MADRID / ‘Raymonda’, avatares de un ballet de repertorio

Madrid. Teatro Real. 10.V.2023. Raymonda: Coreografía: Tamara Rojo; música: Alexander Glazunov; escenografía y vestuario: Antony Mcdonald: luces: Mark Henderson; dramaturgia: Lucinda Coxon. English National Ballet. Director artístico: Aaron S. Watkin. Orquesta titular TR. Director musical y arreglos: Gavin Sutherland.
Tamara Rojo acumula una trayectoria profesional ascendente y su prestigio está ganado con sus valores y talento; su posición en el podio es firme entre las figuras más significativas del ballet español de nuestra época. Es tarea excepcional -por compleja- combinar el baile con la dirección; ella lo ha hecho, y ha puesto la guinda al pastel coreografiando un ballet de gran formato, Raymonda, último trabajo suyo en el Reino Unido antes de trasladarse a los Estados Unidos, donde ahora dirige el Ballet de San Francisco, una de las más grandes empresas del sector en Norteamérica. En el terreno de la creación propia, Rojo se ha equivocado empezando la casa por el tejado. El resultado es un dislate y un dispendio. No obstante, está justificado que el Teatro Real lo traiga hasta la capital del reino, para poder constatar in situ lo que algunos vientos críticos trajeron antes desde las islas. Y es, al menos en los aspectos más señeros, para sorprenderse negativamente.
Tamara Rojo ha reelaborado Raymonda con un nuevo libreto que se inspira en la vida de Florence Nightingale, llamada La dama de la lámpara, y en su labor como enfermera. Para ello traslada la acción hasta la guerra de Crimea. En resultado se antoja farragoso y por momentos incomprensible para el espectador. Sus oponentes masculinos cambian también, el cruzado Jean de Brienne pasa a ser un soldado victoriano de nombre John, y el sarraceno Abderramán, un militar otomano de nombre Abdur. A los fragmentos coreográficos convencionales, Rojo ha adicionado movimientos modernos que no acaban de fusionarse al material de ballet canónico.
El trajinado con la música de Glazunov es ya un primer disparate: cambio de posición de los números musicales, supresión de repeticiones, orquestaciones nuevas que anulan el magistral trabajo original. A todo ello se suman muchas más arbitrariedades, culminando en que la protagonista sustituye el tutú por un camisón de dormir, y con esa prenda intenta bailar algo cercano en los pasos a la lectura memorial de Petipa en la famosa “variación del echarpe”. No se comprende, e incluso roza lo inaceptable. ¿Eso es modernizar el repertorio?
Cuando Alexander Glazunov muere en su casa de Neuilly-sur-Seine en 1936, alcoholizado y teniendo cerca “un mal piano que no me responde ni sabe oírse a sí mismo” y el amado saxofón (su última composición fue un curioso concierto para este instrumento) repetía con nostalgia que mantenía intacto su orgullo por las partituras de sus dos grandes ballets: Raymonda (1898) y Las estaciones (1901). Uno de sus comentarios recurrentes era: “Petipa estaba encantado conmigo y con la obra ideada por ambos, y me trató mucho mejor de lo que trató a Chaikovski”. El primero de estos ballets lo compuso a los 33 años, cuando ya había estrenado sus seis primeras sinfonías. Con Las estaciones siempre manifestó estar más cerca del ballet de Verdi para su ópera parisiense Les vêpres siciliennes, que de otras composiciones que tocaron el mismo asunto. ¿Es Raymonda un remedo pálido y tardío de Chaikovski? ¡Ni por asomo! No se debe denigrar a Glazunov y reducirlo a la condición de mero imitador de Chaikovski.
En España tenemos nuestra propia historia con Raymonda. Cuando existía el Ballet del Teatro Lírico, con sede oficial entonces en el Teatro de La Zarzuela de Madrid, se hizo una versión del Grand Pas del tercer acto de Raymonda en los tiempos en los que dirigía la compañía Maya Plisetskaia. Fue un éxito. Plisetskaia hablaba de este rol como de una cúspide para la interpretación femenina en ballet. Antes Maya, en 1985, cuando dirigía el Ballet de la Ópera de Roma, hizo una versión integral del ballet pensada para ser representada al aire libre en los festivales de verano de las Termas de Caracalla. Un año antes, su gran oponente en el Teatro Bolshoi de Moscú, Yuri Grigorovich, había estrenado su versión del clásico de Glazunov y Petipa con los diseños renovadores de Simon Virdzaladze.
Si Tamara Rojo, en vez de complicarlo todo en Raymonda transmutándola en La dama de la lámpara, se le hubiera ocurrido hacer un ballet propio y original con la vida de Florence Nightingale, el resultado habría sido tal vez menos frustrante. Hay en marcha en la universidad de Ontario (Canadá) un ambicioso proyecto de edición de todo lo escrito por Florence Nightingale, y es que probablemente hay mucho que descubrir todavía en La dama de la lámpara. Ese puede ser el mensaje del ballet de Rojo: ayudar a dimensionar en el siglo XXI la figura de esa adelantada y heroica mujer.
Roger Salas