MADRID / Poderío de Eva Gevorgyan
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de Cámara). 28-VI-2021. XIX Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Eva Gevorgyan, piano. Obras de Chopin y Scriabin.
El segundo concierto del XIX Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo tuvo por protagonista a la joven rusa Eva Gevorgyan, apenas un par de meses después de cumplir los 17 años. Gevorgyan evidenciaba recientemente, en la entrevista realizada por nuestro compañero Nacho Castellanos, tener las ideas muy claras y la personalidad bien definida. Rasgos de madurez que transpiraron igualmente en la velada de ayer.
La joven rusa tiene, sin la menor duda, unos medios formidables. Los dedos articulan con claridad, se mueven con una agilidad felina asombrosa, y son capaces de delicados pianissimi y de apabullantes fortissimi, hasta un punto incluso algo sorprendente en alguien que no deslumbra por un físico de rotunda apariencia, sin que en ningún caso eso merme la belleza del sonido, siempre lleno y con gran presencia. El pedal se maneja con relativa mesura, aunque en algún caso (preludios 3 y 14 de los op. 11 de Scriabin) hay alguna tendencia al exceso.
Lo que es más importante, Gevorgyan es una intérprete que muestra un envidiable grado de madurez, sin perjuicio de que, naturalmente, queden cosas por pulir y progresar. El comienzo del Nocturno op. 27 nº 1 de Chopin, que abría el programa, tuvo en una delicadísima mano izquierda la levedad necesaria de soporte para un canto de envidiable expresividad en su nostalgia, dibujado por la mano derecha de forma exquisita, con el adecuado carácter sotto voce demandado por el compositor, y con una fina definición de las voces. De gran impacto el progresivo carácter dramático de la sección più mosso, donde exhibió por vez primera el poderío de sus acordes en forte.
Se adivinó en esta obra, sin embargo, una de las cosas que habrá de pulir en el futuro: la gradación de la dinámica. Siendo ancha, y teniendo los medios para graduarla, da la sensación de que a menudo los distintos grados de forte (Chopin marca una, dos y hasta tres f en la partitura, y en otras de las ofrecidas también) se fusionan en uno solo, el fortissimo, de manera que el impacto que las tres f deben producir queda, en cierto modo, diluido por esa no ajustada diferenciación.
El Scherzo nº 4 de Chopin respondió, incluso en exceso, a la indicación Presto. Una lectura impetuosa, casi imperativa en el carácter, fulgurante, demostrativa de unos dedos de inverosímil agilidad, pero no siempre clara en el discurso (especialmente en los pasajes de corcheas), no tanto porque la articulación no fuera nítida, sino porque la velocidad imprimida, junto a la propia resonancia de las notas del piano moderno, más el pedal (incluso manejando este con cierta moderación), hacían que conseguir mayor claridad fuera tarea poco menos que imposible. Lució bien la capacidad cantable en la sección più lento, y tuvo sobrada brillantez el arrebatado final.
La Sonata nº 2 del polaco se movió en parecidas coordenadas. Tempi tal vez algo (o bastante) precipitados, energía y pasión de contagioso ímpetu, pero nuevamente algo corto de diferenciación dinámica (el f del c. 93 del primer tiempo no fue diferente de las dos f prescritas apenas 5 compases después, y a su vez, el f prescrito al inicio del segundo movimiento fue prácticamente idéntico al fff indicado en el final del primero). La intensidad alcanzada en momentos como el desarrollo del primer movimiento fue, sin duda, tremenda. En el segundo tiempo, brilló de nuevo el canto en la sección più lento. Quizá pudo haber más sutileza y misterio en la Marcha fúnebre, que también se hubiera beneficiado de más diferenciación dinámica. Bien el canto de la sección central, sencillo y expresivo, pero especialmente la repetición, expuesta en un susurro primoroso. Al visionario Presto final no le faltó velocidad, pero sí ese toque sotto voce que demanda Chopin y que es el que dota de un misterio tenebroso e interrogador a un discurso que uno no adivina, la primera vez que se escucha, en qué ni cómo va a terminar. Los dedos, por supuesto, estupendos.
La colección de Preludios op. 11 de Scriabin, sin renunciar a rasgos de lo que será con el tiempo, cada vez más, su propio y singular lenguaje, está muy ligada a la correspondiente Op, 28 de Chopin (en algunos casos de manera evidente, como el sexto de la colección, tan próximo al vigésimo segundo del polaco). Gevorgyan entiende bien el variado carácter de la serie y la dibujó (con las salvedades ya expuestas, evidentes por ejemplo en los nº 3 y 19, un tanto borrosos, con pedales muy largos) con extremo acierto, desde la sentida nostalgia del nº 4 al misterio del nº 12, pasando por la pasión del nº 18 o el apabullante del final.
El éxito, como cabía esperar tras un pianismo tan espectacular, fue grandísimo, y la rusa nos regaló dos Estudios del polaco. El primero (op. 10 nº 4), llevado a velocidad de vértigo (à la Richter, para entendernos), fue sencillamente apabullante, aunque personalmente el firmante lo disfruta más con un poco menos de velocidad, porque el tempo imprimido por Pollini, por ejemplo, es algo más moderado y no se pierde nervio. El segundo (op. 25 nº 5) fue, sencillamente, primoroso en elegancia y canto. Probablemente de lo mejor de la tarde.
Gevorgyan, como dije al principio, tiene todo para convertirse en una pianista excepcional. Tiene los medios técnicos y los artísticos, y la inteligencia y sensibilidad necesarias. Como es lógico, debe madurar, equilibrar y pulir los aspectos mencionados. Si es guiada con inteligencia y sin dejarse llevar por la mera espectacularidad, está llamada a grandes empresas. De momento va a por el Chopin. Veremos. En todo caso, una muy notable velada y un nombre que hay que seguir con atención.
Rafael Ortega Basagoiti