MADRID / Sobresaliente Chaikovski de Petrenko con la Royal Philharmonic
Madrid. Auditorio Nacional. Ibermúsica 22/23. 19-IV-2023. Royal Philharmonic Orchestra. Director: Vasily Petrenko. Solista: Narek Hakhnazaryan, violonchelo. Obras de Dvorák y Chaikovski.
Pocas veces, por fortuna, se enfrenta el crítico a la tesitura de tener que escribir una reseña en el día funesto en el que se ha perdido un amigo y compañero. Digo que por fortuna son pocas veces porque cuesta, la verdad, concentrarse en la tarea. La cabeza está en otro sitio, recordándole, y creyendo que aún le encontraremos el domingo cuando acudamos a ver el Tolomeo de Handel en el Real, una cita que no habría perdonado el querido Eduardo Torrico. Pero entre las muchas cosas en las que Eduardo era un ejemplo su sentido del deber y su dedicación profesional ocupaban un lugar destacado. Así que, a ello.
El segundo programa de la Royal Philharmonic traía el más popular de los conciertos de Dvorák, el de violonchelo, que a su vez es muy probablemente el más celebrado para este instrumento de todo el repertorio romántico. Página efusiva, jubilosa y apasionada en los movimientos extremos, delicadamente poética y cantada en el segundo. El solista de la ocasión era el armenio Narek Hakhnazaryan (Yerevan, 1988), que en el concurso Chaikovski de 2011 se alzó con la medalla de oro y debutaba en el ciclo de Ibermúsica. Hakhnazaryan mostró inmediatamente algunas virtudes: el sonido es cálido y redondo, matiza y frasea con gusto, y el discurso tiene consistencia y fluidez. Evidenció también lo que para el firmante son algunas limitaciones: al sonido le falta presencia y empaque. Escuchado desde una localidad muy similar a la que tuve ayer, el discurso llegaba con mucha más dificultad que el de su colega violinista de ayer. En bastantes pasajes con tutti, aunque el volumen orquestal fuera solo discreto, apenas se le escuchaba. Y, muy significativamente, en el diálogo con el concertino durante el tercer tiempo, quedó bastante tapado por éste. El vibrato, generoso, estuvo manejado con inteligencia y no distorsionó una afinación generalmente precisa, que sólo perdió finura en alguno de los pasajes que técnicamente resultaban más exigentes en cuanto a agilidad.
La interpretación, bien apoyada por Petrenko y la orquesta británica, tuvo sus mejores momentos en las fases más líricas, como la exposición del motivo contrastante del primer tiempo sobre la indicación dolce e molto sostenuto, o el segundo en su totalidad, muy bellamente expuesto y matizado. El Allegro moderato final tuvo más entusiasmo e impulso festivo desde el podio que desde el atril solista, aunque se recreó con acierto el pasaje Poco meno mosso. En todo caso, bienvenido sea el retorno de esta obra, que no se escuchaba en Ibermúsica desde hace siete años. El éxito fue apreciable, y el armenio regaló el final de la Suite de Gaspar Cassadó.
Si había que dar con razón la bienvenida al retorno del brillante concierto de Dvorák, había aún más argumento para aplaudir la obra que ocupaba la segunda parte: una sinfonía de Chaikovski singular y no numerada: Manfredo, partitura de madurez, emprendida en principio bajo la duda y luego cautivando a su propio autor hasta la obsesión. Obra, sin embargo, que como el firmante tuvo ocasión de comentar con Semyon Bychkov hace unos años con motivo de su grabación de la misma, es incomprensiblemente infravalorada en el corpus sinfónico del autor de El Cascanueces, pese a ser una partitura de redonda construcción formal y envidiable intensidad dramática. Que en los ciclos de Ibermúsica, con la gran popularidad que atesora Chaikovski, solo haya figurado en dos ocasiones, y la última hace la friolera de 32 años, es todo un síntoma de esa infravaloración. Injusta, sin duda, porque Chaikovski, él mismo una personalidad atormentada, captó con perfección el caleidoscópico recorrido del personaje del poema de Byron, y pese a la resistencia inicial expresada a Balakirev tras la petición de este, como bien relata Irene de Juan en sus precisas notas, consiguió una música que transita con maestría por lo lúgubre, lo trágico, lo bailable, lo colorista y lo pastoral.
Petrenko entiende a la perfección la esencia de esta partitura, y la desgranó con gran acierto. Tuvo fuerza el apasionado desgarro del Lento lugubre inicial, con rotundos arcos y amargos cantos de la madera. Dibujó el maestro ruso un arco de creciente intensidad, culminado en un final de estremecedor voltaje, tras un pasaje (Andante con duolo) profundamente trágico. Acusado contraste el ágil vuelo del Vivace con spirito, donde la cuerda y la madera respondieron de manera sobresaliente a la exigente demanda de agilidad con un tempo nada condescendiente marcado desde el podio. Exquisito el Trío, una música bellísima en la que brilló de nuevo una cuerda de hermosísima y redonda sonoridad. Magnífico canto del oboe en el inicio del Andante con moto, muy expresivo y bien expuesto por Petrenko, con un solista de trompa cuyo desempeño fue considerablemente mejor que el del día previo.
Apunta De Juan con acierto que el Allegro con fuoco final nos lleva por los distintos escenarios del “programa”, desde la bacanal hasta la muerte final del protagonista. Dibujó todo ello con precisión y contagiosa intensidad el maestro ruso, en un viaje que tuvo pasión, júbilo festivo, siniestro retorno a la lúgubre atmosfera inicial, grandeza en la magnifica fuga, emoción en el andante con duolo, sobre el que Chaikovski añade, para más precisión: dolente ed appassionato. Acertó Petrenko, creo, en recrear (como también defendía Bychkov) el clima final de paz, aunque se optara, como tantas veces, por el órgano y no por el armonio que muy explícitamente indica la partitura y que, como comentaba el hoy titular de la Filarmónica Checa, otorga a esa conclusión un carácter más intimista y sereno.
Interpretación, en todo caso, de muchos quilates, con una respuesta general muy brillante por parte de la orquesta, especialmente destacable en la cuerda y la madera. Es cierto que los metales confirmaron ser la sección menos buena una orquesta estupenda, pero aun así, su prestación resultó notablemente superior a la del día previo. El éxito, pese al desvanecido final, que como es sabido no despierta inmediatas ovaciones, fue muy grande, y Petrenko ofreció con su orquesta la misma propina que el día anterior: el Grand pas espagnol de Raymonda, el ballet de Alexander Glazunov.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Rafa Martín/Ibermúsica)