MADRID / Rodríguez de Hita: mucho arroz para tan poco pollo

Madrid. Auditorio Nacional (Sala de Cámara). 18-I-2022. La Grande Chapelle. Director: Albert Recasens. Obras de Antonio Rodríguez de Hita.
Trescientos años bien valen un concierto. Antonio Rodríguez de Hita nació en Valverde de Alcalá el 18 de enero de 1721 y su música sonó ayer en el Auditorio Nacional de Música, en una deliberada coincidencia. Figura poco conocida de nuestro siglo XVIII, a pesar de ser un importante ilustrado que llegó a colaborar con Nicolás Fernández de Moratín, quien más ha indagado en ella ha sido Albert Recasens. Pero no ahora, sino hace ya dos décadas, pues su tesis doctoral, presentada en la Universidad Católica de Lovaina en 2001, se tituló Las zarzuelas de Antonio Rodríguez de Hita (1722-1787). Contribución al estudio de la zarzuela madrileña hacia 1760-1770. Lamentablemente, el ahora director de La Grande Chapelle apenas pudo indagar en la abundante producción sacra de Rodríguez de Hita, ya que casi toda ella estaba en el Real Monasterio de la Encarnación de Madrid (Rodríguez de Hita fue maestro de capilla allí desde 1765 hasta su muerte) y el archivo musical del real templo fue vendido en tiempos de la II República (exactamente, en 1932, con la monarquía ya en su voluntario, plácido y dorado exilio de París) al Monasterio de Montserrat.
Cuentas las crónicas que poco tiempo después, en 1940, Heinrich Himmler, el todopoderoso jefe de las Schutzstaffel del III Reich, viajo ex profeso a Monserrat, convencido de que los monjes ocultaban allí el Santo Grial. En su vesania, el esotérico Himmler pretendía convencer a los hermanos de que sacaran de su escondrijo el cáliz de la Ultima Cena y se lo cedieran, pues consideraba que se trataba un arma secreta que permitiría a Alemania dominar el mundo. Himmler se fue de Montserrat con los bolsillos vacíos, que es como se salió también de allí Recasens cuando, tras publicar su tesis doctoral, solicitó a los extremadamente celosos hermanos benedictinos que le permitieran visitar el archivo de la Encarnación para consultar las obras que de Rodríguez de Hita se hallaban en él. Afortunadamente, parece que soplan nuevos vientos por Montserrat y aquellas puertas, otrora cerradas a cal y canto, se van a abriendo poco a poco para que musicólogos e investigadores puedan estudiar lo que hay en su interior.
Para elaborar este programa Recasens ha tenido que consultar diversos archivos, como el de la Catedral de Córdoba, por ejemplo, donde existen copias de varias partituras de Rodríguez de Hita. La mayor parte de las obras sacras de este programa —seis— corresponden al periodo en que el compositor estuvo en el Monasterio de la Encarnación, pero hay tres que son de su etapa anterior, en la que ejerció de maestro de capilla de la Catedral de Palencia. Se ha incluido también un movimiento de la Canción séptima en Do menor a 3, perteneciente a una colección instrumental —que requiere de dos trompas y dos oboes— que Recasens publicó en 2006 en el sello discográfico del grupo, Lauda.
Y después de esta introducción histórica, se preguntarán ustedes que cómo es la música de Rodríguez de Hita, enmarcada en esa barrera temporal que separa el Barroco del Preclasicismo (o Estilo Galante, o Rococó… como quieran denominarlo). Algunos de quienes han tenido ocasión de escucharla dirán que es una música innovadora y progresista, que, desde luego, nada tiene que ver con lo que se escuchaba en España y en el resto de Europa solo unos años antes. Otros, en cambio, sostendrán que Rodríguez de Hita, como la mayor parte de compositores de ese lapso, se situaba al borde del abismo que irremediablemente condujo al Clasicismo. Y con pie y medio en el vacío. Desde luego, de haber nacido en 1700 en vez de en 1722, a Rodríguez de Hita lo habría despellejado sin la más mínima compasión el Padre Feijóo (que también era monje benedictino, como los de Montserrat) en su Teatro crítico del universal. Si me preguntan si estoy con los primeros o con los segundos, admitiré sin ambages que estoy más próximo a los segundos que a los primeros. Jamás he terminado de entender como aquellos compositores, aún ligados en lo temporal al Barroco, se arrojaron tan gustosamente al precipicio galante. En el pecado llevaron la penitencia: la existencia de este insípido estilo no pudo ser más efímera.
Con tales mimbres ha tenido que hacer La Grande Chapelle su cesto en este concierto. Y bastante encomiable ha sido el resultado. La mayor parte de estas obras sacras están escritas para dos coros (aquí, de cuatro voces cada uno), con una plantilla instrumental formada, en esta ocasión, por dos violines (excepcionales ambos: Amandine Solano y Víctor Martínez), un violonchelo, un contrabajo, un arpa, un órgano positivo, dos trompas y dos oboes. En el motete de Dolores Tenebrae factae sunt, cantó únicamente un coro, con el acompañamiento del bajo continuo (las portuguesas Diana Vinagre al violonchelo y Marta Vicente al contrabajo, además de Manuel Vilas al arpa) y de los dos violines. En la siguiente pieza, la lamentación segunda de Viernes Santo Matribus suis dixerunt, cantó sola la soprano Violaine Le Chenadec —magnífica durante toda la velada— junto al bajo continuo, al que ahora se unía Jorge López-Escribano con el órgano.
Buen propósito el de recuperar a un compositor tan poco conocido como Rodríguez de Hita y muy buena labor de todos y cada uno de los miembros de La Grande Chapelle, empezando por Recasens. Pero a mí, sinceramente, me pareció poca música para tan gran empeño. O, como se dice coloquialmente, mucho arroz para tan poco pollo.
Eduardo Torrico
(Foto: Rafa Martín)