MADRID / Muy notable Liszt de Raúl Canosa

Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 26-V-2022. XX ciclo de jóvenes intérpretes de la Fundación Scherzo. Raúl Canosa, piano. Obras de Schubert y Liszt.
El tercer concierto del ciclo de jóvenes intérpretes de la Fundación Scherzo en este 2022 corría a cargo de Raúl Canosa (Madrid, 1996), con un programa de armas tomar: la Sonata D 960 de Schubert, última de las del compositor vienés, y la Sonata en Si menor de Liszt, probablemente la creación más importante, compleja (y endiabladamente difícil) del período romántico en lo que a la forma sonata se refiere.
Las cancelaciones debidas al covid y, en el caso que nos ocupa, también a la terrible invasión de Ucrania generaron, inesperadamente, una desgraciada coincidencia. El segundo de los conciertos de la serie Arriaga de Ibermúsica, que hubiera debido interpretar la Filarmónica de San Petersburgo con su veterano titular, Yuri Temirkanov, y el joven pianista uzbeko Behzod Abduraimov, el pasado 23 de noviembre, fue primero aplazado y finalmente cancelado y sustituido por otro de la Filarmónica de Varsovia, aún con el mismo pianista previsto, pero que terminó siendo celebrado, infortunadamente, ayer, en la misma fecha y hora que el recital del joven madrileño, en la vecina sala sinfónica. Creo que hay que atribuir, al menos en parte, a tan desgraciada coincidencia, el hecho de que la sala de cámara pareciera menos que mediada.
La última sonata de Schubert no está exenta de dificultades técnicas, especialmente en algunos pasajes del último movimiento. Pero es sobre todo una obra densa, compleja, exigente en la intensa concentración que demanda del intérprete (y del oyente) y en la necesidad de sutileza en el matiz y el canto, porque, aunque con indudable contenido lírico, su música encierra una evidente carga de ominosa tristeza, sombras que deben ser evidenciadas en una interpretación satisfactoria de la misma. El canto inicial parece inocente, pero no lo es, es un canto de una tristeza profunda y resignada, que culmina en el trino tenebroso final en el registro grave. Trino de especial significación porque retorna reiteradamente en el movimiento como un siniestro recuerdo.
Ese drama dibujado en el primer tiempo encuentra una desgarrada prolongación en el segundo, y solo parece encontrar cierto alivio en el más luminoso tercero, apenas un paréntesis tras el que sorprende un último tiempo en el que un canto aparentemente ligero y desenfadado resulta salpicado por episodios de sorprendente intensidad dramática. Obra pues, que puede considerarse casi temiblemente caleidoscópica, con un entramado expresivo especialmente difícil de desentrañar.
Lo es también, por otras razones, la sonata de Liszt, colosal creación cíclica que comparte también (desde el mismo inicio) muchos momentos de atmósfera tenebrosa, pero en la que desfilan otros muchos de la poesía más lírica o del más encendido apasionamiento, y en la que hacen su aparición incluso formas no del todo esperadas como la fuga. Partitura, como tantas de su autor, que demanda una técnica y una precisión mecánica de primera, porque son muchos los pasajes de bravura de gran compromiso (esos pasajes de rotundas octavas no mucho antes del final de la obra), pero también exigente en los matices, que demandan el más sutil ppp y el más contundente fff.
Canosa, ahora discípulo de Achúcarro en Dallas, es un pianista, como quedó ayer en evidencia, con medios técnicos más que considerables e indudable criterio musical, aunque también, lógicamente, está aún en progresión. Capaz de una dinámica ancha y bien graduada, aunque tal vez aún no siempre manejada en todas sus posibilidades, su sonido es lleno y no pierde redondez en la muy evidente contundencia de los imponentes fff que extrajo del Shigeru Kawai empleado, de una presencia casi inesperada en un pianista de físico no tan imponente como su sonoridad. Mostró cierta tendencia al empleo largo del pedal de resonancia, algo que probablemente modulará en el futuro y redundará, indudablemente, en un discurso más claro y fluido.
Su acercamiento schubertiano, de general corrección técnica, no terminó de penetrar en la esencia del Molto moderato inicial, en el que el canto inicial pudo haber tenido (demostró que lo tiene en otros momentos del recital) más sutileza en el pp y más serenidad para conseguir que, como antes se apuntó, asomara la indudable resonancia trágica que encierra. Ese canto, fluido, no consiguió transmitir del todo esa resonancia, tampoco en el desarrollo, en el que el clímax estuvo bien conseguido, no tanto el ppp demandado después, en su tramo último, justo antes de la reexposición. Con pedal más corto, quedó mejor y más nítidamente dibujado el andante sostenuto, de plausible misterio en su inicio y emotiva levedad en el ppp final, este sí muy bien logrado. Movido, pero con adecuada luminosidad y gracia, el Scherzo, incluyendo un trío expuesto con apropiada acentuación. El Allegro ma non troppo pareció bastante ligero en su inicio, pero fue probablemente el movimiento menos logrado de la obra, con algunos momentos de lapsus de ejecución salvados con solvencia, como también lo fue el previsiblemente arrebatado (por condicionado desde el tempo inicial) Presto final.
Canosa evidenció después haber penetrado más y mejor en la esencia de la gran sonata de Liszt. Tuvo adecuado misterio y oscuridad el comienzo, envidiable determinación el Allegro energico, que solo se hubiera beneficiado, como se comentó antes, de un pedal más mesurado, algo aplicable también al muy bien expuesto y adecuadamente solemne pasaje marcado por Liszt como Grandioso. Excelente el episodio dolce con grazia, adecuadamente poético y con un excelente toque leggiero en su porción final, justo antes del retorno del Allegro energico. Estupendo también el Andante sostenuto, muy bien recreados el canto y la expresión, tanto en la parte más lírica como la más apasionada. Sobresaliente también el final de este pasaje, con un retorno del motivo inicial de excelente factura en un ppp que fabricó una envidiable tensión justo antes del comienzo de la fuga, también muy bien planteada. El final de la obra lleva al pianista a los extremos, con reiteradas indicaciones cada vez más exigentes hasta el muy explícito Prestissimo – fuocoso assai. Canosa lo planteó con arrojo y poderío, y con estupenda precisión ejecutora. Admirable el dibujo de la tiniebla final, que se adentra, con más oscuridad, en el misterio del inicio.
Un Liszt, en suma, de muy notable factura, sólidamente construido y muy bien ejecutado, que fue recibido con caluroso entusiasmo por los asistentes. Con simpático desparpajo, explicó Canosa que prolongaría la sesión lisztiana nada menos que con la transcripción que el húngaro realizó de la Muerte de Isolda, expuesta igualmente con una gran sonoridad y más que adecuada tensión dramática. En un clima más desenfadado, el joven madrileño regaló finalmente el Fandanguillo de su amigo (presente en la sala) Carlos Donés.
Rafael Ortega Basagoiti
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