MADRID / ORTVE: Dios los cría y Janácek los junta
Madrid. Teatro Monumental. 14-X-2022. Gun-Brit Barkmin, soprano. Marie-Luise Dressen, contralto. Ludovit Ludha, tenor. Wojtek Gierlach, bajo. Silvia Márquez Chulilla, órgano. Orquesta y Coro RTVE. Director: Pablo González. Obras de Nuria Núñez y Leos Janácek
El segundo concierto de la segunda semana de la temporada Raíces de la Orquesta y Coro RTVE, es decir, el concierto del viernes —que también se retransmitió en directo por La2—, estuvo desnutrido de público. Uno ya comentó la semana pasada algo parecido al respecto de la falta de público en el concierto inaugural del jueves, así que no ahondaremos en este asunto más allá de hacer el apunte a quienes les competa. Anoche era viernes… Una lástima, porque el concierto estuvo, francamente, muy bien: un estreno absoluto, Enjambres, de la muy premiada compositora jerezana Nuria Núñez —ganadora también del XXXIX Premio Reina Sofía de Composición Musical de la Fundación de Música Ferrer-Salat—, quien la noche anterior había recibido el galardón de manos de la reina emérita Sofía; y una obra maestra, la Misa glagolítica del compositor húngaro Leoš Janácek.
Enjambres es una obra de texturas. Dura unos 18 minutos en los que hay atractivos juegos tímbricos, etéreos, que no llevan a ninguna parte desde el punto de vista formal, pero que transportan a quienes los escuchan a otros mundos sonoros. En las notas al programa, a propósito de esas texturas, la musicóloga Eva Sandoval escribe: “Destaca la múltiple estratificación de la orquesta, con más de treinta líneas o voces simultáneas, así como la intensa utilización de técnicas extendidas, lo que le otorga una riqueza tímbrica muy distintiva a la partitura”. A uno el comienzo de Enjambres le evocó el comienzo de Así habló Zaratustra de Richard Strauss, aunque no porque se parezcan, sino porque ese mundo sonoro fue el que a uno le sugirieron esos etéreos juegos tímbricos y texturas. Pablo González y la orquesta estuvieron finos, tan sugerentes como la partitura: orquesta digna para un digno estreno absoluto. Al final de la interpretación, Nuria Núñez subió al escenario para recibir el reconocimiento del público. Sin embargo, uno ha de decir que Enjambres quedó en un segundo plano tras escuchar la monumental obra que vendría después del descanso.
Los signos, las palabras, hablan. Glagole significa palabra. La Misa glagolítica bien podría llamarse Misa eslava, pero Janácek la tituló así, glagolítica, refiriéndose al antiguo alfabeto eslavo introducido por San Cirilo y San Metodio y que engloba a todos los países del grupo etnolingüístico más grande de Europa. Esta misa, que musicalmente no parece una misa si no fuera por los textos, es una celebración de la cultura eslava.
En 1924, justo el año en que Leos Janácek cumplía 70 años, Max Brod escribió su biografía. Por cierto, Max Brod es un personaje interesantísimo. Gracias a él también conocemos a Kafka, quien murió ese mismo año de tuberculosis, a los 40 años, y cuya obra había pasado absolutamente inadvertida para el público hasta entonces. Fue Max Brod, albacea de Kafka, quien contravino la última voluntad del escritor bohemio de destruir todos sus manuscritos. Así que, si hoy hemos incorporado la palabra ‘kafkiano’ a nuestro vocabulario, se lo debemos a Brod. Como decíamos, Max Brod publicó la biografía de Janácek en 1924 y dos años más tarde, en la primavera de 1926, Janácek comenzó a escribir la Misa glagolítica, que terminó en octubre, a los 72 años, dos antes de fallecer en 1928. Esta misa que, por lo que se refiere a la música y a la orquestación, no parece una misa, es pues una obra de madurez: una obra maestra y poco representada. La versión modelo de esta obra consta de ocho movimientos (I Úvod, II Gospodi pomiluj – Kyrie, III Slava – Gloria, IV Vĕruju – Credo, V Svet – Sanctus, VI Agneče Božij – Agnus Dei, VII Varhany sólo (Postludium) – solo de órgano y VIII Intrada – Éxodo). Sin embargo, intuimos que Pablo González, muy acertadamente en opinión de uno, optó por la versión que se deduce de los manuscritos de Janácek, a saber: que la Intrada se toca al principio y al final de la misa creando un todo simétrico de nueve movimientos con el Vĕruju – Credo en el centro. Lo mejor de la interpretación de esta monumental obra fueron el coro, la orquesta y la organista Silvia Márquez Chulilla, a quien estamos acostumbrados a escuchar más en el repertorio barroco y con el conjunto que dirige desde el año 2000, La Tempestad. Los cantantes solistas estuvieron correctos, pero no deslumbrantes. La soprano Gun-Brit Barkmin, un poco chillona en los agudos; la contralto Marie-Luise Dressel, discreta; el tenor Ludovit Ludha, tuvo momentos buenos, pero su voz, quizás cansada por la edad, corría poco por el auditorio (en su descargo, diremos que la parte del tenor es la más difícil; el bajo Wojtek Gierlach destacó más que los anteriores, con una voz que el crítico musical Arturo Reverter, especialista en el ars canendi, no dudaría en calificar de “agradable y bien redondeada”.
Pablo González dirigió con ritmo, vigor y soltura; la orquesta estuvo, estupenda; Silvia Márquez Chulilla, lo bordó con un virtuoso solo de órgano; y el coro —¡ay el coro! — logró unas sonoridades exquisitas en los pianissimi, unos contrastes potentes, y demostró estar en plena forma. De hecho, al terminar el concierto, uno, que tiende a pegar la oreja, oyó algún comentario el tipo: “Este coro ha mejorado mucho”. Sin duda que algo habrá tenido que ver en ello el director del coro Marco Antonio García de Paz. De hecho, el binomio de estos dos asturianos, Pablo y Marco, parece funcionar de maravilla, lo cual se refleja en la orquesta y el coro. Tanto es así, que uno se atreve a afirmar que Dios los cría y Janácek los junta… ¡Afortunadamente!
Michael Thallium