MADRID (ORTVE) / Una cumbre algo resbaladiza

Madrid. Teatro Monumental. 8-XI-2019. Berlioz, Romeo y Julieta. Sophie Koch, mezzosoprano. Yann Beuron, tenor. Cody Quattlebaum, bajo. Orquesta y Coro de Radio Televisión Española. Director: John Axelrod.
Considerada por su autor como sinfonía dramática, Romeo y Julieta es uno de esos imponentes frescos algo híbridos de Hector Berlioz. Híbrido, pues de no ser por su relativa brevedad o por el texto profano, hace suyos rasgos de la ópera, como su amplitud vocal, y del oratorio, con su carácter y carga reflexiva. Una pieza hecha de densas líneas instrumentales y ancho espectro sonoro, con el partido máximo en lo tímbrico que Berlioz sabe extraer de los registros más agudos de los instrumentos graves y de los más graves de los agudos, presentando también sonidos infrecuentes como el del oficleido, entonces de reciente aparición, u otros de regusto un tanto arcaizante. Ello sin hablar de los grandes efectos especiales –y espaciales- comunes a otras obras del autor, y además algo que siempre sorprende: salvo destellos aislados de clarté, de brillo incluso frenético, hay una extraña ausencia de señas de identidad galas, de perfiles neobarrocos, y no es tanto como se ha dicho su anclaje pasado.
Apenas al inicio, en Romeo solo se explota un sugestivo cambio ambiental entre la espera de héroe y los brillantes ecos de la fiesta en la mansión de los Capuleti. En un claro del bosque, entre tantos efectos, se percibe de pronto la voz del oboe del gran Boro Barberá, de rostro acalorado, e instrumentos tan agudos como el piccolo —aquí, Irene Martí—, o bien callan, o enriquecen la agitada textura con apenas un matiz en sus notas bajas.
Concebida para tres solistas, coro y una grandiosa dotación orquestal, la obra requiere tres cantantes bragados, pero cada uno es exigido en aspectos diferentes. La mezzo, respaldada con suavidad por el coro, es recitante de un bello fragmento, declamado por Sophie Koch, algo sobrevalorada como tal y algo sopranil, indefinida; pero, eso sí, con empaque. El tenor comparece en el Scherzo de la Reina Mab, que demanda una respuesta rítmica vivaz unida a una cuadratura absoluta, a lo que Yann Beuron respondió. El bajo Quattlebaum satisfizo en sus frases bien medidas, a veces centrales, y posee ese distintivo musical del buen profesional norteamericano.
El coro de RTVE me agrada más en los latines que aprendimos hace tanto tiempo y en castellano que en un francés pizca borroso, repartido entre unas y otros. De justicia es, empero, reconocer la brillantez y convicción con que rubricaron el arranque de la III parte. Uno de los grandes protagonistas de la noche fue —claro— el director: un bernsteiniano John Axelrod, que es batuta ordenada y gratificante, rotunda cuando era preciso. Y un ejemplo fino: el Cortejo fúnebre de Julieta, con su escritura introductoria, casi toda ella sin el concurso de los primeros violines, fue exprimido con detalles más gratos al tímpano que la final y algo bombástica reconciliación de las dos familias.
Joaquín Martín de Sagarmínaga
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