MADRID / ‘Radamisto’ reivindicado

Madrid. Auditorio Nacional de Música (Sala sinfónica). 12-X-2021. Ciclo Universo Barroco. Haendel, Radamisto, HWV 12a. Philippe Jaroussky, Marie-Nicole Lemieux, Zachary Wilder, Emőke Baráth, Renato Dolcini, Anna Bonitatibus, Alicia Amo. Il Pomo d’Oro. Director y clave: Francesco Corti.
Se notaba anoche un ambiente muy distinto al vivido durante el último año y medio en el Auditorio Nacional. Una vez suprimidas las limitaciones de aforo, el personal tenía ganas de música y qué mejor ocasión que la de presenciar una representación —en versión de concierto, eso sí— de una ópera haendeliana con un reparto estelar. Sin apenas localidades vacías, el público se fue calentando a lo largo de la representación para concluir enfervorizado lanzando vítores a diestro y siniestro. Se lo merecían, tanto el público como los artistas. Ya era hora de disfrutar.
El título escogido no forma parte del olimpo haendeliano canónico, no sin razón, ya que, se mire como se mire, Radamisto no alcanza las cotas de sus hermanas más señeras de la primera Academy (Giulio Cesare, Tamerlano y Rodelinda). Ello, no obstante, es un ejempla soberbio del teatro haendeliano, con numerosos momentos vocales de excepcional belleza, una orquestación plagada de sutilezas (el color aportado por el fagot en Ombra cara di mia sposa, el delicioso obligado de oboe en Quando mai, spietata sorte, el virtuosismo del violín en Sposo ingrato, parto, sì, las trompas en Alzo al volo di mia fama o la trompeta en Stragi, morti, sangue ed armi. Su lastre, un texto carente de tensión dramática, embrollado y difícil de seguir, cuyo lieto fine, más forzado que nunca, provoca, alternativamente, vergüenza ajena y carcajadas.
El reparto, en conjunto, fue sobresaliente. En el papel epónimo Philippe Jaroussky —bastante entrado en carnes— se desempeñó sin sorpresa alguna: sublime en los números más delicados y sosegados (maravillosas Ombra cara di mia sposa, Qual nave smarrita) y en el precioso dúo con Zenobia (Se teco vive il cor), donde brilló de forma singular la complicidad que, desde hace años, une al francés con Marie-Nicole Lemieux; la de arena llega en las arias donde hace falta vigor y fuego. Y no por falta de intención, sino porque con la tesitura, el timbre y el tipo de voz que posee no puede hacerse más. La voz, sencillamente, no acompaña. Hay que advertir que, al hacerse la primera versión de la ópera, Jaroussky cantó en tesitura de soprano, en un papel diseñado para y estrenado por Margherita Durastanti.
La gran triunfadora de la noche fue Marie-Nicole Lemieux, con una voz verdaderamente extraordinaria a pesar del paso del tiempo. Logró momentos de una intensidad inusitada (Quando mai, spietata sorte, Deggio dunque, o Dio, lasciarti), con una expresividad pocas veces escuchada; porque, para colmo, es una actriz consumada que con su solo gesto transmite toneladas de emoción. Lemieux es una verdadera contralto, de color oscuro, pero muy refinado. Consigue graves cavernosos sin incurrir en fealdades ni trucos, como se escuchó en la asombrosa Son contenta di morire. Maravillosa en el ya comentado dúo.
Emőke Baráth hizo una Polissena espléndida, desde su doliente aria de salida (Sommi Dei) hasta la brillantísima Sposo ingrato, parto, sì, donde dio rienda suelta, con excelencia, a su conocido virtuosismo. Zachary Wilder dio vida al malvado Tiridate en una seria de arias de furor bravura sin excepción. Muy seguro, con una voz con bonito color y buen volumen, expresivo y buen actor, se mostró arrojado y contundente en sus diversas intervenciones, si bien la afinación estuvo por momentos algo dudosa. El resto del reparto cumplió notablemente, con una Alicia Amo deliciosa en La sorte, il ciel, Amor.
La orquesta exhibió su conocido sonido potente y colorista, con unas intervenciones individuales de altura, entre las que hay que destacar a Zefira Valova en la lucidísima Sposo ingrato, parto, sì, Roberto De Franceschi en la precisa Quando mai, spietata sorte. No nos olvidaremos de Jean-François Madeuf, quien se lució en su obligato de trompeta en Stragi, morti, sangue ed armi y, en compañía de Alexandre Zanetta, con sus trompas, en la magnífica Alzo al volo di mia fama. Recordemos que Madeuf y sus discípulos emplean instrumentos naturales sin agujeros y sin técnicas anacrónicas, logrando con ello un sonido agreste, pero bellísimo, con una proyección muy superior a la lograda con instrumentos ‘tramposos’, y sin que se resienta de forma relevante la afinación. Ambos estuvieron sensacionales anoche.
Si la orquesta sonó menos vibrante y enérgica que en otras ocasiones, probablemente se debió a la dirección de Francesco Corti, magnífico clavecinista y, sin duda, buen director, muy musical y atento, quien matizó adecuadamente, pero que se sitúa muy lejos de la intensidad de Maxim Emelyanychev.
(Foto: Elvira Megías)
Javier Sarría Pueyo