MADRID / Neopercusión, hacia un folclor del siglo XXI
Madrid. Auditorio Nacional de Música. 20-VI-2023. Neopercusión. Ciclo Satélites de la OCNE. Obras de Badalo, Von Bingen y Ligeti.
Como un posible reverso de las Folk Songs de Berio, sin ninguna posible relación con esta obra más allá de lo conceptual, así se presentó en este concierto del ciclo Satélites de la OCNE el estreno absoluto de Teselas de un reflejo, de Inés Badalo (1989). Una obra en la que destacó, ante todo, la fuerte impronta de la compositora extremeña, con un lenguaje -a estas alturas tempranas todavía de su trayectoria- razonablemente aquilatado, con múltiples signos de identidad propia. En el mestizaje entre la búsqueda etnológica sonora de su tierra de origen y la hibridación/confusión lógica que en ella se produce con el acervo portugués se encuentra uno de los sentidos creativos más firmes del proceder de Badalo.
Segmentada en cuatro movimientos, el segundo de ellos, Vitrea, alcanzó la mayor cota de sofisticación por medio del empleo de diverso menaje de cristal manipulado e intervenido por los miembros de Neopercusión arremolinados en una mesa de objetos con semblante de laboratorio. No es menos verdad que estas Teselas de un reflejo alzaron más su potencia comunicativa cuando, paradójicamente, más se alejaban de parámetros entendidos como clásicamente musicales. De esta forma la aportación de la voz resultó tanto más interesante cuando se mimetizaba mediante vocalizaciones terrosas y exhalaciones que, por el contrario, al caer en puntuales tentaciones de canto. Si el instante final, con una declamación aturullada (con seguridad, Daniela Vladimirova podría haberse preparado mejor la obra), escamoteó el soberbio apagamiento de las percusiones, hubo en ella pasajes de franca grandeza, como la secuencia coloreada por la vibración motora de las cuerdas de una guitarra o los rítmicos morrones sobre el adufe, los cencerros y el variado instrumental que otorgó un color muy determinado a la partitura.
De la Suite Hildegarda, preparada para percusión y dos mezzosopranos por Jesús Salvador Chapí a partir de Hildegard von Bingen, lo peor que se puede decir de ella es que es un arreglo muy valenciano. Lo mejor, que un grupo de la efervescencia programativa de Neopercusión necesita de obras como esta para aligerar densidades ante ciertos aforos, también es muy útil para acercar los instrumentos de percusión a quienes todavía puedan recelar de ellos como medios expresivos autosuficientes. Con ciertas reminiscencias de Steve Reich y un tono general de minimalismo sacro, la recreación se aboca más a lo lírico que al recogimiento de la mística alemana, pero eso no le hurtó efectividad a tenor de la buena acogida dispensada.
Qué bueno es que un grupo como este pueda seguir poseyendo obras de enorme relevancia poco o nada divulgadas. Fue el caso de la audición, esmerada y convulsa, de Síppal, dobbal, nádihegedüvel (Con silbato, tambor y violín), para mezzo y cuatro percusionistas, obra de György Ligeti (1923-2006) fechada en el año 2000 y, sin embargo, de una lucidez extrema. Empequeñecida quizás por su carácter de obra postrera y menor (no tanto en duración, 25’, ni efectivos) no goza del predicamento de otras icónicas partituras para percusión de grandes nombres de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo posee un espíritu de síntesis extraordinario, ya en la hilarante y endiablada rítmica que restalla en ella, en su regusto de agreste y espasmódico folclor, ya también en guiños/firmas puramente ligetianas (el recurso de las ocarinas cromáticas, tomado del Concierto para violín), la escritura vocal (más sincrética y deudora del Macabre que de las Aventures). Con Juanjo Guillem embravecido frente a la parte más multiplicadora y compleja de la obra, y con el concurso del resto de miembros de Neopercusión (Rafa Gálvez, Nerea Vera y Eusebio Sánchez), será esta una página que merezca hagan crecer aún más si los programadores tienden la necesaria mano. En lo vocal, Marta de Andrés, no sin dificultad, levantó una excelente versión, justa de histrionismo, llevada a lo musical sin perder nunca el acento vitriólico que precisa este universo.
Ismael G. Cabral