MADRID / Segundo reparto bohemio en el Real
Madrid. Teatro Real. 16-XII-2021. Puccini, La Bohème. Eleonora Buratto (Mimì), Joshua Guerrero (Rodolfo), Andrzej Filonczyk (Marcello), Raquel Lojendio (Musetta), Soloman Howard (Colline), Manel Esteve (Schaunard). Director musical: Nicola Luisotti. Director de escena: Richard Jones.
A Richard Jones le viene bien Puccini. O viceversa. Su Trittico de la Royal Opera fue un prodigio de realización, en el que únicamente se salió de tiesto con una Suor Angelica desacralizada en la que Ermonela Jaho dio su definitivo salto profesional al estrellato (es la Mimì madrileña del primer equipo). Nada que ver con, por ejemplo, su espantoso Lohengrin muniqués, donde Kaufmann y Harteros se convertían en una especie de improvisados albañiles con labores propias de este oficio.
Esta acertadísima realización de Bohème también tuvo su origen en el escenario londinense y ya la estrenó con merecido éxito en 2017 el Teatro Real. Es obligado citar los decorados y el vestuario de Stewart Laing, con un soberbio alarde de maquinaria escénica en el segundo acto. Loas también para la iluminación de Jordan Sherin, que reflejó muy gráficamente el clima nocturno y gélido del tercer acto. Por lo demás, el teatro madrileño tiene suerte o atina en la elección (o ambas condiciones a la vez) con este título pucciniano; anteriormente se disfrutó de otro montaje extraordinario, el de Giancarlo del Monaco.
En el foso, una garantía de calidad y fantasía por parte de una batuta a la italiana como la de Nicola Luisotti. Preciso en lo musical, intenso en lo dramático, clarísimo en la narración, su sincronización entre foso y escena fue impresionante, la de un auténtico maestro concertador. La orquesta, en consecuencia, a la altura del director, así como el coro, siempre a punto.
Eleonora Buratto fue una Mimì sobresaliente, y en su interpretación combinó magistralmente el canto forte con las medias voces, siempre al servicio de la expresividad del personaje, con dos momentos especialmente destacables: el dúo con Marcello del tercer acto y la escena de la muerte. Como perfecto contrapunto a la feminidad y delicadeza de su Mimí, la salud y el brillo vocales de Joshua Guerrero (quien sustituyó a un enfermo Andeka Gorrotxategi), con un centro de una belleza aurea y agudos luminosos, dejándose llevar por las melodías puccinianas y atendiendo con inteligencia algunas frases decisivas de su decurso canoro. Andrzej Filonczyk puso de manifiesto sus abundantes recursos vocales y escénicos para definir al Marcello más vital que imaginarse pueda. El Colline de Soloman Howard, una voz de raro y atractivo impacto tímbrico, poderosísima, aunque con una gran capacidad de reducción para otorgar emoción y sentido a esa especie de lamento fúnebre que es Vecchia zimarra.
Manel Esteve expuso un variado relato de su surrealista aventura con el excéntrico inglés, llenando de valor todas las frases a su cargo. Por su parte, el de Musetta es un papel especialmente jugoso para una actriz, sobre todo en ‘su’ acto; una potencialidad que se enriquece cuando el regista también se divierte con el personaje. Raquel Lojendio, vocalmente ajustada, aprovechó las oportunidades ofrecidas por Jones dominando la escena, como corresponde, en la parte final del segundo acto. Su cambio de talante para el cuarto acto resultó notablemente contrastado. Bien encajados en sus personajes Pablo García López (Benoit) y Roberto Accurso (Alcindoro, igual que en 2017), lo mismo que el resto del elenco.
Fernando Fraga
(Foto: Javier del Real – Teatro Real)