MADRID / Raquel Andueza y La Galanía: de Palermo a Madrid pasando por Gales

Madrid. Real Basílica de San Francisco el Grande. 24-IX-2021. Ciclo Sabatini2021. Raquel Andueza, soprano. La Galanía. Obras de Torres y Vivaldi.
Se preguntarán ustedes qué pinta un abogado, banquero y político galés llamado Herbert Mackworth —ricachón gracias al negocio del carbón, lo cual nos lleva, a la fuerza, a evocar la entrañable película de John Ford ¡Qué verde era mi valle!— en medio de un festival musical organizado en Madrid a la memoria de un arquitecto siciliano llamado Francesco Sabatini. Pues todo tiene su explicación, aunque para ello haya que ir al detalle: Mackworth, en el poco tiempo que le dejaban libres sus especulaciones financieras y sus chanchullos políticos, ejercía de melómano, y acabó haciéndose con una importante colección de música de compositores españoles de la primera mitad del siglo XVIII (principalmente, José de Torres, Antonio Literes y Sebastián Durón). En esa colección, conocida como Manuscrito Mackworth y custodiada hoy día en la Universidad de Cardiff, figuran dieciocho interesantes cantadas de los tres músicos mencionados, que sirven para conocerlos un poco mejor. Sobre todo, la figura de Torres, que sigue siendo un músico de culto.
Lo más probable es que Mackworth no tuviera idea de quién era Sabatini, ni que Sabatini escuchara en su vida mencionar el nombre de Mackworth. Pero esas cosas importan poco cuando se trata de enriquecer el panorama de un lugar o de un periodo: Torres trabajó toda su vida en Madrid (primero, como organista y maestro de la Real Capilla; más tarde, como fundador de la primera imprenta de música que hubo en España), y en Madrid se instaló Sabatini (eso sí, cuando Torres ya llevaba veinte años muerto) cuando Mackworth apuraba los últimos momentos de su larga y placentera existencia en su verde Gales. ¿Cómo unir todo ello? Pues montando un programa con algunas de las cantadas de Torres que se hallan en el Manuscrito Mackworth y llevándolo a uno de los edificios en cuya construcción intervino Sabatini: la Real Basílica de San Francisco el Grande.
Este templo es impresionante, sin duda. Su cúpula está considerada como la tercera de planta circular de mayor diámetro de la cristiandad (33 metros). Pero ese dato resulta letal cuando se trata de hacer música: la reverberación es tan extraordinaria que tarda unos ocho segundos en evanescer el sonido. La acústica de las iglesias barrocas de todo el mundo suele ser mala, por no decir que muy mala. Pero la de San Francisco el Grande se lleva la palma. Y no solo la sufren los músicos, sino los oyentes, salvo que alguien tenga la fortuna de estar en primera fila. Y, aun así, el sonido nunca llega a ser limpio.
En estas circunstancias tuvieron que bregar Raquel Andueza y sus compañeros de La Galanía para abordar un programa conformado por cuatro bellísimas cantadas de Torres (Sobre las ondas azules, Pájaros que al ver el alba, Quejas sabe formar y Trémula, tibia luz) y una no menos bella sonata para violonchelo (la RV 40) en cuatro movimientos (Largo-Allegro-Largo-Allegro) de Antonio Vivaldi, colado de rondón en este homenaje, porque ni tuvo nada que ver con Sabatini, ni con Torres, ni con Mackworth, ni con Madrid. Pese a las dificultades, la velada mereció mucho la pena. Andueza se ha forjado en el fuego de mil batallas y gracias a ello atesora la experiencia necesaria para salvar cualquier escollo que se encuentre en su camino. Su compenetración con Jesús Fernández Baena, a la tiorba, y Manuel Vilas, al arpa ibérica de dos órdenes, es admirable. Se ha incorporado recientemente a La Galanía el violonchelista (que también es barytonista) Alex Friedhoff, quien ofreció una delicadísima lectura de la sonata vivaldiana. La magnificencia visual que ofrece esta basílica y el esplendor sonoro que proporciona la música de Torres y de Vivaldi son un deleite impagable para los sentidos. Tan grande, que hasta se puede dejar pasar por alto el detalle de la acústica.
Eduardo Torrico