MADRID / Oxígeno musical para aguardar un nuevo Focus

Madrid. Auditorio Nacional. 2-VI-2023. Josefin Feiler, soprano. Aoife Gibney, soprano. Orquesta y Coro Nacionales de España. Baldur Brönnimann, director. Obras de Falla, Parra, Dukas, Lazkano y Boulez.
Resulta difícil (que disculpen los especialistas en su figura) reconocer a Falla en el Homenaje a Paul Dukas, no solo porque, como recuerdo hacia el compositor francés se acercara a su orografía armónica, también porque a modo de tombeau es un música severa y astringente, ajena a todos los clichés de bravura del gaditano. En este juego de relaciones y guiños entre Francia y España que ha propuesto este año el Festival Focus su escucha era pertinente. Y su modernidad tanta o igual (pese a los más de 80 años que las separan) que la del monodrama Ansío los Alpes (Ich ersehne die Alpen), escrita en 2022 por Hèctor Parra y estreno en España (fue un encargado conjunto de la OCNE y de Staatstheater de Sttugart).
Por su denodada dedicación a la ópera y a la vez por su interés y necesidad de cincelar obras a menudo grandes (en dimensiones orgánicas y temporales) Hèctor Parra es un compositor tremendamente ambicioso. Vuelve a demostrarlo en esta partitura para soprano, gran orquesta y dispositivo electrónico sobre un texto poético y habilidoso dramáticamente de Händl Klaus. Los rasgos obsesivos de una mujer encerrada en una habitación calurosa que observa los Alpes y sueña con alcanzarlos y fundirse con la piedra, con la naturaleza, llevan al músico catalán, radicado en París, a crear una música contrastada con dos mundos antagónicos. El de una orquesta luminosa, que insufla “oxígeno” (al decir del propio autor), que respira mediante texturas diáfanas y una atonalidad lumínica que no obsta ciertas urdimbres arrugadas (la intervención casi constante sobre el arpa del piano persiguiendo una rugosidad que salta en la escucha) y el de la voz de la soprano, ofuscada y empecinada, al borde de la locura. Josefin Feiler fue esa mujer obstinada del texto de Klaus que llenó con su voz de centro amplio y proyección straussiana el Auditorio Nacional. Un instrumento carnoso y operístico, como así es la escritura de Parra, quien pese a una instrumentación más afrancesada mira a Alemania en su pensamiento vocal. A la de hace más de un siglo, a la de Berg, Schreker y Strauss, quienes centellearon en la interpretación de Feiler. La búsqueda de un lirismo romántico es decidida y puede, en algunos pasajes, enrarecer la audición de una música que va por otros derroteros. Pero así ha sido la decisión estética del compositor, como la de arropar con una electrónica sutil todo el armazón, sonoridades crepitantes, en otras ocasiones aladas, que embellecen la página. Al final, la orquesta, ya sola, se enrosca en unas aceleraciones que nos preparan al salto al vacío de la cantante; unos instantes de una efectividad palpitante que fueron aun más subrayados por el notabilísimo hacer de Brönnimann en el podio.
El Festival Focus debería poder permitir al público familiarizarse con batutas especializadas en el repertorio contemporáneo que, de otro modo, no reciben cobijo alguno en las programaciones madrileñas. El concierto que nos ocupa se benefició de la presencia del maestro suizo (fichado recientemente como titular en un inesperado momento de lucidez por parte de una orquesta española, la Real Filharmonia de Galicia), Baldur Brönnimann. Pero este ciclo es también la oportunidad idónea para asomar al Auditorio nombres como los de Peter Rundel, Emilio Pomarico, Lucas Vis, Johannes Kalitzke o Brad Lubman, entre otros. Algo que de momento no parece que vaya a ocurrir. Tras oír una robusta Fanfarria de La Péri, de Dukas, el director realizó una portentosa lectura de Mugarri (2009-10) de Ramon Lazkano. Lo expresamos así porque una obra como esta, de llenos y vacíos, en el sentido escultórico del artista plástico Jorge Oteiza, a quien la música invoca, fue esculpida ante el público por las manos de Brönnimann, quien antes que emborronar gradaciones, capas y aforísticos diálogos instrumentales, los mostró con una fluidez y una desnudez cargadas de un sentido musical que no bajó la guardia. Las vacilaciones tímbricas sopladas y arañadas en las percusiones de parche; la fragmentación en definitiva de una música que, sin rehusar ciertas violencias, se busca y se gusta más en el disimulo encontró una respuesta admirable en los atriles de la Nacional de España, en gran estado asimismo por el quehacer de su titular, David Afkham, y perfectamente atenta al esmero puesto en estas músicas por el director invitado en esta ocasión.
Ni los poemas de René Char ni el hecho de que sea una obra relativamente temprana en su catálogo hacen de Le soleil des eaux (1948), de Pierre Boulez, una música menos opaca. Resultó emocionante escuchar a quien casi nunca se le escucha, y cuyas obras grandes, en España, siguen siendo injustamente desconocidas y, por lo mismo, desapreciadas. Pese a la nitidez de la escritura del francés con una construcción férrea, este díptico de esquinas cubistas por la poda de angulosidades y un tono afirmativo y severo, sigue palpitando en la audición por la violencia que expele, también y al entender de nuestro presente por las encriptadas reivindicaciones ecologistas del texto de Char. Tanto el Coro Nacional de España como la intranquila línea vocal de la soprano, aquí una muy eficiente, de agudos hirientemente boulezianos, Aoife Gibney, colaboraron junto a Brönnimann y al resto de profesores a cerrar un Focus que, como decíamos hace una semana, al fin ha logrado enfocar su objetivo, el de servir de punto de encuentro con músicas de nuestro inmediato presente y de nuestro inmediato pasado.
Ismael G. Cabral