MADRID / Sublime música del barroco germano con Tiento Nuovo y Carlos Mena
Madrid. Capilla del Palacio Real. 17-II-2024. Festival Internacional de Arte Sacro de Madrid. Carlos Mena, contratenor. Tiento Nuovo. Ignacio Prego, órgano positivo y dirección. Lamento: obras de Schmelzer, Johann Michael Bach, Rosenmüller, Sances, Biber y Erlebach.
Tiento Nuovo y Carlos Mena nos trajeron un programa de una belleza descomunal que nos trasladó a un tiempo donde la trascendencia del sentido de la vida y de la muerte cobraba especial relevancia debido a la desolación que había arrasado Europa Central, y en particular las tierras germanas, con guerras interminables, destrucción y enfermedades. De esas condiciones extremas nacieron algunas de las músicas más sublimes de su tiempo, que canalizaban tanto el ansia hacia una vida mejor, como la superación de la idea de la muerte ante la precariedad y lo efímero de la vida, con textos que anhelan la paz a través de un sentimiento transcendente de gran religiosidad, y una música que se elevaba al cielo desde lo más terrenal. El marco incomparable de la Capilla Real proveyó de una escala especial y una emocionante cercanía al concierto.
A todo ello se le suma un periodo efervescente de cambios en el barroco medio por aquellos lugares, un tiempo donde muchos músicos italianos han ido a trabajar a Viena y a los dominios del Sacro Imperio, o a tierras alemanas, para desde allí contribuir a formar, mezclado con otros componentes propios del lugar, como el contrapunto, un Estilo Fantástico aún más brillante, con una imaginación y libertad desbordantes. El concierto comenzó con la Sonata IV a 6 de la colección Sacro-Profanus Concentus Musicus de Johann Heinrich Schmelzer, una pieza de gran riqueza, con gran protagonismo de todas las voces, con momentos de texturas muy densas y exuberantes, como las entradas sucesivas desde los bajos, o las excelentes partes para violines entre otras.
La interpretación instrumental fue brillante durante toda la velada, con un impresionante Emmanuel Resche-Caserta como primer violín, que nos inundó de fantasía y un virtuosismo sereno durante todo el concierto, y que tuvo como espléndido acompañante al violín de Víctor Martínez. Las violas tienen partes importantes en las texturas de estas músicas, con gran protagonismo en muchos momentos, y fueron interpretadas con brillantez por José Manuel Navarro y Daniel Lorenzo. María Martínez tocó con elegancia el violonchelo, tanto en las partes como en el continuo, junto a la energía y solidez de Ismael Campanero al violone. Ramiro Morales estuvo siempre delicado con la cuerda pulsada, como Alberto Martínez al clave e Ignacio Prego desde el órgano positivo, muy protagonista y exquisito en las arias alemanas, que ejerció de director del conjunto de manera espléndida. Quizá, por poner una pega al orgánico, que no a la interpretación, uno echaba en falta bajos de viola da gamba, tan propios de muchas obras del programa.
La primera pieza vocal correspondió a Johann Michael Bach, Ach, wie sehnlich wart ich der Zeit, que nos trasladó a la excelencia de esa generación, y muy en especial a la de los tíos de Johann Sebastian Bach —Johann Michael fue tío segundo y suegro de Bach, como padre de su primera mujer, María Barbara—. Esta cantata para voz y cinco partes instrumentales habla con belleza del extremo deseo del alma de llegar a la muerte e ir con Dios frente a lo vano del terrenal cuerpo. Carlos Mena, como durante todo el concierto, estuvo espléndido y la cantó con inusitada belleza, con una voz de gran potencia y proyección y unos agudos superlativos que herían el alma, como recoge la angustia del texto, o que nos transmitía dulzura cuando la música nos reconfortaba. Mena conoce este repertorio como pocos y sabe darle el énfasis preciso a cada palabra, con una prosodia inmaculada. Su técnica de canto es absolutamente excepcional, con un control de la respiración fuera de serie y maneja a la perfección todos los afectos y los registros de esta música con su técnica excepcional. El privilegio de escuchar a Mena en este recinto y a una distancia tan pequeña es también algo muy especial.
Después, la Sonata XI a 5 en La mayor (1682) del siempre brillante Johann Rosenmüller nos volvió a mostrar a un conjunto instrumental pleno de forma, que interpretó brillantemente y con atención al detalle todas las enriquecedoras texturas de esta música excelente.
Giovanni Felice Sances fue uno de eso compositores italianos que trabajó en Centroeuropa y gozó de gran prestigio. Estudió y trabajó en Roma, luego su carrera le llevó a Bolonia, Venecia y Padua. En 1636 llegó a la corte imperial de Viena, donde trabajó primero como cantante, y en 1649 fue nombrado vicemaestro de capilla de Antonio Bertali, con quién colaboró en las representaciones regulares de ópera. También compuso obras sacras y música de cámara. En 1669 asumió el cargo de maestro de capilla imperial tras la muerte de Bertali. A partir de 1673, debido a problemas de salud, muchas de sus funciones fueron asumidas por su adjunto, nada menos que Johann Heinrich Schmelzer.
Su Pianto della Madonna es una joya refulgente que nos lleva afectivamente por muchos estados de ánimo, expresados con gran énfasis por la música, con una delicadeza hacia el texto y una expresividad sobresalientes, es uno de los Stabat Mater más bellos y profundos jamás compuestos. La obra contiene en su estructura dos recitativos de dos estrofas cada uno, dos ariosos de cuatro estrofas cada uno, un recitativo de tres estrofas y un arioso de cinco estrofas, más el Amen que sigue al final de la pieza. Mena lo ha grabado y cantado en muchas ocasiones, y es una obra que domina con una maestría inigualable en todos sus registros, como podemos ejemplarizar en esa aceleración gradual en Quae maerebat et dolebat y esos golpes profundos de garganta en cum videbat. El contratenor nos mostró ese fiato impresionante que posee en muchos momentos y su elegancia técnica. En la obra hay unos diálogos de los violines con el cantante bellísimos, muchas inflexiones y matices brillantemente interpretados por cantante e instrumentistas.
A esa obra maestra le siguió una preciosa Chiaccona a 3, anónima, del Partiturbuch Ludwig de 1662, un libro lleno de joyas, donde los intérpretes fueron asumiendo y cambiando la partes con una delicadeza inigualable, hasta terminar con el diálogo entre el órgano y la tiorba, para quedar solo la tiorba al final. Una delicia.
Después nos llegó otra pieza instrumental sobrecogedora, como es el Lamento Sopra la Morte de Ferdinand III de Schmelzer, una de sus obras maestras. Abrió el primer movimiento el impresionante violín de Resche-Caserta, excepcional toda la noche, sobre un espléndido bajo continuo, lo que viene después, con los doloridos golpes de arco, las bellas texturas graves de las violas y la despedida final entre violines y violas, fueron interpretadas también magistralmente.
Otra pieza de Johann Michael Bach, Auf, laßt uns den Herren loben, nos devolvió a esa especial trascendencia de la música alemana de la época. La entrada de violines de esa pieza es simplemente impresionante, de una belleza que alegra el alma, mientras que el texto habla de dar gracias a Dios por estar ilesos mientras otros países son devastados a través de la guerra y el fuego. La interpretación de Mena, fue sencillamente emocionante. Como transición instrumental entre las piezas vocales, llegó después una brillante interpretación de la Sonata III a sei de Heinrich Ignaz Franz von Biber, de su colección Sonatae tam aris quam aulis servientes, que el ensemble construyó con una gran imaginación.
Uno de los grandes momentos correspondió a la música de Philipp Heinrich Erlebach, que trabajó prácticamente toda su vida como maestro de capilla para el Príncipe Albert Anton en Rudolstadt. Como en otros lugares de Alemania, en esa pequeña corte floreció una música de gran calidad que fusionaba los estilos italiano y francés. A pesar de la desgraciada desaparición en un incendio de la mayor parte de su obra, la música de Erlebach que ha llegado hasta nosotros es de enorme calidad, de gran inventiva y delicadeza, y disfrutó en su tiempo de merecido prestigio. Entre ellas, una de las obras principales es la colección de 75 arias profanas Harmonische Freude musicalischer Freunde, publicadas en 1697 y 1710 en Núremberg. Son arias estróficas, unas desarrollan el estilo concertante con instrumentos obligatti, estructuras da capo y elementos virtuosos, mientras otras son más convencionales.
Una de las joyas de la colección es, sin duda, el aria Wer sich dem Himmel übergeben, una pieza de un sentimiento y belleza indescriptibles, cuya melodía fluye grácilmente, con unos violines en estado de gracia, un bajo continuo muy pregnante y un Mena absolutamente encantador, con un control técnico inigualable, que nos ofreció en el da capo unas bellas y medidas coloraturas, y unas ornamentaciones exquisitas con ese gran gusto que siempre posee Mena.
Antes de ofrecernos la primera pieza vocal del concierto como propina, Ach, wie sehnlich wart ich der Zeit, que resultó aún más hermosa que la primera vez, Ignacio Prego dedicó esta pieza expresamente a la memoria de nuestro añorado y querido Eduardo Torrico, del que elogió toda su impagable labor por la Música Antigua y en especial por los grupos jóvenes españoles.
Con esta música que tanto amaba Eduardo, me vino el recuerdo de un concierto del FIAS del año 2021, con un programa muy personal de Carlos Mena, casi tarea de una vida, llamado Entre Alpha y Omega, que estaba dedicado también a música alemana de esa época y que interpretó junto a Jone Martínez y Daniel Oyarzabal. Eduardo me confesó que no pudo parar de llorar de la emoción durante casi todo el concierto y, después, escribió en Scherzo en su crítica lo siguiente: “Esta música, con esta interpretación, no es posible escucharla sin que afloren las lágrimas, sin que se erice la piel… porque toca la más fibra más sensible que llevamos dentro. A fin de cuentas, ese es el objetivo de la música, aunque solo unos privilegiados lo logren”. Seguro que Eduardo estaría en las alturas de la cúpula de la Real Capilla emocionado también con la música y la interpretación de ayer.
Hago mías sus palabras para este concierto sublime con el que Carlos Mena, Ignacio Prego y Tiento Nuovo cerraron memorablemente el penúltimo concierto de otra brillante edición del FIAS, organizada con la impagable labor de Pepe Mompeán, que dedicó todo el Festival a la memoria de nuestro querido amigo, a quién hemos recordado y echado de menos con mucha emoción.
Manuel de Lara
(fotos: Patrimonio Nacional)