MADRID / ORTVE: Miaskovsky, Shostakovich y el consuegro de Stalin
Madrid. Teatro Monumental. 1-IV-2022. Ciclo Ecos de la Belle Époque. Javier Albarés, violonchelo. Orquesta Sinfónica RTVE. Director: Pablo González. Obras de Shostakovich y Miaskovsky.
Andréi Aleksándrovich Zhdánov. Un nombre. Un nombre que a la mayoría hoy no nos dice nada o más bien poco. Quizás un nombre que ni siquiera merece recordarse. Fue contemporáneo de muchos compositores rusos de la primera mitad de siglo XX. Zhdánov, el consuegro del dictador Stalin y el ideólogo de las purgas culturales en la Unión Soviética y defensor acérrimo del realismo socialista. Muy pocos recuerdan ya que la ciudad donde nació llevó su nombre desde el día de su muerte en 1948 hasta 1989. Tristemente, el nombre de esa ciudad abunda hoy en los medios de comunicación: Mariúpol. Antes de la invasión rusa de Ucrania a finales del pasado mes de febrero, Mariúpol —la que fuera Zhdánov durante la Unión Soviética— solo la conocían los ucranianos; hoy, las bombas y la catástrofe humanitaria la tienen en boca de muchos europeos.
Zhdánov, el consuegro del dictador comunista, fue quien en febrero de 1948 emitió un decreto acusando de formalistas —con las terribles consecuencias que eso acarreaba— a varios compositores. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera muerto en agosto de 1948? ¿Habría sustituido a Stalin? ¡Quién sabe! El caso es que murió y aún no está muy claro si detrás de su muerte estuvo la mano negra de su propio consuegro. Entre los compositores señalados en el Decreto Zhdánov, se encontraban Miaskovsky y Shostakovich, precisamente los dos compositores que aparecían en el programa del concierto que anoche ofreció la Orquesta Sinfónica RTVE (ORTVE) en el Teatro Monumental de Madrid.
Nikolái Miaskovsky (1881-1950) —que nadie confunda su apellido con el del poeta revolucionario ruso-soviético y protagonista de la novela Prohibido entrar sin pantalones de Juan Bonilla— fue un compositor, tal y como explica Juan Lucas en las notas al programa, muy valorado en las décadas de 1920 y 1930, siendo incluido en la lista de los diez mejores compositores según una encuesta de la cadena estadounidense CBS. En plena Segunda Guerra Mundial, Miaskovsky compuso un concierto para el célebre violonchelista Sviatoslav Knushevitsky (1908-1963), quien lo estrenó en 1945 pocas semanas antes de la capitulación de Alemania. El Concierto para violonchelo en Do menor op. 66 refleja el dramatismo de la guerra y se divide en dos amplios movimientos —Lento ma non troppo y Allegro vivace— que requieren el mayor de los lirismos del violonchelista que los interprete. Y fue precisamente Javier Albarés quien anoche los interpretó con maestría, sensibilidad y mucho lirismo. Albarés demostró que no solo tiene mucho oficio como músico de la orquesta, sino que como violonchelista solista —lo es de la ORTVE desde 2009— sus interpretaciones son de primerísima calidad. Los dedos y el arco de Javier Albarés hicieron que de ese violonchelo salieran sonoridades de cálida expresividad. Las cadencias con dobles cuerdas y pizzicatos fueron estupendas. La orquesta lo acompañó magníficamente bajo la dirección de Pablo González. Cuando la obra se consumió en un agudo pianissimo, el público lo reconoció con el aplauso al que Javier Albarés correspondió con una preciosa propina, el Vals sentimental de Chaikovski, al alimón con algunos maestros de la orquesta que lo acompañaron. Javier Albarés volvió a hacer gala de ese precioso canto lírico que mana de su violonchelo.
Tras la pausa, llegó la Sinfonía nº 7 “Leningrado” en Do mayor op. 60 de Dmitri Shostakovich (1906-1975), una obra dividida en cuatro movimientos —Allegretto, Moderato (poco allegretto), Adagio y Allegro— que dura aproximadamente 80 minutos. Uno se pregunta si esta obra maestra suena así de bien porque Shostakovich así la concibió, pero no nos engañemos: la interpretación de esta sinfonía requiere de una orquesta en plena forma y un director que sepa mantener la tensión y los contrastes para que suene bien. Si Pablo González dirigió el concierto de Miaskovsky para el lucimiento del solista, su dirección de la Séptima de Shostakovich hizo que se luciera la orquesta y que la obra de Shostakovich sonara con toda la variedad de contrastes dinámicos, sonoros y rítmicos. No en vano, le costó sudores, porque sudar lo vimos. Magnífica fue esa extensa y conocida marcha del primer movimiento. Quizás en algunos momentos del Adagio la sección de primeros violines sonó un tanto despareja, pero en conjunto la interpretación de la sinfonía fue, sencillamente, espectacular. Era imposible no mover la cabeza al son de los pasajes rítmicos que salpican esta sinfonía con la que Shostakovich quiso reflejar todas las formas de terror, de esclavitud física y espiritual que caracterizan a cualquier régimen totalitario.
¿Cuáles fueron las intenciones últimas de Miaskovsky y Shostakovich cuando compusieron estas obras? ¡Quién sabe! El caso es que Javier Albarés, Pablo González y la ORTVE nos brindaron la oportunidad de disfrutarlas con todo su esplendor sonoro.
Michael Thallium