MADRID / Redescubriendo la música antigua española
Madrid. Palacio Real (Capilla). 3-IX-2022. Accademia del Piacere (Fahmi Alqhai, Johanna Rose y Rami Alqhai, violas da gamba; Carles Blanch, guitarra; Javier Núñez, clave; Agustín Diassera, percusión). Obras de Cabezón, Isaac, Arcadelt, Ortiz, De Murcia, Sanz y F. Alqhai.
Hay quien entiende la música como una pieza de museo a la que nada se le puede añadir o quitar, y hay quien considera que, por encima de lo que aparece en una partitura, lo que debe prevalecer la libertad del intérprete para expresarse como mejor considere oportuno. Cuanto más antigua es la música que se interpreta, más abierto queda el debate, pues en no muchos casos la partitura solo establece pautas, no impone. Los partidarios de la segunda facción recuerdan que hasta casi finales del siglo XVIII los intérpretes hacían y deshacían, copiaban, arreglaban, transponían, adaptaban y, sobre todo, improvisaban, sin que nadie por ello se rasgara las vestuduras. La irrupción del movimiento historicista en los años 70 del pasado siglo vino a poner orden en este asunto. O al menos, se pensaba que iba a hacerlo, porque hoy la controversia no solo se mantiene, sino que ha crecido: están los que sostienen que la partitura es sagrada y no se toca, y están los que piensan que los criterios historicistas no son más que un punto de partida pero en ningún caso un dogma de fe.
Accademia del Piacere, la formación fundada por el violagambista sevillano Fahmi Alqhai en 2004, se alinea entre los segundos, lo cual le ha supuesto en ocasiones para ser tachada de heterodoxa, cuando no de iconoclasta. Alqhai reniega del purismo y, sobre todo, de los puristas. Y suele mandar a estos, a los puristas, a “la cabaña”, en alusión a la película Todas las mañanas del mundo, que narra la relación de un maestro doctrinario (Monsieur de Sainte-Colombe) y un discípulo suyo que busca incesantemente su propia personalidad (Marin Marais). La cabaña es el mundo interior de Sainte-Colombe, el espacio físico en que se encierra para aislarse del mundo y para que el mundo no tenga acceso a él. Hoy en día, claro, ninguna cabaña tiene cabida en la música (si la música no es escuchada por otros, carece de sentido), pero hay quien vería con agrado que todavía existiera.
Hago esta introducción, por Accademia del Piacere ha vuelto a ofrecer, ahora en Madrid, tal vez el más exitoso de todos los muchos programas exitosos que ha venido desarrollado en estos casi veinte años de andadura: Rediscovering Spain. Fantasías, diferencias y glosas. Tan exitoso que hasta ha sonado, el pasado mes de febrero, en la Berliner Philharmonie, templo sagrado de la música donde solo ofician los elegidos para la gloria. El programa lo resume mejor que nadie el propio Alqhai con cuatro pinceladas: “Cualquier música es una excusa para desarrollar todas las posibilidades de comentario, paráfrasis y glosa del material original compuesto por otros músicos y en muchos casos creados para este objetivo solamente”.
Los miembros de Accademia del Piacere abordaron en este concierto que organizaba Patrimonio Nacional obras anónimas, de los Cabezón (padre Antonio e hijo Hernando), Arcadelt, Isaac, Josquin, De Murcia o Sanz, guiados exclusivamente por dos propósitos: disfrutar tocando esta música y conseguir que disfruten quienes la oyen. Los arreglos, o como ustedes prefieran denominarlos (glosas, diferencias, disminuciones, variaciones…), son del propio Alqhai. Hay también mucho margen para la improvisación… Tanto, que por momentos lo que hacen en el escenario podría considerarse como una jam session, porque, seamos claros, la música de nuestros días que más puntos de conexión tiene con la de finales del Renaciento y la del Barroco es el jazz.
Al público que llenaba la capilla del Palacio Real de Madrid quizá le costó entender de qué iba a la cosa, y por eso se palpó una cierta frialdad ambiental en los primeros momentos. Pero no tardó mucho en captarlo. Y una vez que lo hizo, se unió gustoso y feliz a esta fiesta. O a este sarao, porque un sarao no era en el pasado más que una reunión para disfrutar con la música y el baile. Final apoteósico, como no podía ser de otra manera.
Eduardo Torrico