MADRID / Todos los ríos desembocan en Bach
Madrid. Basílica Pontificia de San Miguel. 19-II-2021. Capilla Santa María (Carlos Mena, contratenor y dirección; Jone Martínez, soprano; Daniel Oyarzabal, órgano positivo). Obras de Schütz, Albert, A. Krieger, Kerll, Buxtehude y J.S. Bach.
El error es pensar que un genio surge de la nada, como si de un big bang se tratara. Johann Sebastian Bach fue un inmenso océano, pero lo fue porque en él confluyeron infinidad de ríos. Bach recogió las aguas de la tradición musical germana del siglo XVII que arranca con Die drei “S” (Schein, Scheidt y Schütz, que en realidad serían cuatro, porque también está Michael Praetorius, es decir, Michael Schultze), que sigue con compositores como Albert, Kittel, Weckmann, Kerll o Krieger (Adam, que nada tiene que ver con los otros Krieger, Johann Philipp y Johann) y que finaliza con alguno de sus familiares, con Pachelbel y, sobre todo, con Buxtehude. Todos ellos tenían cabida en la biblioteca privada de Bach, a donde igualmente llegaron partituras de músicos franceses como Lully o Couperin, o italianos como Vivaldi, Torelli, Corelli, Marcello, Lotti o Albinoni. Bach apenas viajó más allá de cincuenta kilómetros de sus lugares de residencia, pero sabía qué se cocía musicalmente en aquella Europa. Y todo eso lo absorbió como una esponja, para transformarlo después en la música más grandiosa que jamás ha sido capaz de crear el ser humano.
Una buena madrugada de 1994, escuchaba yo Radio Clásica… Alguien desgranaba de manera desgarradora una cantata de Bach. Era un contratenor al que no lograba identificar. Su dicción alemana era impoluta. Deseaba que acabara esa música para el locutor revelara el nombre de semejante prodigio: Carlos Mena. Lo acompañaba un grupo canario, Xácaras, ya desaparecido, como tantos otros grupos españoles que probaron fortuna en aquel momento. Lo que no sabía (y me enteré ayer, porque así lo desveló el propio Carlos Mena al acabar el concierto ofrecido en la Basílica Pontificia de San Miguel) es que más o menos por las mismas fechas él empezaba a pergeñar un programa, este, que ha tardado un cuarto de siglo en ver la luz. ¿Por qué? Pues quizá porque no había encontrado hasta ahora la voz adecuada para acompañarlo en tan fascinante aventura. Esa voz es la de la soprano Jone Martínez.
El programa en cuestión reúne pieza de esos ríos que desembocaron en el mar bachiano, y que sirvieron para elevar a Bach a la categoría de genio irrepetible. El programa mantiene un curso cronológico, pues comienza en Schütz (Eile mich Gott zu erretten SWV282, Bringt her dem Herren SWV283 y Wohl dem der nicht Wandelt SWV290), prosigue con Albert (O der rauhen Grausamkeit), Krieger (An die Einsemkeit y Lamentation gerichtet), Kerll (Admiramini) y Buxtehude (Mit Fried und Freud ich fahr dahin), y finaliza en Bach, con dos arias (Höchstermachedeine Güte, de la Cantata BWV 51, y Gott hat alles wohl gemacht, de la Cantata BWV 35) y un dúo (Den Tod niemand zwingen kunnt, de la estremecedora Christ lag in Todesbanden BWV 4).
Contratenor y soprano se iban alternando: una pieza cada uno, para terminar el boque con un dúo. Y ello, con el único acompañamiento del órgano positivo de Daniel Oyarzabal, tan brillante y efectivo como siempre. La voz de Mena tiene la potencia de un cañón, capaz de llegar a todos los rincones, por grande que sea el espacio. La voz de Martínez es terciopelo puro, pero no esta exenta de fuerza ni nervio. Juntas empastan admirablemente. Conocen este repertorio como lo conocen pocos y saben darle el énfasis preciso a cada palabra. Su prosodia es inmaculada. Seguramente ha valido la pena esperar un cuarto de siglo para contemplar este pequeño milagro. Esta música, con esta interpretación, no es posible escucharla sin que afloren las lágrimas, sin que se erice la piel… porque toca la más fibra más sensible que llevamos dentro. A fin de cuentas, ese es el objetivo de la música, aunque solo unos privilegiados lo logren.
Eduardo Torrico