MADRID / Sobrecogedor Perianes

Madrid. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). 13-IV-2021. XXVI Ciclo de Grandes Intérpretes. Javier Perianes, piano. Obras de Beethoven, Chopin, Granados y Liszt.
Muy interesante, precioso y estupendamente construido programa el que está llevando de gira el onubense Javier Perianes, y que acaba de ofrecer en Madrid en su sexta visita al Ciclo de Grandes Intérpretes, bajo el título, bien apropiado al contenido, de El amor y la muerte. La Sonata op. 26 de Beethoven no sólo se empieza a alejar de moldes tradicionales en detalles como que el primer movimiento sea un tema con variaciones, sino que cuadra perfectamente con el título del programa porque el verdadero centro de gravedad es el tercer movimiento, titulado muy significativamente Marcia funebre sulla morte d’un Eroe.
Así lo entendió Perianes, que dibujó un tema con variaciones inicial de bella sonoridad y siempre elegante fraseo, con contención en los forte y algunos acentos, prolongada en un scherzo ágil y ligero, y centró toda la intensidad dramática en esa Marcia funebre donde las aristas beethovenianas fueron presentadas en toda su crudeza. Vital y desenfadado el allegro final.
También en la Sonata nº 2 de Chopin la (en este caso conocidísima) Marcha fúnebre ocupa el tercer movimiento, pero el clima en toda la sonata es más uniformemente dramático. El primer movimiento, con su peculiar dibujo entrecortado y muy ligeramente retrasado en la mano derecha, transmite sin duda, como señala Reverter en sus notas, sensación de angustia, de inquietud, de zozobra. Sensación admirablemente captada por Perianes, que ofreció una lectura llena de tensión, muy bien contrastada con el más lírico, sereno y dulce segundo tema, igualmente delineado de manera extraordinaria. Ominoso y tenso igualmente el Scherzo, enérgico y hasta desgarrado en su oscura atmósfera.
La Marcha fúnebre fue una maravilla de principio a fin. Maravilla de sonido, de matiz, de sensibilidad y de equilibrio. De llevar al oyente a contener la respiración sin añadir un ápice de peligroso edulcoramiento. ¡Qué preciosidad de sonido, de matiz y de levedad, en una sección central magnífica y sobrecogedora por todos los conceptos! Siempre me ha parecido que el último tiempo de esta obra es un ramalazo visionario, un trazo estremecedor, en ese fulgurante unísono que escapa a cualquier formato y que, adecuadamente realizado, como en esta ocasión, pone también los pelos de punta.
Dos fragmentos de Goyescas a continuación: Requiebros y El amor y la muerte. Llena de exaltación, colorido y fantasía la interpretación de la dificilísima primera, extraordinariamente realizada, y dramática, doliente y oscura, la segunda, que dejó al público nuevamente con el aliento contenido.
Faltaba el cierre. Y el cierre fue sencillamente espeluznante. Lo es, cuando se le dota de la intensidad adecuada, esa página casi aterradora que es Funerales, la séptima pieza de la colección de Armonías poéticas y religiosas de Liszt. Una obra que discurre por ambientes fúnebres y trágicos pero que cuenta con un pasaje marcado Allegro energico (que según la Nueva Edición Liszt el compositor convertía en allegro maestoso) de una rotunda aunque severa exaltación. La interpretación tuvo todo el contraste, el drama, la contundencia (tremendos los fff) y la siniestra oscuridad que encierra esta escalofriante partitura, y proporcionó un hermoso y sobrecogedor cierre a este intenso y emotivo programa. El éxito enorme obligó a Perianes a tres propinas, cada una de las cuales fue otro regalo para el oído y para el espíritu.
La hermosa Mazurka op. 63 nº 3 de Chopin nos llegó en las manos de Perianes en toda su sugerente elegancia lírica. Le siguió otra de las Goyescas, en esta ocasión Quejas o la maja y el ruiseñor, ofrecida con tan sugerente atmósfera como las dos de la misma obra ya comentadas. El regalo final nos llevó de nuevo al estremecimiento, por una partitura genial que combinaba los dos componentes del título del programa: amor y muerte. La magistral transcripción que hizo en su día Liszt de la Muerte de amor del Tristán e Isolda de Wagner. Sobrecogedora partitura e inigualable transcripción, traducida de forma sencillamente formidable (el clímax fue literalmente espeluznante) por el maestro Perianes. Después de eso, se despidió Perianes del público. Y era lo lógico. Tras eso, no cabe tocar nada más. Bravo por el programa, bravo por su magnífica interpretación.
Rafael Ortega Basagoiti
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