MADRID / Pérez Floristán: brillante y libre

Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 15-XI-2022. XXVII Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Juan Pérez Floristán, piano. Obras de Chopin, Liszt, Wagner-Liszt y Schubert.
El tiempo pasa rápido, y parece que fue ayer cuando el joven sevillano Juan Pérez Floristán (Sevilla, 1993) ganaba el Concurso de Santander (2015), comparecía en el ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo (2016), debutaba en el de Grandes Intérpretes (2019) y culminaba, en plena pandemia, una trayectoria meteórica para alzarse con el máximo galardón en el Concurso Rubinstein (2021). Ayer mismo se anunció que recibía el Premio EL Ojo Crítico de Radio Nacional de España. El siempre inquieto pianista andaluz volvió ayer al ciclo de Scherzo, con un programa retador y con su singular perfil lógicamente resaltado.
Gusta Pérez Floristán de las artes escénicas. Se ha preparado en ellas, y se nota. Ya desde su presencia en la sala, es patente su gusto por los parlamentos introductorios (uno antes de cada uno de los bloques del programa, tres, y otro más antes de la única propina ofrecida), que no esconden su entrenamiento en la faceta, que funde con su conocimiento musical. La audiencia recibe con agrado, por lo que pudimos comprobar, las introducciones del artista.
Pese a su juventud, el pianista sevillano tiene ya, qué duda cabe, el marchamo de ser uno de nuestros pianistas más celebrados de una generación pujante y generosa en talento. Posee carisma y personalidad, tiene esa cualidad de enganchar al público con naturalidad, algo que hace también con su presencia mediática, notablemente más visible que la de otros colegas de su generación.
Como pianista luce una técnica excelente, depurada, generadora de un sonido siempre de gran belleza, con poderío en los forte y extrema delicadeza en los piano. Sonido que nos llega servido con excelente anchura dinámica, graduada con inteligencia, y con un empleo justo y mesurado del pedal de resonancia, siempre elemento favorecedor del discurso, nunca de emborronarlo. Su agilidad mecánica es, además, indudable.
Todas estas características se mostraron generosamente ayer, como lo hicieron en las ocasiones anteriores en que hemos podido escucharle y verle. Interpretativamente hablando, también. Y diríase que lo escuchado responde, en buena medida, a algo que leemos, respecto a sus reflexiones musicales, en su propia web: “El Texto siempre está abierto a nuevas posibilidades y horizontes. El compositor nunca acaba de perfilar una obra, simplemente la edita y publica. Editar y publicar no es lo mismo que finalizar. El intérprete solo se enfrente a obras inacabadas, que ni siquiera él mismo puede completar: solo el público, en el concierto en vivo, las completa (por un solo instante).”
Hay, qué duda cabe, un componente de verdad en la afirmación, aunque alguien podría decir, también con razón, que algún extremo (hay quien defiende que, ante determinadas situaciones hay que intentar evitar palabras como ‘siempre’ y ‘nunca’) podría quedar más relativizado.
Hago esta puntualización porque Pérez Floristán, desplegando su brillante y sobresaliente pianismo, tradujo ayer esa reflexión suya con bastante fidelidad. Abrió el programa esa colección realmente especial de breves frescos de variopinta naturaleza que son los 24 Preludios de Chopin, por donde desfilan y se funden dibujos que remedan los Nocturnos, los Estudios o escuetas (los diecisiete compases del séptimo de la serie son un buen ejemplo) fantasías. Y el andaluz presentó ese variado caleidoscopio con las cualidades pianísticas arriba descritas y un notable y generalmente fluido sentido del canto. No rehuyó los riesgos, llevando los pianissimi a extremos en que alguna nota (aislada, desde luego) resultó inaudible, pero con una intensidad sin duda envidiable, y variada y rica expresión. Tomó también libertades de letra, probablemente en consonancia con su propia reflexión antes apuntada, como la culminación en piano del duodécimo preludio (dibujado con un excelente fuoco), para cuya cadencia final aparece en la partitura la indicación ff. Entre esas libertades se incluye también algún adorno tampoco escrito (como en el famoso decimoquinto de la serie), en todo caso siempre muy discreto y no distorsionador. Pudo haber algo más de claridad en alguna articulación (por ejemplo, en la mano izquierda en el tercer preludio, planteado con sobresaliente ligereza de toque).
Pero más allá de todo ello, consiguió momentos de gran belleza, como el hermoso dibujo del decimoséptimo preludio, admirablemente cantado, la rotunda trepidación del siguiente o la ominosa traducción del vigésimo, de estremecedor tramo final. Culminó el andaluz la serie con un arrebatado, tal vez un punto anticipatorio de otras estéticas posteriores (el Rachmaninov que Arturo Reverter apunta en sus notas para el vigesimosegundo), último preludio, sin duda fulgurante.
Traía el segundo bloque dos de las piezas que componen el segundo de los Años de Peregrinaje de Liszt, el dedicado a Italia: Lo Sposalizio e Il Pensieroso, seguidos de una de las transcripciones lisztianas más justamente celebradas, la de la Muerte de Isolda. Lució nuevamente Pérez Floristán su pianismo brillante y su gran capacidad evocadora en Lo Sposalizio, con abrumador poderío (tremendo pasaje de octavas en la mano izquierda) y exquisitamente sugerente final en pianissimo, presentando con grandeza y solemnidad el más breve Il Pensieroso. Impecablemente traducida la Muerte de Isolda, a la que tal vez sólo hubiera podido pedírsele una recreación de más anchura, quizá un punto menos arrebatada, en el clímax.
El tercer y último bloque se dedicó, como indicó el propio Pérez Floristán, a otro viaje, de diferente naturaleza. El de la Wanderer schubertiana, obra de redondo (aunque no tan evidente de primeras) carácter cíclico, y de una intensidad constante, incluso en muchos momentos del Adagio. La partitura, muy probablemente la más exigente desde el punto de vista técnico de cuantas salieron de la pluma de Schubert, nos llegó en una lectura trepidante, llena de tensión y con un canto bien dibujado en el mencionado Adagio, en el que se expone el motivo del lied sobre el que se basa la obra entera.
Vibrantes, extraordinariamente realizados, los dos últimos tiempos, sin que faltara a lo largo de la interpretación algún detalle encuadrado en la libertad de letra apuntada (algún acorde arpegiado en el primer tiempo, algún adorno introducido en el tercero), y con una coda trepidante, poderosa y brillantemente traducida.
El éxito había ido adquiriendo temperatura a lo largo de toda la velada, y se consumó tras esa irresistible coda schubertiana en un clima de gran entusiasmo. Tras repetidas salidas, Pérez Floristán relató una divertida anécdota de Leonskaja tocando la Wanderer como propina en este mismo ciclo hace años, y anunció que él solo daría una, mucho más breve. Así fue: regaló una sugerente, delicada lectura de La muchacha de los cabellos de lino de Debussy, donde la belleza de su sonoridad lució de manera sobresaliente.
Decía Bertrand Chamayou, en una entrevista excelente de Ana García Urcola que hoy mismo publica SCHERZO (aquí), que “para tocar con la intensidad necesaria una obra hacen falta años de vivencia y experiencia”. No le falta razón, sin duda, al francés. Pero desde luego Pérez Floristán, joven pianista brillante y libre, va encontrando su propio camino a un ritmo más que rápido.
Rafael Ortega Basagoiti
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