MADRID / ‘Turandot’ y los cuatro finales (tercer reparto en el Teatro Real)
Teatro Real. 5-VII-2023. Saioa Hernández (Turandot), Martin Muehle (Calaf), Miren Urbieta-Vega (Liù), Fernando Radó (Timur). Coro y Orquesta del Teatro. Director: Nicola Luisotti. Director de escena: Robert Wilson. Puccini: Turandot.
Puccini, como es bien sabido, dejó incompleta su última ópera, dando lugar a diversas maneras de darle un satisfactorio remate. A lo largo de un casi un siglo de existencia se han ofrecido cuatro soluciones. Cuando la estrenó Toscanini en 1926, en la función del 25 de abril en la Scala de Milán, el director se volvió muy teatralmente hacia el público tras la muerte de Liù, diciendo muy emocionado: “Aquí lo dejó el maestro”. Un maestro con el que, en vida, había tenido sus más y sus menos. Posteriormente, algún que otro director se ha aventurado a seguir el ejemplo (primer final posible).
La difícil tarea de finalizar la ópera le fue encomendada a Franco Alfano, compositor que en aquel momento gozaba de gran prestigio gracias a óperas como Risurrezione o La leggenda di Sakuntala. Alfano elaboró un remate un tanto largo, tedioso, un poco difuso y bastante complicado vocalmente, que Toscanini rechazó. Este final ‘largo’ nos lo descubrió en 1989 John Mauceri al grabarlo con la Opera Escocesa, con Josephine Barstow y Lando Bartolini encabezando el reparto. Es el final elegido por Antonio Pappano para su soberbia lectura discográfica del pasado año junto a Sondra Radvanovsky, Ermonela Jaho, Jonas Kaufmann y las huestes de la Santa Cecilia de Roma (segundo final).
Este primerizo aporte de Alfano fue recortado, pulido y aligerado por indicación de Toscanini, y fue en esta versión ‘corta’ como la obra se difundió universalmente en funciones y registros discográficos (tercer final, el más utilizado).
A principios del presente siglo, Luciano Berio realizó su personal y oportunista conclusión que ha tenido alguna que otra ejecución escénica y que en 2002 grabó Riccardo Chailly con Eva Urbanova y Dario Volonté, tras haberla ofrecido en primicia mundial en Tenerife durante el Festival de Canarias de ese año. Con posterioridad se ha utilizado algunas -pocas- veces (cuarto final).
Desde luego que para las 17 funciones madrileñas se ha tenido en cuenta -afortunadamente- el final de Alfano-Toscanini, que ya parece definitivamente instalado en el repertorio. Y en el tercer equipo reunido por el teatro, en sentido cronológico, volvió a brillar una orquesta y un coro, con Nicola Luisotti y Andrés Máspero al mando, que son la base principal e ineludible para que una partitura de este calibre salga adelante provechosamente. Se escuchó, pues, la Turandot de Puccini, aunque en la escena se viera esa nadería, entre estática y peripatética, firmada por Robert Wilson, que, dicho sea en descarga de su personal e inconfundible concepto, al menos no agrede al libreto ni a la partitura de la manera que suelen hacerlo otros montajes ‘monstruosos’ (echando mano de un adjetivo empleado por Richard Bonynge).
Saioa Hernández es una soprano que se mide con el repertorio de spinto a la italiana, del cual la última heroína pucciniana es un ejemplo supremo. Voz hermosa, de robusto centro y con la octava aguda que necesita este papel tan oneroso, su Turandot exhibió seguridad y autoridad ya desde su primera frase, In questa reggia, precedida por ese gélido acorde con el que tan sencilla y firmemente la presenta el compositor, hasta la última, Padre augusto. Hernández estuvo sostenida por una dicción inmaculada, incluso en las notas más altas, de las que algunas colegas evitan las consonantes para facilitar la emisión. La suya fue una interpretación de gran clase, en la cual los medios y las intenciones encontraron un perfecto equilibrio.
La voz de tintes oscuros que en su trayecto al agudo va tornándose de un dorado e interesante color broncíneo, unida a la generosidad de acentos, permitió a Martin Muehle definir un Calaf heroico y combativo. Algo justo de fiato y por momentos un poco escaso de volumen, el tenor tuvo sus mejores momentos en el segundo acto y, de manera sobresaliente, en el tercero, especialmente en el dúo final. Un Calaf reconocible.
En equilibrado contrapunto con la soprano titular, Miren Urbieta-Vega –hermoso timbre de cantante lírica, límpido y penetrante– fue una Liu ejemplar. Ya desde su sublime frase Perchè un dì…, aprovechando su delicado pianissimo, ofreció el esperado retrato de frágil muchacha, dulce y sensible, con un canto emocionante y lleno de matices. Su Liù superó a la que ella misma brindara hace cinco años en este mismo teatro.
Fernando Radó fue el Timur esperado, bien resuelto tanto por condiciones vocales como por unas intenciones que se hicieron más notorias en su desgarrado lamento tras la muerte de Liù.
El trío ministerial (Germán Olvera, Moisés Marín, Mikeldi Atxalandabaso) resultó impecable, tanto en las individualidades como en el canto al unísono, con el mérito añadido de tener que cantar y al mismo tiempo realizar toda suerte de saltos y muecas, como si de saltimbanquis se tratase. Acertado el resto del reparto, como corresponde a un teatro de nivel (Vicenç Esteve, Gerardo Bullón y David Romero en su única frase como Príncipe de Persia).
Hay que insistir en el extraordinario trabajo realizado por Luisotti y Máspero, con una orquesta y un coro que adquieren en esta partitura un protagonismo singular. Difícilmente mejorables.
Fernando Fraga
(foto: Javier del Real)