MADRID (OCNE) / Camino de la madurez
Madrid. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). 17-XII-2021. Eduardo Fernández, piano. Orquesta Nacional. Director: Santtu-Matias Rouvali. Obras de Saint-Saëns y Schubert.
El programa de este concierto hubo de modificarse hasta tres veces. Hace una semana combinaba la Sinfonía nº 6 de Schubert con la música de El Rey Cristián II de Sibelius. A última hora esta composición se sustituyó por el Concierto nº 2 de Saint-Saëns, que debía haber sido interpretado el día 10 en una sesión protagonizada por François López-Ferrer —hijo menor del desaparecido Jesús López Cobos— y el pianista Eduardo Fernández, al que se ha repescado visto lo visto para la ocasión que comentamos, una vez anulada aquella cita a consecuencia de la nevada caída en Madrid.
Fernández, que hace unas semanas tocó el Emperador de Beethoven con la Orquesta de la Comunidad y Víctor Pablo Pérez alcanzando resultados encomiables, ha vuelto a mostrar, en una obra que respira curiosas influencias mendelssohnianas, que es un buen artista, un músico fino, que sabe cantar y perlar con finura las teclas. Lo encontramos más a gusto en general que en la obra beethoveniana. Expresa con musicalidad, frasea muy ajustadamente y se deja llevar a veces por la inspiración del momento, aunque en su debe hay que anotar una no siempre exactitud en el ataque y algún que otro indeseable roce, con octavas mejorables, lo que pudo ocasionar pasajeras borrosidades.
En todo caso, nos gustó su elegante manera de moverse en el tan melódico segundo movimiento, alado y ligero, apoyado en una cuerda flexible y cálida, hábilmente manejada por Rouvali. El solista salió con bien de las asechanzas del tercer movimiento, con adornos en su sitio y regaló como bis un fragmento de la Humoreske op. 20 de Schumann. Tuvo el buen apoyo de la Orquesta Nacional, bien balanceada por el movedizo y flexible director, a quien posiblemente le sobra algún que otro gesto innecesario, propio de un espadachín, pero que enfocó con acierto la no demasiado popular Sinfonía nº 6 de Schubert, una obra en la que se deja entrever con frecuencia el espíritu de Rossini.
El joven director finés, que tan buen recuerdo dejara en su primera actuación al frente de la OCNE, maneja con soltura propia de un veterano una batuta firme y elegante, capaz de resaltar planos y de conceder a lo escrito relieves singulares. En esta ocasión supo ver las entretelas de la infrecuente Sinfonía, le dio marcha y aligeró las repeticiones y unos desarrollos un tanto previsibles. Partimos de una bien elaborada introducción en adagio, que nos introdujo en el espíritu acendradamente vienés que después de todo alberga la composición y supo otorgar un carácter meditativo a la sección central del movimiento de salida.
Otorgó encanto al Andante, acentuado con cuidado y levedad. Se detuvo a conciencia en el trío del Scherzo y demostró que sabe modelar y obtener un piano de buena calidad. Relativamente claras las evoluciones de la cuerda en apoyo del tema principal del Allegro moderato y exageradas las libertades dadas al timbal —manejado por el excelente Guillem— para que, con baqueta de caja, buscara una penetración a todas luces inconveniente. No obstante, aplaudimos sin dudarlo la muy buena construcción de los crescendi que animan dinámicamente la partitura, con lo que la música sonó fluida y, pese a las obsesivas repeticiones temáticas, jugosa, directa y convincentemente expresiva. Hubo retenciones estratégicas bien vistas, lo que dotó de contrastes a la lectura. A subrayar los estupendos diálogos de los vientos y el dibujo de la amplia y afirmativa coda.
Arturo Reverter