MADRID / Ruimonte y Pontac pusieron el broche de oro al FIAS de otoño
Madrid. Basílica Pontificia de San Miguel. 30-XI-2020. Festival Internacional de Arte Sacro de la CAM. Los Afectos Diversos. Director: Nacho Rodríguez. Obras de Pedro Ruimonte, Diego de Pontac e Ippolito Sabino.
Sin cancelaciones, sin modificaciones en los programas, sin contagios, sin grupos extranjeros, y con máximas precauciones, con estrictas medidas de seguridad y, sobre todo, con música. Con buena música. El Festival Internacional de Arte Sacro (FIAS) en su edición de otoño ha sido un éxito por todo ello, pero muy especialmente por demostrar que se pueden seguir organizando conciertos en circunstancias tan poco propicias y por apostar por la cultura como vehículo para que esta sociedad, que vive en un permanente sobresalto, encuentro algo de consuelo y de disfrute.
El último concierto del ciclo fue toda una sorpresa: dos músicos aragoneses, maestro uno del otro, de esos que no se programan nunca. O casi nunca, porque de Pedro Ruimonte (o Rimonte) conocíamos su Parnaso español (colección de madrigales y villancicos a cuatro, cinco y seis voces) y sabíamos de su estancia en Bruselas al servicio de los archiduques de Austria (Alberto e Isabel Clara Eugenia), gobernadores de Flandes. También sabíamos de los contactos que allí mantuvo con compositores católicos ingleses, como Peter Philips o John Bull, que habían buscado refugio en esas tierras huyendo de la persecución protestante. De Diego de Pontac, su alumno, no sabíamos casi nada. El pobre hombre legó, a su muerte en 1654, todas sus obras a la Biblioteca del Monasterio de El Escorial, pero la mayor parte de las partituras —las suyas y las de otros músicos— que estaban allí depositadas las arramplaron los franceses de Napoleón durante su infausta visita a España, por lo que no se tiene la menor noticia de la suerte que pudieron correr.
El programa presentado por Los Afectos Diversos, con la Misa La pastorella mia de Ruimonte como piedra angular y con varios motetes de Pontac como ribeteado, sirvió para hacernos una idea del esplendor de las grandes capillas españolas de la primera mitad del siglo XVII. La figura de Ruimonte emergía gigantesca (nada que ver con esas obrillas que figuran en su Parnaso español), mientras que la de Pontac mostraba audacias inauditas, impropias de la época. El de Zaragoza (Ruimonte) era un clásico, pero el de Loarre (Pontac) salió innovador. Entreverando las piezas del segundo en la Misa del primero (no se trataba de recrear lo que pudo ser una misa en aquel tiempo, sino de aportar un cierto contexto litúrgico al programa), hubo sensación de variedad y dinamismo en todo momento, acrecentada esa sensación por la inclusión de varias piezas para ministriles.
Si aplaudíamos al principio de esta reseña la valentía del FIAS al haber mantenido su apuesta por la música contra viento y marea, aplaudamos también el haber posibilitado en este concierto el empleo de los cantantes e instrumentistas adecuados, que, por volumen, dista mucho de la racanería a que, por cuestiones de presupuesto, parecen condenados ad aeternum los grupos españoles de música antigua (en contraposición con los grupos extranjeros, a los que rara vez se les niega algo). Nacho Rodríguez pudo disponer en esta ocasión de doce cantantes (cuatro sopranos, tres altos, tres tenores y dos bajos), cuatro ministriles (dos sacabuches, bajón y corneta), órgano (Laura Puerto) y arpa de dos órdenes (Manuel Vilas). ¡Todo un lujo! La música, cuando se hace con debidos medios, suena mucho mejor, especialmente si cae en manos tan cualificadas como las de Rodríguez.
Eduardo Torrico
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