MADRID / OCNE: Lo exquisito, lo popular y lo romántico
Madrid, Auditorio Nacional. 29-VI-2019. Obras de Apodaka, Bernaola, Guridi y Brahms. Coro y Orquesta Nacional de España. Juanjo Mena, director.
Tres compositores vascos ocupaban la primera parta de este concierto gobernado por el vitoriano –por tanto, también vasco- Juanjo Mena, director asociado de los conjuntos Nacionales y que ha aparecido varias veces en el mismo podio en la presente temporada, que se ha cerrado precisamente con la sesión que ahora comentamos, abierta con la obra estreno del asimismo nacido en Vitoria, en 1990, Daniel Apodaka, ganador en 2017 de la XXVIII edición del Premio Xavier Montsalvatge de Jóvenes Compositores de la Fundación SGAE-CNDM por su obra Riflessi sul Chiaccio. Estamos ante un músico conectado en cierta medida con la estética de un Scelsi o un Sciarrino, amigo de superficies delgadas y transparentes, de los silencios, de la más refinada abstracción.
Características de las que participa asimismo esta nueva composición, Isil para coro y orquesta, aún más exquisita y rumorosa, tenue y delicada, que se mueve casi todo el tiempo –unos 12 minutos- en el terreno de lo prácticamente inaudible, como base musical de un poema del propio compositor redactado en euskera. Traducción: “Un sueño sin sueños/ que transcurre en silencio/ que la noche congele/ el agua cristalina de mi alma”. García del Busto en sus notas al programa llama la atención a uno de los instantes finales, resumidores de la tónica general de la obra, en el que el glockenspiel, el flautín y una soprano en un escalofriante pianísimo, emiten un acorde de la mayor con el añadido de un re extraño aportado por un armónico de violín. Luego un calderón sobre un nuevo silencio y cierre.
Composición etérea, evanescente, difícil de seguir, en la que el silencio y el sonido se confunden de continuo. De fácil elaboración aparentemente, pero alquitarada y calibrada al máximo. Casi imposible percibir todos sus efectos en un audición en una sala tan grande, en la que cualquier tos echa abajo el efecto rarificado. Hay que estar, en efecto, muy atentos a los sutiles armónicos de las cuerdas, a las lejanas notas pedal, a la milagrosa entrada del coro a varias voces, en efecto lumínico sorprendente, a las partes a cappella, a los sobreagudos incandescentes, conseguidos en la atenta interpretación de Mena y la ONE, que continuaron su labor con otra obra para coro y orquesta, Mística de Bernaola, de 1991, para solistas, coro y orquesta sobre poemas de San Juan de la Cruz. Como siempre disfrutamos de los depurados y bien ordenados pentagramas del músico de Oxandiano, sabedor de las técnicas más depuradas de una escritura en la que se emplea un lenguaje heredero del más desnudo Stravinski pasado por el cedazo de la Generación española del 27. Acordes disonantes, armonías limpias, un tono de general oscuridad y gravedad en donde no faltan imitaciones, contrapuntos, aires de marcha y lirismos de altura. Faltan quizá las claridades a las que parece llamar el poema del santo: “sé que toda luz de ella es venida, aunque es de noche”.
Mena y la ONE acometieron luego una pimpante interpretación de las célebres Diez melodías vascas de Guridi, en donde no faltó de nada: idiomatismo, calor, sentido de la danza, efusión, brillantes solos, relieve tímbrico y brío ancestral, como emanación bien organizada de estilizados aromas populares. Hubo delicadeza en la Epitalámica, buen canto en la Amorosa nº 6, recogimiento en la Elegíaca nº 9; pero quizá poca claridad en la demasiado espesa Danza nº 8 y excesiva masificación en la Festiva nº 10. Buen diálogo de dos violines y viola en De Ronda nº 7, cuyo inicio no estuvo ajustado.
Mena acometió la Sinfonía nº 1 de Brahms –partitura que hace unas semanas se avisó que sustituía al Concierto para chelo de Dvorák por indisposición del solista Truls Mork- con un raro apasionamiento, con una intensidad verdaderamente rompedora, atento a todos los matices, vigilando todas las entradas e incluyendo la repetición del primer movimiento que a veces se suprime. Acertó a imprimir el debido tono camerístico al comienzo del desarrollo. Nos pareció que lograba una mejor planificación que la conseguida hace muy pocos días por Leonidas Kavakos al frente de la Sinfónica de Viena en el curso de la temporada de la Filarmónica.
Bien cantado el segundo movimiento, en donde destacó el cálido fraseo de la concertino en esta ocasión, Zoë Beyers, con planos bien distribuidos y general tono recogido. No nos satisfizo tanto el Un poco allegretto e grazioso, que tuvo poco de ambas cosas. Los clarinetes no cantaron dulcemente en el arranque y en el imaginario Trío, tras el contundente cambio de tempo, faltó transparencia y ligereza, lirismo y efusión. Pero Mena retomó los papeles de gran hacedor para construir con tino y buena letra, apoyado en una excelente Nacional, el ciclópeo Adagio-Allegro ma non troppo, ma con brio, abierto con una magnífica introducción bien delineada y expresada, con trompas y trombones muy atentos. Aunque el tejido no nos pareció siempre claro y algún fortísimo fue en exceso rudo y emborronado, no cabe duda de que la doble exposición mantuvo las espadas en alto y que la tensión no decayó ni un instante al tiempo que no se perdieron por lo común las líneas maestras de la composición.
Arturo Reverter