MADRID / ORCAM, Rodiles y Encinar: esto no es lo de siempre
Madrid. Auditorio Nacional. Orquesta y Coro de la Comuidad de Madrid. Noelia Rodiles, piano. Director: José Ramón Encinar. Obras de Bernstein, Orbón, Buenagu y Villa-Lobos.
No sé si es exagerado postular que esa obra concertante, la Partita nº 4 de Julián Orbón (1925-1991) fue la estrella de este singular concierto en el que José Ramón Encinar y la Orquesta de la Comunidad de Madrid pusieron sonidos a un repertorio desusado. La obra de Orbón es de un dramatismo explícito, con raros momentos líricos, con frecuentes tutti que parecen querer anular al héroe, esto es, a la línea pianística (impresionante, Noelia Rodiles, ahora veremos). Hay una secuencia de temas que tienden al drama, pero no exactamente al pathos. Se diría que se aleja de lo subjetivo para dar una imagen nítida del drama, que no es sino conflicto y crisis que conducen a la catástrofe. El piano es solista y es protagonista, pero se mueve en un paisaje que no siempre le facilita las cosas (la línea), más por la potencia de los efectivos y acaso también por el timbre que por la imposición de métricas o ritmos. Orbón, nacido en Asturias pero con mucha sangre cubana, recibe magisterios e influencias de América, como Copland, pero toda Cuba, tan pequeña, tan enorme, es una influencia.
Las partitas evocan a Juan Sebastián, y así debió en la primera de ellas para el clavecinista Rafael Puyana, que tantas obras de este género ocasionó con sus encargos. La cuarta recorre motivos con el vigor de lo teatral, y esos motivos no siempre se resuelven, porque puede con ellos la fuerza de un relato contado como si fuera una tormenta. La pianista Noelia Rodiles, paisana de Orbón, a quien no pudo conocer porque es ella demasiado joven, defiende esta obra que se mueve entre lo concertante y lo poemático, lo sinfónico y lo virtuosístico. Tengo entendido que para enfrentarse a una partitura así el solista ha de ser un atleta. No parece el caso de Rodiles cuando miras, pero sí se pone en evidencia cuando oyes, aunque sea sin dejar de mirar. La obra de Orbón supone, además de un triunfo al virtuosismo de Rodiles (el virtuosismo parece sencillo, basta con diez horas de trabajado al día y un don artístico que no se aprende, pero que se cultiva), es también una muestra de compromiso con un repertorio que no es el de siempre y que necesita un intérprete para no caer en el olvido, para que los que aman la música no se pierdan una obra como esta Partita de 1985, seis años anterior a la muerte de Orbón, encargo de su discípulo, el director mexicano Eduardo Mata, desaparecido demasiado pronto, en un momento artístico más que prometedor. Noelia Rodiles ha practicado ese especial compromiso, y esta obra excelente debería oírse en otras salas y ciudades. La pianista recibió muy cálidos y duraderos aplausos. Eso le permitió ofrecernos una sorpresa, una obra muy de “nacionalismo español” del compositor avilesino de vocación cubana Benjamín Orbón, que era precisamente el padre de Julián (que nació cuando Benjamín tenía casi cincuenta años). Con ello, con esta pieza sencilla que suena a una suite de danzas y cantos “a lo Granados”, Rodiles dio un toque de sugerencia a lo que acabábamos de escuchar. Y de claro contraste, como diciendo: de ahí viene lo otro, y estos son mis paisanos. Hay que agradecérselo.
Encinar, anterior director de la ORCAM, ante la que estuvo trece años, no se conforma con repertorios habituales. Y arriesga. Programar la obra de Orbón ya sería de agradecer. Pero, además, está la pieza de José Bueangu, que contrasta y hasta diría que se opone a la de Orbón, en su sensualidad, en su preferencia por momentos camerísticos (coro y percusión de láminas, afinada, por ejemplo) en los que el saxo y el corno inglés tienen sus momentos de “parla solista”, y de lucimiento, por qué no. Una hermosa pieza la de Buenagu, por el color y por los guiños y referencias, por su inteligencia y su ironía. El título es autoirónico: Balada Selfie 2, y un selfie, como todos sabemos, es una autofoto que, hoy día, tiene un sentido distinto al de autorretrato, aunque solo sea por su abundancia, fruto de lo sencillo que es a hora todo (¿más ironía?). Un clic. Pero la obra de Buenagu es algo más que clic. Debe de tener algo de autorretrato, en cambio, pero él reduce acaso por pudor la dimensión del lienzo. Buenagu siempre insiste en su edad avanzada, y sin embargo es en esa edad cuando ha dado lo mejor de sí mismo este músico integral, pero ahora como compositor. Balada Selfie 2 es una excelente prueba. La sabiduría de los colores y las intensidades fueron cosa de Encinar, como lo fueron también en el agitado, ágil, agónico comienzo del concierto, con la obertura Candide y esos cinco temas (¿son cinco?) que culminan en lo que en la pieza será el aria de Cunegonde.
Para terminar, toda una secuencia de humores, métricas, incluso colores, incluso “permisos” para el lucimiento de solistas como el saxo (de nuevo): las cuatro primeras Bachianas brasileiras de Villa-Lobos. Y ahí fue el estallido, pero no de dinámicas, sino de musicalidad poderosa, de disfrute de todo un conjunto de su oficio y habilidad, lo que es primera garantía para el disfrute del propio público.
En resumen, por parte de Encinar diríamos: Brillantez en la ejecución, hondura en la expresión de la obra de Orbón, y originalidad en la elección del repertorio.