MADRID / ‘El murciélago’: sonrisa straussiana en tiempos revueltos
Madrid. Teatro Real. 9-XII-2023. Johann Strauss II: El murciélago (versión de concierto) / Huw Montague Rendall, Jacquelyn Stucker, Marina Viotti, Magnus Dietrich, Leon Košavic, Krešimir Špicer, Alina Wunderlin. Les Musiciens du Louvre. Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana. Les Musiciens du Louvre. Director: Marc Minkowski.
Nunca es tarde si la dicha es buena, dicen. Y ciertamente, tarde es que sea en diciembre de 2023, la fecha en la que se estrena en el Teatro Real la opereta más famosa de Johann Strauss hijo, El Murciélago, cuando apenas falta menos de un año para que se cumplan 150 de su estreno en el Theater an der Wien de la capital austriaca. Pero la dicha es sin duda bienvenida, porque la obra, cuya comicidad y chispeante música va con frecuencia asociada a las próximas fiestas navideñas, es una delicia de principio a fin, una fiesta de alegría y risa que, si siempre es bien recibida, lo es incluso más en estos tiempos convulsos que vivimos, en los que la música bellísima de Strauss, elaborada con tanta elegancia e impecable factura como sonriente gracejo, constituye una auténtica terapia de elevación del espíritu.
Lo hizo, por desgracia, en función única y en versión de concierto semi-escenificada (hasta nueve títulos en este formato tiene la presente temporada del Real), pero, como suele decirse, menos da una piedra. El escueto programa de mano no especificaba la autoría de la adaptación del texto, que en el caso de la próxima interpretación parisina (la interpretación se repetirá el próximo día 13 en el Teatro de los Campos Elíseos) es Romain Gilbert, aunque en el caso madrileño es indudable que alguien introdujo aspectos locales, no sólo por algunas frases dichas en español, sino incluso por alusiones como la broma sobre dónde pagaba sus impuestos Alfred y el subsiguiente “pésame” de Frosch al responderle éste que “también aquí”. Sea quien fuere el autor de la adaptación, merece sin duda un buen aplauso, porque la misma está hecha con mucha gracia y añade a la sonrisa del conjunto, como también el movimiento “semi” escénico.
En una propuesta como la que se comenta se pierden, claro, y no deja de ser una pena, las bellezas de producciones como las de Otto Schenk en Múnich (1987, con el inolvidable Carlos Kleiber al frente) o Jürgen Flimm en el propio teatro vienés del estreno (1999, con Nikolaus Harnoncourt en el podio), pero hay que decir inmediatamente que músicos y autor de la adaptación consiguieron, pese a todo, ofrecer una interpretación sonriente, divertida y apropiadamente festiva. Elementos todos ellos sin los que resulta inconcebible una obra como esta.
Cuando se habla de El Murciélago es inevitable recordar a ciertas voces femeninas (las magníficas Hilde Gueden y Wilma Lipp con Clemens Krauss, o las no menos inolvidables Schwarzkopf y Rita Streich con Karajan) y masculinas (Patzak con Krauss o Gedda con Karajan), pero el reparto escuchado ayer, sin alcanzar tan excelsos niveles, ofreció una competencia estupenda. La soprano estadounidense Jacquelyn Stucker, con una voz de bello timbre, buena presencia y excelente agilidad, compuso una Rosalinde de elegante línea, como quedó en evidencia en su muy bien delineada lectura de la zarda del segundo acto. Pero fue capaz también de lucir descaro en el dúo con Eisenstein Dieser Anstand so manierlich en ese mismo acto. Se lució, con desparpajo y gran agilidad, la germana Alina Wunderlin como Adele (brillante su canto en (Spiel ich die Unschuld vom Lande, muy segura en toda la tesitura), una genuina soubrette que brindó una estupenda interpretación y se erigió, con todo merecimiento, en la gran triunfadora de la noche.
El papel de Orlofsky tiene su aquel, como es bien sabido. Algunos (Kleiber, con Rebroff) optaron por un falsetista, otros (Karajan, con Rudolf Christ) por un tenor de timbre muy ligero, y la mayoría por una mezzo (el propio Kleiber, en su lectura para DVD, con la inolvidable Fassbaender, y Krauss, con Sieglinde Wagner), alternativa encarnada también ayer por la suiza Marina Viotti (que alterna estos días con su papel como Maddalena en el Rigoletto del coliseo madrileño). Viotti dibujó un Orlofsky suficientemente cómico y vocalmente competente más que deslumbrante.
Entre el elenco masculino, hay que destacar la excelente interpretación del tenor muniqués Magnus Dietrich, un Alfred estupendo de voz y vis cómica. Notable el Eisenstein del barítono británico Huw Montague Rendall, voz no deslumbrante pero atractiva y bien manejada. Excelente también y, muy notable en su faceta como actor, el barítono austriaco Michael Kraus, que compuso un tronchante alcaide de la prisión. Notables prestaciones de Košavic (Dr. Falke), Špicer (Dr. Blind) y Buendia (Ida), en sus respectivos papeles, y descacharrante Sunnyi Melles en su encarnación hablada de Frosch.
Queda por tratar la faceta quizá más problemática: la orquestal. Les Musiciens du Louvre, el grupo que fundó en 1982 un entonces jovencísimo Marc Minkowski, es una orquesta que ha demostrado indiscutible solvencia en mucho repertorio barroco (especialmente francés, pero también haendeliano). Pero se ha acercado también a mundos a los que no se les asocia habitualmente (El Holandés errante de Wagner), incluyendo el de la opereta, con Offenbach a la cabeza. Minkowski, por su parte, es ya un veterano del podio. Músico de indudable energía y vitalidad, es un director más fogoso que sutil y refinado.
La música de Strauss reclama una dirección (a los nombres referidos cabe remitirse, qué duda cabe) de fina sensibilidad, flexible y fluido fraseo, sabia y sensible en el manejo de la agógica, con un rubato que los vieneses manejan como nadie, pero que dota a la música de un colorido tan especial como inseparable de su propia esencia. Con Minkowski, siempre campechano y abierto, la simpatía está asegurada. Incluso cuando el Dr Falke introdujo la broma sobre la fiesta “del príncipe Minkowski” (para luego corregirse, claro, y decir “Orlofsky”), cuando tomó un sorbo de champán de la copa de Alfred en el segundo acto o cuando hizo partícipe al público en el tramo final de la música de ballet del mismo (con partitura adaptada: se interpretó la marcha rusa, pero se omitieron la escocesa y la española, y se introdujo, a cambio, la polka rápida Bajo truenos y relámpagos del propio Strauss), al más puro estilo festivo del concierto de año nuevo.
Su acercamiento, no siempre ajustado en la medida última de precisión con los cantantes, tuvo la esperable energía, intensidad y ambiente festivo, con una orquesta que respondió bien a sus demandas. No se apreciaron, ni probablemente cabía esperarlas, las sutilezas y guiños que las batutas mencionadas extraían con refinada sensibilidad de la chispeante partitura, mucho más compleja en cuanto a desentrañar toda la gracia que encierra más allá de la sonrisa de superficie. El rubato se antojó de limitado recorrido, y la riqueza de colorido tímbrico pareció (la obertura o la polca mencionada fueron buenos ejemplos) quedar lejos de lo que los directores mencionados al principio ofrecieron en su momento.
Con todo, cabe considerar muy notable el resultado global en lo que se refiere a su propósito principal: conseguir una velada esencialmente divertida, sonriente y luminosa. No cabe duda de que eso se logró. Claro que la música de Strauss y un elenco muy competente ayudan lo suyo.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Javier del Real)