escaso interés entre los violonchelistas de nuestros días las sonatas para viola da gamba y clave de Johann Sebastian Bach. Y no me refiero solo a programarlas en conciertos, sino a llevarlas al disco. Que yo recuerde (y creo que no estoy errado), solamente existen tres grabaciones con violonchelo de estas obras cumbre de la literatura violagambística. Y, curiosamente, en las tres participa el mismo teclista: Richard Egarr. La primera de ellas (en el sello holandés Globe) fue debida al recientemente desaparecido Sebastian Hess, que utilizaba un violonchelo de cinco cuerdas construido en la segunda mitad del siglo XVII. En la segunda (en otro sello holandés, Channel Classics), Pieter Wispelwey recurría también a un violonchelo piccolo, mientras Egarr empleaba un instrumento distinto en cada sonata: clave, órgano y fortepiano. Y en la más reciente, de 2014 (Hyperion), Steven Isserlis recurría a un violonchelo más o menos convencional (o sea, barroco pero destinado al repertorio ‘moderno’), montado, eso sí, con cuerdas de tripa, como en Isserlis es habitual.
Después de escuchárselas anoche en el Palacio del Marqués de Salamanca (sede madrileña de la Fundación BBVA) al violonchelista Iagoba Fanlo y al clavecinista Yago Mahúgo, creo haber dado con la respuesta de por qué estas sonatas bachianas tienen tan poca aceptación: hay un tremendo desequilibrio entre el potente sonido del violonchelo (que además, en este caso, iba montado con cuerdas metálicas) y el sutil sonido del clave, que por momentos (sobre todo, en los movimientos lentos) quedaba tapado por completo. Ese desequilibrio, claro está, no se produce cuando se usa una viola da gamba, pues su sonido es mucho más tenue que el del violonchelo. Tal circunstancia explica, asimismo, por qué cuando Bach compone estas sonatas (hablamos de finales de los 30 y principios de los 40 del siglo XVIII), la viola da gamba estaba ya a punto de pasar a mejor vida, víctima del protagonismo que había adquirido en muy poco tiempo el violonchelo, instrumento que solo unas décadas antes estaba relegado a formar parte únicamente del bajo continuo. Y, ojo, porque ese deseliquilibrio se puede paliar en parte cuando se trata de una grabación (toda grabación entraña una considerable dosis de trampas), pero en directo no hay manera de disimularlo.
Fanlo y Mahúgo, con amplia experiencia en el repertorio bachiano (sin ir más lejos, el primero había interpretado con enorme brillantez, en las dos semanas precedentes, las seis Sonatas para violonchelo solo en este mismo ciclo de la Fundación BBVA), tuvieron que lidiar desde el inicio con el inconveniente de este desequilibrio sonoro, agravado por la acústica de una sala cuya altura es muy considerable, lo cual dificultaba aún más poder percibir con nitidez las notas del clave. Por eso, la interpretación Fanlo y Mahúgo ha de ser considerada como muy meritoria, pues violonchelista y clavecinista sortearon con éxito un camino sembrado de minas, evidenciando así el talento y la solvencia de los que reiteradamente han hecho gala.
Eduardo Torrico
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