MADRID / Tocando otra vez el cielo

Madrid. Auditorio Nacional. 29-X-2020. Ciclo Universo Barroco. Musica Alchemica. Violín y dirección: Lina Tur Bonet. Obras de Cima, Castello, Selma y Salaverde, Kapsberger, Uccelini, Marini, Weichlein, Buxtehude, Pandolfi Mealli y Falconieri.
Es como si se hubiera producido una conjunción planetaria en medio de este calamitoso escenario pandémico que nos está tocando sufrir. Les hablaba hace tan solo dos días del magnífico concierto centrado en el Stylus Fantasticus que habían ofrecido Tiento Nuovo e Ignacio Prego en la Iglesia de San Miguel de Madrid, cuando nos encontramos ahora con otra abundante ración de Stylus Fantasticus en el Auditorio Nacional, a cargo esta vez de Lina Tur Bonet y su cada día más refulgente Musica Alchemica. Háganme caso: existen pocos periodos tan fascinantes en la historia de la música como este, por mucho que los programadores de aquí y de allá le sigan dando la espalda. Pero lo más importante es que las interpretaciones de estos dos grupos nacionales han resultado estratosféricas, confirmando que los españoles ya no solo están firmemente asentados en la Champions League de la música antigua, sino que luchan por hacer con el título.
Como no voy a extenderme de nuevo en consideraciones sobre lo que fue el Stylus Fantasticus, pueden consultar aquí la crítica del pasado martes, donde lo explicaba aunque solo fuera de manera somera. Lina Tur Bonet añadió algunos compositores que no están stricto sensu adscritos a este género, italianos (Cima, Castello, Marini, Uccellini, Falconieri…) o italianizados (Selma y Salaverde, Kapsberger…), pero que podrían ser considerados antecedentes del mismo. Pero ahí estaban los Buxtehude, Pandolfi Mealli y Weichlein para calarnos hasta el tuétano de nuestros huesos con su maravillosa música, con su desbordante imaginación, con su alucinante inventiva… Es un periodo, también, en el que el violín se emancipa de la casa familiar de las violas y monta toda una revolución que marcaría definitivamente el devenir de la música de Occidente en los últimos cuatro siglos.
Decir que Lina Tur Bonet está actualmente entre los más grandes violinistas del mundo (barrocos o modernos, porque toca los dos instrumentos) quizá pueda sonar exagerado. Pero cualquiera que tenga la oportunidad de escucharla comprobará inmediatamente que no hay exageración que valga. Tiene, además, otra gran virtud: saberse rodear de colaboradores excepcionales, como el caso del clavecinista Dani Espasa, con el que ha establecido un descollante maridaje musical. Ayer se emparejó, violinísticamente hablando, con otro talento exuberante, como es Pável Amílcar Ayala, mexicano establecido desde hace años en Barcelona. Ella brilló en sus solos, pero fue aún mayor el fulgor cuando ambos se suplementaron. Ronald Martín Alonso, cubano afincado en París, dejó bien claro que es de los mejores violagambistas con que uno puede toparse hoy día en una sala de conciertos. Jadran Duncumb (curiosa mezcla de nacionalidades: croata, inglés, noruego…) sentó cátedra con el archilaúd no solo en el bajo continuo, sino también en una pieza de Kapsberger en la que estuvo acompañada por la arpista Marta Graziolino, igualmente magnífica a lo largo de toda la velada. Y el veterano Andrew Ackerman sentó, una vez más, cátedra con su contrabajo.
He dejado deliberadamente al margen a los dos violistas, Lola Fernández y José Manuel Navarro, porque ambos fueron parte fundamental en la obra que hizo saltar por los aires la sala de cámara del Auditorio: la Partia III en La menor de la Encaenia musices del pater Romanus Weichlein, un alumno de Biber del que, por desgracia, solo se conserva esta abrumadora obra y alguna que otra misa. Es difícil encontrar algo tan hermoso como esta pieza de Weichlein. Y, sobre todo, tan bien interpretado. Ese diálogo entre los dos violines y las dos violas puso la carne de gallina. Y sin apenas tiempo para reponernos del mazazo, llegó la Sonata a 2 en Re Menor BWV 272 de Buxtehude, compositor que se agiganta hasta el infinito a medida que uno lo va conociendo.
Como guinda al pastel, la alegría inacabable de Falconieri (con su batalla dedicada a Barrabás y con sus folías para doña Tarolilla de Carallenos) y dos bises sin solución de continuidad: un espeluznante arreglo para cuerdas de la célebre Passacaglia de Buxtehude y la chispeante Marcha de los turcos de Monsieur Lully.
Eduardo Torrico
(Foto: Elvira Megías)