MADRID / Noche inglesa de Kanneh-Mason, García Calvo y la Nacional
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 24-XI-2023. Concierto sinfónico 8 de la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España. Director del Coro Nacional de España: Miguel Ángel García Cañamero. Coro de la Comunidad de Madrid. Director del Coro de la CAM: Josep Vila i Casañas. Solistas: Sheku Kanneh-Mason, violonchelo; Sally Matthews, soprano; José Antonio López, barítono. Director: Guillermo García Calvo. Obras de Elgar y Vaughan Williams.
El octavo concierto sinfónico de la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España constituía todo un viaje al Reino Unido. Por los compositores programados, por el joven solista que protagonizaba la primera parte, toda una sensación mediática, y por la también británica soprano que participaba en la segunda. Dos obras nacidas poco antes (la de Vaughan Williams, VW en adelante, para abreviar, escrita entre 1903 y 1909, y estrenada en 1910) y justo después (Elgar, escrita y estrenada en 1919) de la primera conflagración mundial. Como sería esperable, precisamente por su diferente contexto (y sin desdeñar la diferente edad de sus autores en el momento de completarlas: 62 años, Elgar y 37, VW, y sin olvidar, también, que este confesaba rendida admiración por su ilustre y más veterano colega), y también porque sus autores tienen indudablemente sello propio, estamos ante músicas que presentan perspectivas y atmósferas diversas, pese a que comparten elementos (entre ellos la tendencia a una cierta grandilocuencia típicamente postvictoriana).
El Concierto para violonchelo de Elgar nace en un momento en el que su música empieza a considerarse desfasada en muchos círculos (recordemos que, para 1919, el mundo ya ha visto nacer los tres grandes ballets de Stravinsky, la Sinfonía Alpina de Strauss, El Mar de Debussy o el Daphnis de Ravel), y lo hace bajo el impacto terrible de la Primera guerra mundial. No es extraño que la música de este concierto sea, como señala el gran chelista Steven Isserlis, un verdadero “poema del lamento”, con varias excursiones a inesperados pero emotivos recitativos donde el solista expresa con desgarrada intensidad y abierta libertad y fantasía, su hermosa elegía. Música que sufrió los avatares de un desastroso estreno, porque Albert Coates, que dirigía todas las obras del programa de aquel día menos, justamente, esta (que dirigía el propio Elgar), se comió literalmente casi todo el tiempo de ensayo para las obras que él mismo dirigía.
El resultado fue caótico, porque la obra, precisamente por sus cambios y por esas excursiones a los recitativos, es francamente difícil de ajustar con el solista. La crítica llegó a decir que “Probablemente nunca se haya visto a una orquesta tan grande como esta [la Sinfónica de Londres, nada menos] dar una imagen pública tan lamentable”. El pobre solista, Felix Salmond, quedó tan destrozado en su ánimo que, según cuenta Isserlis, poco después emigró a Estados Unidos y, pese a haber estado fuertemente implicado en la composición del Concierto, se negó a tocarlo en público y a enseñarlo a sus alumnos.
El solista de ayer era otro británico, jovencísimo, Sheku Kanneh-Mason (Nottingham, 1999), que había ganado el premio al joven músico del año en 2016, pero que en realidad saltó a la fama por razones (casi) extra musicales: su actuación en la boda del príncipe Harry con Meghan Markle en 2018, por invitación expresa de esta última. Kanneh-Mason, que interpreta en un instrumento de Matteo Goffriller (1700), evidenció ayer un sonido redondo, de gran belleza en el colorido y de generosa amplitud dinámica, con cuerpo, pero no especialmente poderoso en la presencia. Con afinación generalmente plausible, aunque no siempre del todo precisa, es intérprete de gran intensidad expresiva, entregado y con carisma, muy en la línea de una de sus más admiradas figuras: Jacqueline Du Pré, que además fue la gran responsable de la recuperación de este concierto para el repertorio, tras el olvido al que había sido relegado después del fiasco de su estreno. Cantó siempre con emotiva expresión, algo especialmente perceptible en sus recitativos, desde el inicial hasta el que abre la puerta a la afirmativa conclusión de la obra. Articuló con precisión y buena agilidad de arco el allegro molto, en el que desplegó, como también en el allegro ma non troppo del último tiempo, una energía tan intensa como contagiosa, de las que arrastra, con toda lógica, al público.
Su interpretación (sobre el acompañamiento comentaré después) constituyó, sin duda, el gran éxito de la noche, y el público acogió su interpretación con cálido entusiasmo. Respondió el joven británico con una propina atípica en la que él mismo silbaba (de forma más que notable, desde luego) la melodía que acompañaba en el violonchelo. No pude identificarla inicialmente, y Kanneh-Mason no explicó de qué pieza se trataba, pero creo poder apostar, tras haber buceado algo a posteriori, a que era un arreglo de la canción tradicional judía Firn Di Mekhutonim Aheym.
Ocupaba la segunda parte una partitura bien distinta, la Sinfonía Marina, primera de las nueve que firmaría VW. Obra dominada casi de principio a fin por una grandiosa exaltación y solemnidad desde el primer compás, pero que finaliza en un desvanecido pianísimo que deja una sensación interrogadora, misteriosa, hasta un punto inquietante. Esta “metáfora de un viaje a la eternidad”, en palabras del experto en VW, Michael Kennedy, es una partitura de ambiciosas dimensiones en duración (algo más de una hora) y en contingente (dos coros, orquesta completa y soprano y barítono solistas). Inundada de cambios de tempo, se trata de una obra de gran complejidad de texturas, que sin duda requiere un cuidado y minucioso ajuste para su satisfactoria traducción. No era fácil la tarea, tratándose además de obra que no frecuenta los atriles de nuestras orquestas.
El madrileño Guillermo García Calvo (1978) ha tenido una estimable trayectoria de foso en distinguidos teatros, como la Staatsoper vienesa, y ha bebido de fuentes de indiscutible autoridad durante sus breves periodos como asistente de Ivan Fischer y Christian Thielemann. Recientemente se anunció su relevo, tras tres años de labor, como director musical del Teatro de la Zarzuela. Al firmante de estas líneas, en esta primera ocasión en que le escucho, le quedó la impresión de que la conexión con la orquesta no pareció todo lo fluida que debería y que estamos acostumbrados a apreciar, tanto con su director titular como con algunos otros maestros invitados. García Calvo es, sin duda, músico implicado y entregado, pero su gesto, a juzgar por el resultado, no pareció llegar con diáfana claridad a sus destinatarios. Se apreciaron así desajustes de empaste y ataque tanto en el Concierto de Elgar (especialmente, aunque no solo, en el allegro molto; también en el final de la obra, algo confuso) como en la Sinfonía de VW (el allegro del primer tiempo, el pasaje en el tramo final de ese movimiento, sobre las palabras del coro A pennant universal, subtly waving all time, o’er all brave sailors, el poco claro Scherzo, especialmente en un borroso motivo principal, After the sea-ship, after the whistling winds, momentos del molto allegro final). La prestación orquestal, dejando aparte estas consideraciones, fue por lo demás buena, incluyendo las contribuciones, siempre de gran calidad, solistas individuales de violín, viola, oboe, clarinete, flauta, corno inglés o trompeta.
Lo mejor llegó en un más conseguido segundo movimiento, traducido con plausible clima de nocturno, y el final de la obra, un cuádruple pianísimo (pppp) muy bien traducido por la cuerda. Plausible prestación coral, aunque, como la orquestal, no del todo nítida en algunos pasajes, y con ciertos apuros en la zona más alta del registro. Especialmente apreciable el pasaje a capella de sopranos y contraltos en el pasaje With that sad incessant refrain, Wherefore unsatisfied soul? Whither O mocking life?
De los dos solistas vocales, sobresaliente la contribución de José Antonio López, brillante a lo largo y ancho de la obra, ya desde su primera intervención. La británica Sally Matthews ofreció una interpretación discreta, con bastante tendencia a la estridencia en el timbre y un vibrato que distorsionaba de forma palpable la entonación. El público recibió con calor, aunque sin el entusiasmo anterior, la interpretación, con especial reconocimiento (como es habitual) a la participación de los coros. Pero el gran protagonismo de la noche lo había copado, con indiscutibles argumentos, el joven y carismático chelista británico Sheku Kanneh-Mason. Sin duda tiene, cuando aún estudia en la Royal Academy de Londres, una más que prometedora carrera por delante.
Rafael Ortega Basagoiti