MADRID / Roman Simovic y la ORTVE: un Prokofiev y un Bartók difíciles de superar
Madrid. Teatro Monumental. 12-I-2023. Orquesta Sinfónica RTVE. Director y violinista: Roman Simovic. Obras de Prokofiev y Bartók.
Domingo, 2 de junio de 1935. El Partido Comunista se reúne en el Monumental Cinema para crear lo que sería el Frente Popular. A la República española le queda poco más de un año de vida. No estuvo exenta de conflictos. A comienzos de 1933, se habían producido los sucesos de Casas Viejas, en Cádiz. Gobernaba entonces la coalición republicana-socialista de Manuel Azaña. “Barro, sangre y lágrimas”, diría de ese gobierno Diego Martínez Barrio. En octubre de 1934 había estallado la Revolución de Asturias y en Cataluña, el sábado 6 de octubre, a las ocho de la tarde, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, había proclamado el “Estado Catalán dentro de la República Federal de España”. Otra ‘ensoñación’ que no duró ni un día. Gobernaba entonces en España la coalición radical-cedista de Alejandro Lerroux. Así andaba el patio por aquel entonces. El domingo 1 de diciembre de 1935, apenas seis meses después de que se germinara el Frente Popular, en ese mismo Μοnumental Cinema se estrena una obra de un compositor ucraniano al que le quedaba muy poco para regresar a la Unión Soviética: Sergei Prokofiev. Así lo memora una placa que hoy existe en la fachada del Teatro Monumental, el Monumental Cinema de marras: “En este teatro estrenó el músico SERGUEI PROKOFIEV su segundo concierto para violín el 1 de diciembre de 1935”. Y esta fue precisamente una de las obras que pudimos escuchar anoche.
Si en 1935 los encargados de aquel estreno fueron la Orquesta Sinfónica de Madrid y el violinista francés Robert Soetens, dirigidos por el maestro Enrique Fernández Arbós, anoche fueron la Orquesta Sinfónica RTVE (ORTVE) y el violinista Roman Simovic, quien también hizo las veces de director. Uno ignora cómo fue aquel estreno. El poeta Gerardo Diego, testigo de aquellos años, escribe bastante sobre Prokofiev en Prosa musical, ese estupendo compendio de sus artículos y críticas musicales publicado por Pre-Textos. Gerardo Diego era admirador del maestro Arbós. Sin embargo, uno intuye —convencido, en el fondo— que la interpretación que Roman Simovic y la ORTVE hicieron anoche supera con creces la de hace 88 años. Como no hay registro musical —a menos que uno sepa— del estreno en 1935, abandonaremos toda especulación al respecto. De lo que no cabe duda es de que la interpretación de la ORTVE fue excelente, una orquesta que, por cierto, está pasando por un muy buen momento. Quienes la seguimos semanalmente podemos atestiguarlo. Afortunadamente hay registro audiovisual que lo avala: los conciertos de la ORTVE se retransmiten los viernes en La2.
El programa del octavo concierto de la temporada Raíces constaba de tres obras y dos compositores: la Sinfonía nº 1 “Clásica” en Re mayor op. 25 y el Concierto para violín nº 2 en Sol menor op. 63 de Prokofiev (1891-1953), y el Divertimento para cuerdas Sz.113, del compositor húngaro Bartók (1881-1945). Un programa y unos intérpretes de lujo al que no acompañó la asistencia de público. El teatro estaba un poco desangelado anoche, aunque el público se mostró de lo más fervoroso. Háganle caso a uno: si alguien lee estas palabras a tiempo, aún puede acudir hoy viernes al segundo de los dos conciertos semanales. Simplemente con la propina que Roman Simovic se marcó antes del descanso, ya merece la pena la visita al Teatro Monumental. Luego hablaremos de la propina…
Pero ahora permítanle a uno hacer una breve digresión. Las orquestas ofrecen conciertos y el público juzga el resultado por lo que ve en el escenario durante una o dos horas. Y los que más juzgamos —algunos hasta sentencian— somos quienes luego escribimos la crítica del concierto de turno. Muchas veces perdemos de vista que detrás de un concierto y de una orquesta hay muchas personas cuya labor pasa inadvertida. Y también olvidamos que una orquesta la conforman músicos, cada uno de ellos con sus quehaceres vitales —cada uno “de su padre y de su madre”, como suele decirse— a cuestas. Un concierto es el resultado de otras muchas cosas que el ojo no ve pero que la intuición avezada vislumbra. ¿Sabían ustedes que los conciertos de la Orquesta y Coro RTVE están asociados a un programa pedagógico que sirve para formar a jóvenes músicos? Todos los viernes se ofrecen clases magistrales. La de esta semana, hoy, la imparte Roman Simovic. ¡Qué lujo! Y quien quiera verlo puede hacerlo en directo por YouTube o acercarse al Teatro Monumental. ¿Sabían que quien quiera también puede acudir al ensayo general de los jueves por la mañana a un precio ridículo de 3€? En los ensayos es donde verdaderamente se ve la labor del director de orquesta. Por eso, esta semana uno acudió también al ensayo general para comprobar que Roman Simovic logró la simbiosis con los maestros de la orquesta a quienes se les notaba admiración —a la par que compañerismo— por quien es, ¡nada más y nada menos!, que concertino de la Orquesta Sinfónica de Londres.
Regresemos al concierto de anoche. El recital se abrió con la Sinfonía Clásica de Prokofiev, dividida en cuatro movimientos (Allegro, Larghetto, Gavota y Finale). Las cuerdas ligeras (violas y violines) y los vientos tocaron de pie —al estilo Currentzis— con Roman Simovic haciendo las veces de concertino y director. Sólo los violonchelos y contrabajos permanecieron sentados. Eso confirió una sonoridad especial a la orquesta y aumentó la concentración de los músicos. Por cierto, que tanto en el ensayo general como en el concierto no faltaron las sonrisas cómplices entre los maestros de la orquesta y Roman Simovic. Fue una interpretación llena de contrastes, precisión y unísonos perfectos, matices estupendos, muchísima musicalidad en el Larghetto… A uno le llamó la atención el tempo con el que interpretaron el Finale. En el ensayo general lo habían tocado más lento, pero durante el concierto lo llevaron a una velocidad de vértigo y con una precisión increíble. Se notó que los músicos estaban disfrutando y el público les correspondió con el primero de los calurosos aplausos de la noche.
Tras la colocación de las sillas y el cambio de la configuración de la orquesta, con los maestros ya sentados, llegó el Concierto para violín, una obra maestra, dividido en tres movimientos: I. Allegro moderado, II. Andante assai y III. Allegro, ben marcato. Comienza el concierto con un solo de violín con el que Roman Simovic dejó claro el grandísimo violinista que es. Quizás en algunos pasajes pudo notarse que dirigir y tocar a la vez merma la libertad de la parte solista. El sonido que Simovic sacó del violín Antonio Stradivari fue asombroso en la bella melodía del Andante assai, magníficamente acompañado por la orquesta para lograr esa intensidad llena de lirismo y tensión. Ya lo dijimos anteriormente: simbiosis entre orquesta y solista. En el tercer movimiento, en el que suenan brevemente las castañuelas —¿guiño de Prokofiev al eventual estreno en España?— Simovic y la orquesta se lucieron de lo lindo. Y el público brindó unos aplausos calurosísimos a los que el violinista ucraniano respondió interpretando la Sonata n.º 3 “Balada” del compositor belga Eugène Ysaÿe. Ya les dije más arriba que simplemente con esta propina merecía la pena la vista al Teatro Monumental. Una obra endiablada para cualquier violinista —todas las sonatas para violín de Ysaÿe lo son— que Roman Simovic interpretó con tanta sencillez y facilidad como impecable virtuosismo. El público volvió a corresponderle con un gran aplauso salpicado de esos “¡bravo!” que la gente suelta cuando se emociona. Así nos fuimos al descanso.
Y al regresar llegó otra obra maestra y de dificilísima interpretación: el Divertimento para cuerdas, dividido en tres movimientos (Allegro non tropo, Molto adagio y Alegro assai) de Bartók, Por cierto, Bartók pasó también por España en 1931, en Oviedo, así lo narra Gerardo Diego en Prosa musical. Las cuerdas ligeras volvieron a tocar de pie con Simovic haciendo la labor de concertino. Si ya en la primera parte del concierto la ORTVE y el violinista nos habían dejado satisfechos con su calidad e interpretación, en esta segunda, terminaron de bordarlo con fino hilo de oro. Bartók compuso esta obra de estilo neoclásico en 1939, antes de emigrar a Estados Unidos. La interpretación estuvo plagada de momentos brillantísimos como esos diálogos entre la viola y el concertino, o los estupendos y precisos trémolos. Magníficas las melodías fugadas… El público lo reconoció con un grandísimo aplauso y haciendo que Roman Simovic saliera a saludar varias veces hasta que se despidió gesticulando que tenía que cenar, beber y dormir.
En resumen, noche con dos compositores excelentes, tres obras maestras y una orquesta y un solista amalgamados en una interpretación muy difícil de superar.
Michael Thallium