MADRID / Notable debut de Krimmel en el ciclo de Lied
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 30-I-2023. XXIX Ciclo de Lied. Konstantin Krimmel, barítono. Ammiel Bushakevitz, piano. Obras de Schumann y Wolf.
Tras participar con el Cuarteto Cosmos en el Liceo de Cámara del pasado año, y protagonizar un excelente Elías de Mendelssohn poco antes de la reciente Navidad, en el ciclo de la Orquesta Nacional, debutaba en el ciclo de Lied el joven barítono alemán Konstantin Krimmel (Ulm, 1993). No escogió el artista un repertorio fácil ni proclive a los efectos o el brillo. Las canciones de Schumann (5 lieder op. 40, Liederkreis op. 39 y Der Einsiedler op. 83/3) y Wolf (Abendbilder IHW 1, Die Nacht IHW 7/19 y Harfenspieler I-III y Anakreons Grab, de los Goethe lieder IHW 10) elegidas se movían en el dramatismo y la introspección, alejadas de directas apelaciones a la atractiva melodía, y más cercanas a la íntima, sentida y honda declamación de una melancolía que parecen teñir casi todas las partituras.
El canto reclamado por tal repertorio, más que un brillo vocal espectacular, reclama del cantante, y del pianista, una paleta de expresión especialmente rica en sutilezas, en la recreación, muchas veces doliente, de un pathos que está, pero que no se hace inmediatamente evidente, una suerte de dolor que hay que sacar sin perder introspección o intimidad, pero también sin caer en el sentimentalismo.
Krimmel posee, y ya lo comentamos con ocasión de su Elías, una voz de noble y grato timbre, no deslumbrante en el color ni el volumen, muy suficiente en la tesitura, y con cuerpo y anchura suficiente como para manejarse en variedad de registros. Si en el oratorio de Mendelssohn tuvo la ocasión de desplegarlos con más generosidad, ahora era un terreno que invitaba a otro acercamiento. Maneja muy bien matices y medias voces y, como señalaba mi compañera Ana García Urcola en su comentario a uno de sus discos recientes dedicado a Liszt, recurre con habilidad (como su formidable compatriota Gerhaher) a medios como la eliminación del vibrato en ciertas ocasiones, lo que sin duda otorga una especial y desnuda crudeza a la expresión.
Tal vez en la búsqueda de esa introspección comentada, se decantó Krimmel por un canto de serena y severa austeridad (incluso en el ademán, en el que apenas realizó movimiento alguno) que pudo resultar excesivo para algunos paladares. Dibujó con íntima sencillez, más que con emocionante ternura, canciones como Muttertraum de Schumann, y con algo más de efusión, pero sin escapar a una general contención, otras como Verratene liebe, que quizá hubiera podido llegar con algo más de pasión.
La contención encontró continuidad en esa especial declamación de las canciones de Wolf, alguna (el segundo de los Abendbilder) de patentes resonancias wagnerianas, con momentos (la última frase del tercero, Stille wird’s im Walde) ofrecida con un delicadísimo y emocionante susurro. Exquisito también el respeto por la indicación ersterbend (muriendo) en el final de la primera de las Harfenspieler.
En cambio, momentos que posiblemente reclamaban mayor contraste y decisión (además del apuntado de Schumann, el clímax de la tercera de los Harfenspieler de Wolf), quedaron quizá cortos en ese aspecto, y en la segunda parte, alguno de los más luminosos números del Liederkreis schumanniano (Die stille, por ejemplo) hubieran podido también llegar con más exaltación.
Globalmente, sin embargo, hay que apreciar la refinada delicadeza expresiva en muchos momentos (basten como ejemplos la última frase de Zwielicht o el nostálgico Der Einsiedler que cerraba el programa), para una interpretación que sin duda ganará con el tiempo en más riqueza en cuanto a contraste y sutileza, que ya son, en todo caso, elementos bien patentes en una interpretación de muy considerable altura.
Acompañó el israelí Ammiel Bushakevitz (Jerusalén, 1986) con resultados algo desiguales. En las canciones de ambos autores el piano goza de episodios de cierta relevancia. Algunos llegaron con acertado matiz, correcta sonoridad y buena adecuación a la expresión del canto (así los antes mencionados Muttertraum de Schumann o Stille wird’s im Walde de Wolf, y también el muy bien delineado final de Mondnacht o la apropiada levedad en Frühlingsnacht, ambos en el Liederkreis). En otros, pareció presentar una sonoridad algo tosca y alejada del matiz prescrito (el ppp demandado en el segundo de los Abendbilder de Wolf, o el primero de los Harfenspieler del mismo autor).
Recital, en todo caso, de muy notable nivel global, que fue calurosamente recibido por el público (que cubrió un excelente aforo) y obtuvo a cambio dos propinas, también schumannianas: Die lotosblume, séptima de las canciones del ciclo Myrthen op. 25, y Die Beiden Grenadiere op. 49/1, en la que Krimmel sí se mostró más decidido y extrovertido. Un cantante cuya evolución habrá que seguir con atención, sin duda.
Rafael Ortega Basagoiti
(Fotos: Rafa Martín / CNDM)
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