MADRID / Cabeza y corazón (‘Tristán e Isolda’ por Afkham y la OCNE)

Madrid. Auditorio Nacional. 17-X-2019. Wagner: Tristán e Isolda. Petra Lang (Isolde), Violeta Urmana (Brangäne), Frank van Aken (Tristan), Brindley Sherratt (Marke), Boaz Daniel (Kurwenal), Roman Sadnik (Melot), Roger Padullés (Joven marinero, Pastor), Ángel Rodríguez Torres (Timonel). Director musical: David Afkham. Puesta en escena: Pedro Chamizo.
Desde que David Afkham llegó a la OCNE, impuso dosis de Haydn, Mozart y ópera para pulir el sonido, abrir los oídos y colaborar con cantantes, lo que, según el joven director alemán, obliga a los músicos a estar más atentos y potencia la flexibilidad de la orquesta. Tras explorar con magníficos resultados títulos de formato apropiado a las dimensiones de un concierto (El holandés errante, Elektra, El castillo de Barbazul), y reconocer que la orquesta se encuentra en su mejor momento, esta temporada, ya con plenos poderes como director titular y artístico, se ha lanzado a por todas, programando nada menos que Tristán e Isolda. No es exacto que sea la primera vez que la OCNE interprete la obra íntegra, como se ha leído en diversos medios: ya lo hizo en 1979 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, a las órdenes de su entonces director titular Antoni Ros-Marbà. Los solistas fueron entonces Ute Vinzing, Ruza Baldani, Pentti Perskalo, Manfred Schenk y Thomas Stewart.
El inoportuno teléfono móvil de un cretino (o cretina, hasta en esto debe imperar la igualdad) irrumpió ya en los primeros compases del Preludio. Afkham paró a la orquesta, esperó pacientemente a que cesara el ruido, recuperó la concentración y empezó de nuevo, esta vez sin interrupciones (volvería a sonar un móvil poco antes de la Liebestod). En una reciente entrevista afirmaba Afkham, quien debutaba la obra, que Wagner era una droga, y que por eso hay que tocar con la cabeza, no sólo con el corazón, ya que puedes perder toda la energía en el primer acto. En su versión primeriza hubo más cabeza que corazón. Brilló la capacidad organizativa de Afkham, que se orienta a la perfección en las partituras más complejas y consigue una admirable transparencia de planos y equilibrio entre secciones. El sonido de la ONE, compacto, oscuro, suntuoso, fue de altísima calidad, deslumbrante, con intervenciones especialmente brillantes de las maderas, como en los solos de clarinete bajo y corno inglés. El drama asomó intermitentemente, sobre todo en el excelente segundo acto, tras un primero en exceso cauteloso y contenido, que sólo alcanzó temperatura en la última escena, con la llegada de Tristán. En el tercero faltó hondura en el Preludio (se notó la falta de peso en la cuerda grave con el empleo de únicamente seis contrabajos, en lugar de los ocho habituales) y abandono en el delirio de Tristán. Lo visionario y alucinógeno estuvo más bien ausente. Así, la música disonante que se oye cuando Tristán maldice el filtro, la más avanzada de toda la obra, que anticipa lo que vendrá casi medio siglo después, no sonó todo lo desestabilizadora y chirriante que debe. Hubo momentos sublimes, como el interludio orquestal que sucede a la bebida del filtro en la última escena del primer acto; toda la última escena del segundo, desde el Monólogo de Marke; o la llegada del barco de Isolda a Kareol en el tercero.
Del reparto vocal lo más flojo fue la pareja protagonista (también pasó en el Teatro de la Zarzuela en 1989, como recordarán los melómanos veteranos). Petra Lang, la última Isolda de Bayreuth, sacrifica la nitidez en la dicción y una emisión correcta a la consecución de un gran volumen. La voz suena desenfocada, en ocasiones (no en este Tristán) con un vibrato descontrolado. En el agudo, a menudo calante, tiende a la estridencia. Eso cuando lo da: el si natural sobre “gab er es preis!” en la Narración del primer acto apenas duró un microsegundo. Su canto enfático y extrovertido no siempre casan con la dignidad de Isolda. Su mejor acto fue el tercero. Con voz de Heldentenor antiguo, Frank van Aken, seguramente debutante en el papel (salvo en el primer acto, no se separó de la partitura) estuvo bastante digno en primer y tercer actos. Este último lo defendió con más arrojo que medios, ya mermados. Su incapacidad para las medias voces, para apianar (la voz se vuelve inaudible, literalmente desaparece) le hizo (nos hizo) pasar un mal rato en el dúo de amor del segundo acto, en el que tampoco Lang estuvo fina. Fue una pena, porque Afkham y la ONE les pusieron una cama de lujo. La voz de más calidad de todo el elenco fue la de Violeta Urmana, Brangäne primorosa, de emisión mórbida, voz en punta, dicción impecable y porte señorial. A su lado, Lang parecía la criada. Ambas comenzaron como mezzosprano y dieron el salto a soprano. Urmana, que cantó Isolda en el Teatro Real, ha vuelto a su cuerda original. Lang se mueve entre dos aguas. Por eso sus voces no contrastaban lo suficiente. El bajo inglés Brindley Sherratt protagonizó uno de los momentos estelares de la noche. Con su voz noble, pastosa, homogénea, magnifico legato y variedad de acentos, delineó un Marke exquisito, conmovedor, en un Monólogo memorable en el que Afkham y la ONE brindaron un soberbio acompañamiento, con unas maderas prodigiosas. Oímos un Kurwenal de gran calidad en la voz recia y tonante de Boaz Daniel, encarnación ideal del escudero fiel, no necesariamente un estilista. De entre la corrección de los secundarios, Roman Sadnik (Melot) y Ángel Rodríguez Torres (Timonel), hay que destacar la contribución de Roger Padullés, Marinero de voz grata, matizado, cuidadoso con las gradaciones dinámicas y dicción muy decente. La sección masculina del Coro Nacional brilló en su breve cometido.
La puesta en escena de Pedro Chamizo, con previsibles e ingenuos recursos luminotécnicos (oscuridad en el Preludio, luces blancas y azuladas en los dos primeros actos, rojas para el tercero) y sencillez en el atrezzo (velas en el segundo acto) pretende crear atmósferas de un modo discreto. No estoy seguro de que lo consiga. Tampoco estorba o distrae. Hay que agradecer a la OCNE el loable esfuerzo de incluir el libreto bilingüe en el programa de mano (la traducción al castellano es de Ángel-Fernando Mayo) y de proyectarlo en la sala.
El Tristán e Isolda de Afkham promete. Tiene margen para madurar y pulir su concepción. Esperemos que sea un work in progress y podamos disfrutarlo de nuevo con él en el podio o en el foso.
Miguel Ángel González Barrio
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