MADRID / ORTVE: los parones deslucieron una interesante velada

Madrid. Teatro Monumental. 20-X-2022. Aitor Amilibia, tuxtu y tamboril; Josean Hontoria, acordeón; Yeol Eum Son, piano. Orquesta RTVE. Director: Pablo Urbina. Obras de Félix Ibarrondo, Maurice Ravel, Darius Milhaud y George Gershwin.
Tercera semana de la “Temporada Raíces” de la Orquesta RTVE (ORTVE) y primer concierto de los dos que se ofrecen habitualmente cada semana, esto es, el del jueves. Anoche también fue la primera vez en la temporada que no dirigía el director titular, Pablo González, aunque sí lo hizo otro Pablo como invitado: Pablo Urbina. En el programa, cuatro obras de los siglos XX y XXI: tres de ellas —el Concierto para la mano izquierda en Re mayor de Maurice Ravel, La creación del mundo op. 81a de Darius Milhaud y Un americano en París de George Gershwin— con casi un siglo de historia, y una —En dehors de Felix Ibarrondo—, estreno absoluto. A priori, la noche prometía. Tres solistas: dos vascos, Aitor Amilibia, al tuxtu y tamboril, y Josean Hontoria, al acordeón; y una coreana, Yeol Eum Son, al piano. A posteriori, el encuentro semanal con la ORTVE quedó deslucido por una razón extramusical —la falta de público ya ni la menciono—, pero que uno considera de vital importancia y que los programadores deberían tener en cuenta: la ‘liturgia’ del concierto. Anoche, hubo tres pausas: la oficial del descanso, de 15 minutos, y dos oficiosas excesivamente largas, de unos 10 minutos —la primera, fue incluso más larga que la obra de Ibarrondo, que apenas dura unos 7 minutos—, y que rompieron por completo el ritmo del recital.
Si uno había logrado meterse en la atmósfera musical del Teatro Monumental cuando sonó la primera obra, con la primera pausa oficiosa, regresó uno al mundanal ruido. Y lo mismo ocurrió en la segunda parte después del descanso, con esa pausa oficiosa entre las obras de Milhaud y Gershwin. Es una lástima, porque la ORTVE está en muy buena forma y suena muy bien. Esto tampoco ayudó al director Pablo Urbina, quien tuvo que arrancar y parar, volver a arrancar y volver a parar, como si de una suerte de opereta se tratara. Y mientras, el público esperando. Decía Erich Kleiber que para llegar a ser un buen director de orquesta antes hay que haber dirigido bien mucha opereta… Dice Pablo Urbina en su página web que “dirigir es poder dedicar toda tu vida a hacer que las personas experimenten algunas de las emociones más grandes que el ser humano puede sentir”. No puede uno estar más de acuerdo, pero anoche no fue fácil experimentarlas, no porque su dirección no tuviera buena factura, sino porque uno, con tanto arranque, parada y espera, perdió el hilo musical. Veremos cómo lo resuelven hoy en el segundo concierto, el del viernes, y que también se retransmite por La2.
La velada comenzó con el estreno de En dehors (Hacia afuera), obra del compositor oñatiarra Felix Ibarrondo. En las notas al programa escritas por Martín Llade, el compositor dice de su obra: “La he titulado así porque está fuera de todos los movimientos y tendencias. Es música mía que no tiene que ver con ninguna escuela, y a la que me han llevado los años que llevo componiendo. Por eso puedo decir que, antes que cualquier otra cosa, es una música personal. Yo la describo como una pequeña pieza que, a pesar de la presencia de los dos solistas, no se atiene a la forma concertante tradicional y explora al máximo las posibilidades de ambos”. En dehors está escrita para txistu, tamboril, acordeón y orquesta.
Comienza con el sonido agudo del txistu, a modo de canto ancestral, acompañado del tamboril, al que luego se suman la orquesta y el acordeón. A uno el empleo del txistu le recordó al gagaku japonés (quien lo haya escuchado, entenderá a que me refiero). El acordeón se oyó poco, quizás un poco tapado por la orquesta. La obra se pasó en un suspiro o como las olas que llegan lentamente a la orilla y se deshacen en espumas entre la arena… El público aplaudió y Félix Ibarrondo se acercó en silla de ruedas al frente del patio de butacas para recibir el aplauso del público y él mismo aplaudir a la orquesta. A propósito de unas palabras que aparecen en una entrevista que le hicieron a Ibarrondo hace algún tiempo, en el descanso, uno se acercó a conversar brevemente con el compositor, ya mayor, pero a quien no se le borra el entusiasmo de la cara cuando habla de música. Le recordé sus palabras: “Una vez metido de lleno en la composición, no pienso más ni en evolución ni en avance, sino en vivir y ser, que es lo propio del que se entrega al arte. […] Me interesa el hombre que existe tras el sonido ejecutado por el hombre. Al componer, al interpretar… Si no hay ser humano, estamos hablando de algo diferente a la música”. ¿En qué pensaba Felix Ibarrondo al componer En dehors? Cuando uno se lo preguntó, Ibarrondo respondió que en nada, sólo en escribir nota tras nota, sonido tras sonido: “Mi música no es bella, podría escribir música bella, como el concierto de Ravel… Me alegra que me interpreten, pero no escribo para que me interpreten, escribo para mí, vivo en ello”. Los solistas Aitor Amilibia y Josean Hontoria se convirtieron quizás en esos hombres que existen tras el sonido ejecutado por el hombre.
Después de la “oficiosa” —y larga— pausa para cambiar la disposición de la orquesta, llegó el Concierto para la mano izquierda en Re mayor de Maurice Ravel. “Hay un enorme número de proposiciones empíricas generales que cuentan como ciertas para nosotros. Una de tales es que, si a alguien se le corta un brazo, no le crecerá de nuevo.” La cita es del filósofo y matemático Ludwig Wittgenstein y la recoge, en inglés, el sociólogo y bioético Tom Shakespeare —sí, aún quedan personas con apellidos Shakespeare— en un artículo de la serie In Collection: Disabled Lives dedicado al hermano pianista del filósofo austriaco. Efectivamente, Paul Wittgenstein (1887-1961) perdió el brazo derecho a resultas de un disparo en el codo estando en el frente de Ucrania, durante la Primera Guerra Mundial. Fue capturado por los rusos y enviado a un campo de prisioneros en Omsk, Siberia, donde finalmente le amputaron el brazo. Lejos de llevar una vida de discapacitado, procuró hacer de la carencia una virtud. Eso le llevó a encargar a distintos compositores contemporáneos —quizás más guiado por su prestigio que por el conocimiento de su música— obras para la mano izquierda, entre otros muchos, a Maurice Ravel y a Sergei Prokofiev. Muy sonados son los comentarios negativos de Prokofiev hacia Wittgenstein: “No veo ningún talento especial en su mano izquierda”. Sea como fuere, el caso es que anoche, 60 años después de la muerte de Paul Wittgenstein, pudimos disfrutar de este concierto que Maurice Ravel compuso entre 1929 y 1930.
La pianista Yeol Eum Son demostró su virtuosismo con un sonido potente en la mano izquierda, electrizante en los arpegios y glissandi, aunque hubo pasajes donde la orquesta tapó al piano. La obra de Ravel gustó al público, así como la interpretación de Yoel Eum Son. Si durante el concierto la pianista demostró su fuerza y potencia sonoras, en la propina, el Preludio nº 1 en Do mayor del primer libro de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach, demostró también que tiene ‘mucha mano izquierda’, suave y delicada… por si no ha quedado claro, quiere uno decir que interpretó el popular preludio muy exquisitamente con la mano izquierda.
Tras el descanso llegó el ballet La creación del mundo op. 81a de Darius Milhaud, compuesto en 1923. Dura unos 17 minutos y comienza con un tema de carácter barroco que presenta el saxofón. Poco a poco y de forma originalísima va transformándose en un preludio y fuga jazzístico hasta desembocar en un caótico dixieland. Una obra curiosa y que exige mucho de los músicos de la orquesta, quienes demostraron su profesionalidad y virtuosismo. Consta de una obertura y cinco movimientos sin solución de continuidad: El caos antes de la creación, El nacimiento de la flora y de la fauna, El nacimiento del hombre y de la mujer, El deseo y La primavera, o el apaciguamiento… Todos los músicos lo hicieron estupendamente. Buen sonido del saxofón y muy rítmicos los dos percusionistas durante la interpretación. El violonchelo de Javier Albarés cantó —sí, porque canta como si de una voz humana se tratara— deliciosamente.
Tras la segunda pausa oficiosa, llegó Un americano en París. La obra que George Gershwin compuso en 1928 con el propósito de retratar las impresiones de un visitante americano —él, en este caso— en París mientras deambula por la ciudad, escucha los distintos sonidos de la calle y absorbe el ambiente francés. No va a detenerse uno en describir cómo fue la interpretación de la ORTVE, porque sonó muy bien. Le ha salido a uno una crítica más larga de lo acostumbrado y no quisiéramos que eso, al igual que ocurrió anoche durante el concierto —con tanto arranque, parada y espera— hiciera que quienes hasta aquí hayan leído terminen igualmente cansados. Las críticas que uno escribe tienen también su ‘liturgia’.
Michael Thallium