MADRID / Nazareth baila la poesía del desamor
Madrid. Teatros del Canal (Sala negra). 24-II-2022. Vive y deja vivir: Die For / Mañana temprano). Músicas en las dos obras: Max Richter, Ryuichi Sakamoto, Mohammad Reza Mortazavi, Ólafur Arnalds, Walter Schumann, Nils Frahm, y Joep Beving. En vídeo: violinista ucraniana en el metro de París. Coreografía, interpretación y dirección escénica: Nazareth Panadero y Michael Strecker. Vídeo: Adolphe Binder y Meritxell. Diseño de luces: Lutz Deppe. Objetos escenográficos: Jakob Nissen. Asesoría de vestuario: Marion Cito.
La bailarina Nazareth Panadero (Madrid, 1955), que tiene a su haber el Premio Nacional de Danza (2014) y la Medalla de Oro de las Bellas Artes (2019), como señeros galardones que reconocen en España su trayectoria, ha estrenado en la sala negra de los Teatros del Canal esta semana una deliciosa obra coreográfica colaborativa hecha al alimón con el bailarín alemán Michael Strecker (Hannover, 1966) y por iniciativa de Adolphe Binter; Strecker la acompaña como partenaire y co-artífice de las piezas; ellos han sido, y de hecho permanecen a día de hoy vinculados al Tanztheater Wuppertal, de Pina Bausch. Panadero llegó allí a la ciudad alemana en 1978 y Strecker en 1997. Pina murió en 2009.
Es difícil fabricar el auténtico sabor amargo del buen teatro, el que conmueve y remueve las ideas del espectador. Panadero y Strecker saben hacerlo, actúan hacia ello y se entregan a una práctica agotadora y por momentos brutal. La ternura también está en algunas cosas y momentos: los zapatos verdes, la canción de Walter Schumann, el juego al viaje de los bufones, los irónicos ecos como respuestas obligadas… Es el hito de la madurez, no sólo como un grado, sino como una condición, tanto de saber quién es el uno y quién es el otro; las sombras se intercambian sobre la superficie del ciclorama como un aviso de fusión anhelada, instintiva. El vídeo es usado ingeniosamente como catalizador y bisagra.
“El pasado caótico; el presente frágil; el futuro dudoso”: este es uno de los primeros parlamentos de Nazareth que funciona como advertencia, primera página de un cuaderno de bitácora muy preciso y estudiado. No hay en los diálogos nada banal sino muchas claves, casi todas las que recorren el espectáculo, un relato no lineal y dramático tejido sobre la tensa intimidad vivencial de una pareja. Dos coreografías que pueden vivir por separado, pero también son una en su tegumento protector. “Cuando entraste salió la alegría”. “Mi puerta está abierta, pero no para ti”. Los símbolos se amontonan (cuchillo, cojín, llave) precipitando una última llamada a permanecer tan unidos como distantes, pero juntos bajo el techo de la ira.
La envolvente percusión del iraní Mohammad Reza Mortazavi, los a veces ambivalentes y tensos ambientes sonoros que establecen Richter, Sakamoto y Ólafur Arnalds, completan una atmósfera ritual y evocativa, ciertamente poética, pero no dulce. El lirismo es tan seco como las vidas que intenta compendiar. La voz del poeta Einar Georg en la pieza “Árbakkinn” (Island Songs) de Arnalds suena a testamento. Pero ¿qué hay detrás de la voz vencida de ese poeta anciano, del piano, del trío de cuerdas? ¿Cómo se enlazan a los destinos imaginarios de Mijail y de Nazareth, pues ella vuelve a ser Nana: es la misma niña de anteriores manifestaciones? Es la danza entonces que emerge con su poder galvanizador y aglutinante para redondearnos el relato. Si un personaje ya estaba insertado en “su propio Monte de los Olivos”, camino de su Gólgota, ahora estas escenas nos lo aclaran: el viaje continúa, y si no hay una salida satisfactoria: hagamos teatro, cedamos a la participación de un ritual donde se iza una bandera: la honestidad.
Resultaría ocioso enfrascarse en aquello peregrino de “las influencias de Pina Bausch”. Ella no es sólo la madre estética, sino que responderla con creatividad y propiedad es parte del interés y el cometido de quienes, durante muchos años, crearon junto a ella; se sabe que el método de trabajo de la coreógrafa de Solingen era muy participativo, contaba con el intérprete no sólo para gestionar la puesta en escena, sino para clarificar su ideario, la ideología interior del proceso y su resultado pactado. Hay un momento en que Nazareth y Michael, muy sutilmente, envuelven el cuerpo del otro en una manta. Y esto, de manera mucho más lúgubre, ya estuvo en “1980”. ¿Es una cita o un recordatorio de que los personajes podrían estar muertos ya cuando comienza la obra y todo es una remembranza? Sumariamente, es de agradecer esta inmersión en tales búsquedas, en las asociaciones que se vuelven puentes a la poesía y refugian de cualquier inclemencia. Cuando estos artistas grabaron a la violinista ucraniana en el metro de París no se podía imaginar que “Vive y deja vivir” se iba a estrenar al mismo tiempo que las bombas caían sobre Kiev. Pensemos en ello.
Roger Salas
(Foto: Pablo Llorente)