MADRID / Músicas para Eugenia de Montijo: recuperando esplendores de antaño

Madrid. Palacio de Liria. 29-IV-2022. Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero / Fundación Casa de Alba. Eugenia Boix, soprano. La Ritirata (Vïctor Martínez Soto y Pablo Prieto, violines; Miriam Hontana, viola; Josetxu Obregón, violonchelo y director; Ismael Campanero, contrabajo. Obras de Iradier, Taberner, Barbieri y Offenbach.
Dentro del marco de las Jornadas de Zarzuela que organiza la Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero, ha tenido lugar un concierto excepcional en un marco no menos extraordinario: Músicas para Eugenia de Montijo. Ha sido en el Palacio de Liria de Madrid y se ha podido celebrar gracias a la colaboración de la Fundación Casa de Alba. Esta velada ha supuesto un triple descubrimiento. En primer lugar, la recuperación de todo un repertorio inspirado o promovido por la que fuera emperatriz de los Franceses entre 1853 y 1870, antes o después de este periodo; en segundo lugar la divulgación de unas relaciones musicales entre Francia y España enormemente desconocidas, como, por ejemplo, la transformación en zarzuelas de las operetas de Offenbach; y por último, el propio escenario del concierto, el salón de música del palacio, de acústica perfecta y enorme belleza, que esperamos que pueda ser utilizado en más ocasiones como esta, con las lógicas limitaciones que la estructura en cuestión exige.
La figura de Eugenia de Montijo ha tenido que padecer una mirada injusta de la posteridad. Por parte de los franceses, porque no dejaba de ser una extranjera que, además, tuvo que exiliarse con la caída deshonrosa del II Imperio tras la terrible derrota de Sedán. Es curioso que ese periodo fuera tan denostado por quienes, en el fondo, heredaron y se sirvieron de no pocas iniciativas políticas, culturales y sociales de Napoleón III y sus ministros: desde la remodelación completa del centro de París por Haussmann, que le vino de perlas al primer presidente de la III República para la represión de la Comuna, pasando por el propio edificio de la ópera Garnier, del que todos los grandes mandatarios republicanos se sirvieron y utilizaron como escaparate, o también las famosas Exposiciones Universales, que arrancaron y tuvieron varias ediciones bajo el mandato del emperador y continuaron en esa vena bajo la joven República.
En cuanto a la actitud por parte de los españoles respecto a la emperatriz, hay que decir que no fue mucho más benevolente: en un primer momento, porque ya no se la consideraba española; y después, porque, por un proceso de falsa democratización y demagogia, todo lo que suene a aristocracia es desdeñado y rechazado en buena parte de los sectores del ámbito cultural e intelectual de nuestro país. Permítanme decir, desde mi condición absolutamente plebeya y nada afín en ningún sentido a ningún círculo nobiliario, que lo que hay es mucha ignorancia y mucha envidia y muy poco fundamento en muchos casos, y el que nos ocupa es uno de ellos. Así pues, con ocasión del centenario del fallecimiento de Eugenia de Montijo, acaecido en 1920 en las propias estancias de Liria, la Casa de Alba ha organizado una magnífica exposición que, a causa de la pandemia, ha sufrido el retraso consiguiente y que está directamente relacionada con esta idea de la recuperación de las músicas que acompañaron su vida.
Y aunque no se lo crean ustedes., voy por fin al centro del asunto: el concierto. El grupo La Ritirata, cuyo repertorio habitual se centra especialmente en el siglo XVIII, tuvo a bien adelantar el reloj unos cuantos decenios y acompañar a la soprano Eugenia Boix en obras de Iradier, Taberner, Barbieri y Offenbach. Como curiosidad, hay decir que las de este último se cantaron ‘azarzueladas’, es decir, en versión española. La soprano aragonesa —que se presentó de lo más propia, tocada con una preciosa mantilla que dio mucho juego— se enfrentó a una época y estilo que es muy difícil de defender con galanura, porque son partituras que no contienen una gran dificultad en la estructura musical, pero que demandan no poco virtuosismo vocal. Además, hay que ser graciosa y hasta picante, pero nunca vulgar y también muy expresiva, pero nunca ñoña. Vamos, un ejercicio de funambulismo del que salió estupendamente airosa.
Destacó su afinación, unos agudos plenos y muy hermosos y unas agilidades muy bien realizadas. Lástima que una alergia, que le restó homogeneidad en el timbre, nos impidiera disfrutar de la misma brillantez en todos sus registros. Estupenda la idea de unir El arreglito de Iradier con un breve fragmento de la Habanera de Carmen mediante una breve transición tomando los primeros compases del violonchelo, de forma que quedara clara la inspiración (o plagio, si prefieren) de Bizet. No sólo eran famosísimas esas canciones del alavés en el París del momento, sino que hay constancia documental de la presencia de estas Fleurs d’Espagne en la biblioteca del genial francés.
La Ritirata adoptó en esta ocasión la formación de quinteto de cuerda y a ellos se unió el pianista Jesús Campo Ibáñez para interpretar los arreglos de las partituras orquestales, elaborados con gusto y sagacidad por Jorge Magaz. La indiscutible ligereza argumental y en parte también musical de muchas de estas obras, destinadas a un auditorio que buscaba comicidad y diversión, ha hecho que fueran menospreciadas y la mayor parte las veces completamente olvidadas con la misma frivolidad que se les achacaba. No es necesario decir que no se trata de música de primera fila, pero no es difícil encontrar perlas de valor que contienen mucho oficio, buen hacer y en muchas ocasiones, auténtico arte. Los músicos barrocos están acostumbrados a escarbar y bien saben que no todos son Haendel, pero que no por ello merecen la condena eterna. Quizá ese aprendizaje musicológico y musical ha propiciado que La Ritirata y Jesús Campo hayan llevado a cabo un trabajo esmeradísimo con este programa y el resultado es, por tanto, excelente. Desde el delicioso vals Violettes de Émil Waldteufel que abrió el concierto, o el delicado Nocturno de El rey que rabió de Chapí hasta ese curiosísimo estreno de una obra de Barbieri que fue concebida como zarzuela y se debía haber estrenado en la Opéra-Comique, pero que, por avatares explicados en las espléndidas notas al programa de Enrique Mejías, se quedó a mitad de camino.
El título, Ma femme et son nègre —inimaginable hoy día—, dio lugar a no pocas elucubraciones de altos vuelos y elaboradas teorías en los corrillos posteriores. Tuvimos ocasión también de disfrutar de dos obras para violonchelo de Offenbach, en las que el compositor vertió todo su conocimiento y amor por dicho instrumento, del cual era un gran virtuoso y gracias al que se ganó la vida en sus primeros tiempos en París. De hecho, fue en un salón parisino en el que dio un concierto donde conoció a su mujer, Herminia de Alcain, señorita de buena sociedad con orígenes donostiarras, así que la relación con España es directa en su caso. Estas dos Harmonies du soir, entre las que se encontraba la más conocida Les larmes de Jacqueline, fueron interpretadas por el alma mater de La Ritirata, Josetxu Obregón, que sorteó unas dificultades técnicas nada evidentes y nos regaló una interpretación llena de emoción e intensidad. Hay que decir que se trata del Offenbach más íntimo y de estirpe más germano-romántica, con ese carácter que encontraremos de nuevo en su ópera Los cuentos de Hoffmann.
Una mención especial al pianista Jesús Campo, al que no había escuchado nunca y que, para quien suscribe, constituyó un descubrimiento más. Cuando se hace una transcripción orquestal y hay un piano a mano, ya se sabe a quién le va a tocar apechugar más, dicho sea esto con el mayor respeto al trabajo del arreglista que fue, como hemos dicho, fantástico. Campo no sólo realizó un cometido excepcional en dichas transcripciones, sino que fue un acompañante de campanillas para Eugenia Boix en ese precioso Steinway de los años 50 del Palacio y un partenaire perfecto del quinteto de cuerda. Esperamos escucharle a menudo.
Ya sólo cabe decir que fue un evento cuidado al máximo y felicitar a los organizadores, así como al autor de las notas al programa al que he aludido de paso. Enrique Mejías, cuya tesis sobre Offenbach ha sido publicada recientemente, ha llevado a cabo un gran trabajo de síntesis, dada la cantidad de autores y obras, redactando un texto muy instructivo y divulgativo que contiene gran cantidad de información perfectamente organizada y dosificada.
Y disculpen que termine dándoles aún más envidia diciendo que esta fabulosa velada se cerró en los jardines del Palacio de Liria con un vino español ilustradísimo con productos de la Casa de Alba absolutamente deliciosos y en animada charla sobre el gozo que había supuesto el concierto. Y un secreto: hubo un ‘hado padrino’ (igualdad oblige) de nombre Javier, disfrazado de señor con guantes y portando una bandeja, que cuidó de que los músicos fueran los señores en ese marco incomparable y disfrutaran gastronómicamente tanto como los asistentes lo hicimos con su interpretación. Vive l’Empératrice Eugénie!
Ana García Urcola