MADRID / Perianes y solistas de la Berliner: cuando se juntan los muy buenos
Madrid. Círculo de Bellas Artes. Teatro Fernando de Rojas. 10-XII-2023. Solistas de la Filarmónica de Berlín (Daishin Kashimoto, Luis Esnaola, violines, Joaquín Riquelme, viola, Bruno Delepelaire, violonchelo) y Javier Perianes, piano. Obras de Mozart, Beethoven y Schumann.
El último programa del año 2023 en el Círculo de Cámara traía una curiosa combinación: cuatro instrumentistas de cuerda de primera fila, todos ellos componentes de la Filarmónica de Berlín, considerada por muchos, con buena razón, como la mejor (o al menos una de las mejores) orquestas del planeta, y un pianista de los más celebrados, también con toda justicia, del panorama actual, Javier Perianes. El programa proponía un recorrido, de Mozart a Schumann, por distintos formatos camerísticos.
Abría el fuego una composición para una combinación, como señala Arturo Reverter en sus notas, insólita: El Dúo K 423 escrito por Mozart en 1783 para violín y viola. Música amable, elegante, de equilibrado diseño entre los dos instrumentos, finamente interpretada, con elegancia en el discurso, impecablemente ejecutado, por dos estupendos músicos españoles de la filarmónica berlinesa: Luis Esnaola y Joaquín Riquelme.
No se escucha con demasiada frecuencia la generosa Serenata op. 8 de Beethoven: partitura escrita en 1796 y compuesta por cinco movimientos, el último de ellos un bello tema con cinco variaciones. Es este Beethoven todavía veinteañero un autor vitalista, luminoso, donde su fuerte temperamento asoma más como energía que como tormenta, que entonces está aún lejos y que asomará pocos años más tarde. La partitura tiene un minueto vivo, que sugiere ya la próxima metamorfosis hacia el impulsivo scherzo típicamente beethoveniano, y un tercer movimiento de cambiante clima, en el que un recurrente adagio se encuentra salpicado con interludios rápidos. Es quizá el sonriente allegretto allá polacca, de contagiosa vitalidad rítmica, el movimiento más pegadizo, el que entusiasma con más facilidad.
Así lo debió entender también el público, que aplaudió con calor su cierre, antes del Tema con variaciones final, que daba cumplida ocasión al lucimiento de los tres instrumentistas: el violinista Daishin Kashimoto, concertino de la formación berlinesa, nuevamente Joaquín Riquelme (el único de los cinco intérpretes de la velada que hizo “pleno”) y el violonchelista Bruno Delepelaire, solista de esa cuerda en la orquesta de la capital alemana.
Magnífica interpretación de los tres, con mención especial para un Kashimoto brillantísimo, poseedor de un sonido precioso, redondo y lleno, preciso en la afinación (Beethoven es siempre un traicionero compromiso en ese aspecto y enseña las costuras con facilidad). El público la recibió con bien justificado entusiasmo. Al final de la primera parte, era fácil llegar a una conclusión: las cosas en la música no suelen suceder por casualidad. Y si la Filarmónica de Berlín suena como los propios ángeles no es por inspiración divina, sino porque cuenta con unos músicos extraordinarios, solistas de altísimo nivel de sus instrumentos. Suena maravillosamente porque quien logra una plaza allí, donde la exigencia, incluida la superación del obligado y largo periodo de prueba, es máxima, lo hace porque tiene un nivel excepcional. Y eso es fácil apreciarlo cuando se escuchan veladas como la de ayer.
La segunda parte la ocupaba una de las mejores creaciones de la historia en el género del Quinteto para piano y cuerdas, el escrito en 1842 por Schumann. Partitura apasionada, redonda, que cuenta con un centro de gravedad curioso en el atípico movimiento lento, en forma de rondó con dos episodios contrastantes. El marcado agitato, dominado por el piano, introduce una tensión muy especial. Vibrante también el scherzo, con dos tríos, y trepidante el Allegro ma non troppo final, construcción magistral que incorpora de manera grandiosa en su tramo final el tema principal del primer movimiento.
Música, en fin, que se encuentra no sólo entre la mejor de lo escrito por Schumann en cuanto a música de cámara, sino que sin duda se erige, junto al op. 34 de Brahms, como una de las cumbres del romanticismo para esta combinación. Y partitura en extremo exigente, para el pianista y para el cuarteto de cuerda. Pero los mimbres eran idóneos, sin duda. A los fenomenales instrumentistas que habían protagonizado la primera parte se unió Javier Perianes, pianista excepcional y músico de exquisita sensibilidad en todos los aspectos, también en el camerístico. El onubense consumó una interpretación sobresaliente junto a sus colegas, con los que el entendimiento fue perfecto en todos los sentidos. El entusiasmo del público que llenaba la sala estaba, nuevamente, más que bien justificado. Una estupenda tarde de música en este Madrid ya navideño. Porque… cuando se juntan los buenos, las cosas suelen salir muy bien. Y los que se juntaron esta tarde eran muy, pero que muy buenos.
Rafael Ortega Basagoiti