MADRID: Renaud Capuçon y Beatrice Rana, la ferocidad de la belleza
Madrid. Auditorio Nacional. 2-III-2021. Renaud Capuçon, violín. Beatrice Rana, piano. Obras de Schumann y Prokofiev.
Buena idea fue comenzar con la Sonata nº 1, de Schumann porque este compositor, en la huella del último Beethoven, incursionó en la doble tarea de modificar la forma sonata sin que dejara de serlo. La diferencia entre ser y devenir, diría cualquier filósofo. Prokofiev lo hizo tiempo más tarde y la prueba fueron sus obras del género: la Sonata nº 1 en Fa menor y la nº 2 en Re mayor.
Las obras del ruso fueron lo axial del programa por la extrema exigencia de su escritura. Hay que lucir velocidades, dobles cuerdas, sonoridades macizas, susurros, agudos de cristal y graves telúricos, cantar con evocaciones líricas del más casto romanticismo y gesticular con los tremendos contrastes del expresionismo eslavo. En fin: tareas probáticas de aquellas de “triunfa o quédate en casa”.
De Capuçon sabíamos que es uno de los violinistas de primera línea en la actualidad. Quizá no todavía habíamos estimado su capacidad de convertir un concierto de cámara en un mensaje de semejante intensidad. Su violín, más que un instrumento, es un pequeño y portátil universo, un planeta dotado de toda suerte de vivacidades. Los vaivenes expresivos de Prokofiev en ningún momento atentaron contra la calidad egregia del sonido ni la personalidad del juego entre timbres y colores, cualidades que para el músico francés son domésticas.
A su lado –nunca mejor dicho– Rana jugó a la altura. En ella la multiplicidad expresiva tuvo una exigencia añadida: el equilibrio de volúmenes. Los forti y el uso obsesivo de la disonancia prokofievianas en ningún momento atentaron contra la presencia del compañero, no obstante la diferencias de cajas entre violín y piano. Más aún: probaron que la belleza puede ser feroz sin dejar de ser, si se acepta el pleonasmo, bella. Para matizar, las tres romanzas Op. 94 de Schumann nos dieron un intermedio de sosiego. En el fondo del menú, como en las buenas conmemoraciones, estaba el dulce. Dulcis in fundo.
Blas Matamoro
(Foto: Elvira Megías)