MADRID / Navideño festín barroco

Madrid. Auditorio Nacional. 3-XII-2020. Ciclo Universo Barroco del CNDM. Vozes del Ayre. Al Ayre Español. Director y órgano: Eduardo López Banzo. Obras de Torres, Corelli, Seixas e Iribarren.
Quizá porque este año vamos a tener unas Navidades atípicas, contemplamos ahora con una pizca de añoranza cómo se celebraban las ‘entrañables’ fiestas antaño. Es cierto que el sentido de estas es cada vez menos religioso, pero hace trescientos años, cuando la religión —por convicción o por imposición— era el eje sobre el que giraba la vida de las personas, también había lugar para la jarana. Lo recordaba Eduardo López Banzo contando la anécdota de cuando el gentío se agolpaba en la Catedral de Málaga para escuchar los villancicos del maestro de capilla Juan Francés de Iribarren y algunos, en su frenesí, trepaban por las rejas del templo como si fueran hooligans en un estadio de fútbol. A tal extremo llegaba la cosa, que el cabildo catedralicio, después de uno de esos alborotos navideños, tuvo que publicar un edicto pidiendo mesura a los parroquianos para el año siguiente.
Entre las muchas cosas interesantes del concierto (él último del ciclo Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical en este infausto año pandémico) estuvo el comparar la austeridad, dentro de la alegría navideña, con la que José de Torres, maestro de la Real Capilla, componía en la década de los 10 del siglo XVIII y la desmesura jacarandosa con que se mostraba, solo unos años más tarde, el navarro Iribarren, que había sido alumno de Torres en Madrid. Torres caería en desgracia poco después, cuando fue obligado a compartir el magisterio de la Real Capilla con Felipe Falconi. No es descabellado conjeturar que aquella humillación sufrida tuvo bastante que ver con que los reyes (el francés Felipe V y la italiana Isabel de Farnesio) no comulgaban demasiado con el estilo de Torres, anclado todavía en el tradicionalismo español, por más que, poco a poco, fuera introduciendo progresivamente en su música ciertas dosis de los aires italianizantes que soplaban ya en casi toda Europa.
López Banzo comenzó con cuatro villancicos navideños de Torres (Mirad y admirad portentos, De la pobreza a las puertas, Pues el cielo y la tierra y Luciente, vagante estrella; todos ellos, recuperación patrimonial), incrustando una sonata da chiesa de Arcangelo Corelli y una sonata para oboe del portugués Carlos Seixas, y cediendo todo el protagonismo final a Iribarren, del que ofreció un villancico (Cesen desde hoy los profetas) y una jácara (Digo, que no he de cantarla), en ambos casos, también primera interpretación en tiempos modernos. El entusiasmo del público fue de menos a más, porque, como es habitual en la mayor parte de los conciertos de música clásica, el mejor vino se reserva para el final, costumbre esta muy bíblica, desde luego.
Hay que alabar que el Centro Nacional de Difusión Musical patrocinara un proyecto que requería la presencia ni más ni menos que de ocho cantantes (las sopranos María Espada y Lucía Caihuela, la mezzosoprano Sonia Gancedo, los contratenores Gabriel Díaz y Jorge Enrique García, el tenor Víctor Sordo, el barítono Víctor Cruz y el bajo Javier Jiménez Cuevas), además de siete instrumentistas (el oboísta Jacobo Díaz, los violinistas Alexis Aguado y Kepa Artetxe, el violonchelista Guillermo Turina, el contrabajista Xisco Aguiló, el laudista Juan Carlos de Mulder y el propio López Banzo con el órgano portativo). El nivel fue muy elevado en todo momento, si bien forzosamente hay que destacar la labor de una omnímoda María Espada, a la que le da igual lo que le echen, porque de todos los embates sale siempre victoriosa. De la misma manera hay que reconocer que en algunas fases los tempi de López Banzo fueron un tanto célericos (lo cual, claro, complica siempre el desempeño de los cantantes), aunque ese es precisamente el marbete de Al Ayre Español, gracias al cual ocupa hoy un lugar del privilegio entre las formaciones historicistas no solo de España, sino de Europa.