MADRID / Segundo reparto de ‘Medée’, con una arrolladora Saioa Hernández

Madrid. Teatro Real. 2-X-2023. Dirección musical: Ivor Bolton. Dirección escénica y escenografía: Paco Azorín. Saioa Hernández; Francesco Demuro; Silvia Tro Santafé; Michael Mofidian; Marina Monzó; David Lagares; Mercedes Gancedo; Alexandra Urquiola; Carla Rodríguez e Ismael Palacios. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Cherubini: Médée.
Tras dar cuenta de la apertura de la temporada 23-24 del Teatro Real con el estreno de Médée de Cherubini, hemos vuelto al coliseo madrileño para asistir a una nueva representación de esta obra con el segundo reparto encabezado por Saioa Hernández.
Puesto que en la anterior reseña –que pueden leer en esta misma web– ya dimos cuenta de los más destacables aspectos escenográficos y de puesta en escena, no vamos a insistir especialmente en ellos. Simplemente corroborar que lo que nos pareció un tanto redundante y pesado la primera vez, nos sigue resultando así, y me refiero a esa omnipresencia de los hijos de Médée, convertidos en centro forzado de la acción sin necesidad ninguna. Para empezar, en lugar de dos hijos varones, nos planta a la parejita, por aquello de la igualdad supongo y para hacer triunfar a la niña inverosímilmente en esa absurda pelea entre ellos. Desde el “spoiler” inicial en que ya vemos el asesinato, pasando por la citada pelea en el compromiso de su padre con Dirce, su aparición inexplicable en el patio de butacas o esa pesadilla de Médée en que acaba con ellos una y otra vez, hace que el peso dramático se diluya y, sobre todo, que el punto culminante de su asesinato quede completamente desdibujado. Los medios escénicos son apabullantes, pero falta equilibrio en su dosificación y en la puesta en escena: o demasiado, o demasiado poco. Y sobra ese tono de moralina que tan poco se corresponde con los mitos, se versionen cuando se versionen.
La partitura da de sí hasta donde dan los Spontini, Méhul o Lemoyne, por mucho que Callas hiciera bandera de ella (a pesar de su inmensa metida de pata, porque decía que lo fascinante de Cherubini eran sus recitativos, o sea, lo único que no compuso, como bien apunta Mario Muñoz en sus excelentes notas al programa) y que le encantara a mi adorado Brahms quien, no olvidemos, despreciaba a Wagner. Está claro que ninguna de ambas cosas restan un ápice a su genio, por cierto. En cualquier caso, para que esta obra nos resulte de verdad atractiva y resaltar sus mejores cualidades –que las tiene–, como son una retórica musical bastante adecuada a las situaciones, un dramatismo bien marcado en no pocos momentos y cierto patetismo no exento de refinado sentimentalismo, hace falta bastante más que un Ivor Bolton. Lo que está claro es que desde el estreno no ha habido reflexión ninguna, que las pegas que encontramos ahí siguen y que probablemente, falta un trabajo de profundidad. En primer lugar, hay un problema de equilibrio entre el foso y la escena, porque no pocas veces la orquesta prácticamente cubre a los cantantes que, por cierto, no andan cortos de caudal. No son pocas las ocasiones en que hay desajustes e imprecisiones, tanto en el foso y ya desde la obertura, como especialmente con el coro, por ejemplo en toda la escena de la boda al final del acto II, donde el follón es notable porque no hay una gradación de los planos sonoros ni jerarquía de ningún tipo. Bolton es incapaz de flexibilizar mínimamente el tempo para que los cantantes o los solistas de la orquesta puedan frasear con un poco de gusto y de forma adecuada al carácter: lo de dirigir cada nota de las cadencias del fagot en el aria de Néris ya rozaba la caricatura, más aún con un estupendo solista. Y por último, la ausencia de gradación en las dinámicas, de contrastes, de pausas dramáticas (escritas, por cierto) que contribuyen a que la obra suene como un continuo sin apenas variación de carácter. Una pena. Escuchen a Christophe Rousset en este repertorio y me comprenderán.
En cuanto a los cantantes, hay que destacar sin ambages el absoluto señorío de Saioa Hernández encarnando a la filicida. Compone un personaje casi monolítico, donde el dudoso sentimiento maternal de Médée apenas si tiene cabida: ella es la semidiosa, sólo a medias humana y cuando se trata de ponerse trágica y aplicar la venganza propia de su parte divina, no hay resquicio para la compasión. Esto, que desde el punto de vista de la psicología de los personajes puede parecer un tanto frío, en cambio me pareció perfectamente acorde con el mito y con el texto literario y musical: es el empeño de Azorín en que nos fijemos en los niños el que no encaja. Con una presencia escénica arrolladora, la Médée de Saioa Hernández es dominadora, casi salvaje, cabalga su derrota con la seguridad de quien sabe que va a hacer mucho más daño del que recibe, con el punto de chulería del que sabe que puede porque no hay obstáculo que le pare: una auténtica heroína trágica. En el aspecto vocal, derrochó poderío, no se puede decir otra cosa. Esta soprano que es casi (o sin casi) una spinto es de las pocas que pueden permitirse afrontar este papel con total autoridad. Quizá a quien suscribe le hubiera gustado un poco menos de registro de pecho en toda su primera intervención, porque tiene unos estupendos graves y porque la línea vocal se habría asentado antes, pero es un detalle comparado con su desempeño total. Impresiona ver cómo, tras un tour de force como es esa partitura, ella llega tan fresca al final, o al menos eso parece, salvando las inclemencias de Cherubini, aumentadas por las de la batuta. Su voz es una auténtica columna perfecta, solvente y homogénea en todos los registros, con agudos brillantes y plenos. Estuvo soberana en los actos II y III y levantó escalofríos con su falta de piedad en ese final tremendo.
El tenor Francesco Demuro se enfrentó a Jasón, uno de esos papeles franceses tan ingratos, con una escritura tirante que prácticamente requiere a un dramático con la flexibilidad de un ligero. Poseedor de muy buena proyección, el timbre es bastante homogéneo y la línea de canto resistió bastante bien, aunque se le notaron ciertas flaquezas por momentos en el agudo. Si ciertas intervenciones en el primer acto no fueron muy afortunadas, como el dúo con Dirce, sin embargo fue mejorando e hizo un segundo acto solvente frente a la colosal Médée.
Marina Monzó cantó estupendamente esa desamparada y temerosa Dirce, con una voz realmente bella, con preciosos agudos y buen centro, muy buena proyección y agilidades más que notables. Sin embargo la interpretación fue un tanto plana en matices, lo cual puede deberse a su casi total ausencia en el foso. Muy bien estuvo Silvia Tro Santafé como Néris. Su preciosa aria con el fagot obbligato (la más bella de la ópera) fue cantada con enorme elegancia y un fraseo excelentes, regalando momentos de auténtica emoción y consiguiendo una interpretación superior a lo que parecía prometer inicialmente. Y también se lleva el premio a la mejor dicción francesa de la noche.
El joven barítono Michael Mofidian se desempeñó lo mejor que pudo en el papel de Creonte, el padre de Dirce, es decir, cantó con gusto y buena línea, pero no es un bajo, que es lo menos que se podía pedir teniendo en cuenta su juventud para dar el pego, y hablo de lo vocal. La culpa no es suya. Solventes los secundarios David Lagares como corifeo y Alexandra Urquiola y Mercedes Gancedo como doncellas. En cuanto al Coro Intermezzo, a pesar de los desajustes citados hizo un buen trabajo y tuvo intervenciones llenas de fuerza, incluso un poco demasiado por momentos, pero que debieron ser controladas desde el foso. Una vez más.
Y llegados a este punto en que la Médée va a ser sustituida por el siguiente título me pregunto si, a la postre, ha sido una buena idea programarla en su versión francesa con unos elencos no francófonos en su totalidad. Supongo que ha habido algo de querer aproximarse al original, de hacer algo que se acerque a lo “históricamente informado”, pero en ese caso ¿por qué con esos recitativos de Alan Curtis, enormemente meritorios por otra parte, que forman parte de una transformación de la versión de 1797? Por mucho que fuera la primera intención, la realidad es que se estrenó como opéra-comique. En fin, no termino de encontrar la lógica al asunto. En mi humilde opinión, el esfuerzo ha debido ser inmenso y el resultado, siento decirlo, no siempre satisfactorio.
Ana García Urcola
(fotos: Javier del Real)