MADRID / Músicas en honor a Rubens
Madrid. Fundación Carlos de Amberes. 24-IV-2019. Alicia Amo, soprano. Calia Álvarez, viola da gamba. Juan Carlos de Mulder, guitarra y archilaúd. Obras de Hidalgo, Arañés, Vallet, Saman, Boesset, Dowland, Bennet, Castello, Caccini, Merula, Frescobaldi y Monteverdi.
Eduardo Torrico
No puedo confirmar el dato, pero intuyo que la Fundación Carlos de Amberes es la más antigua del mundo (al menos, de las que siguen funcionando como tal). Establecida en 1594 como Hospital de San Andrés de los Flamencos para albergar a los peregrinos que llegaban a la Corte de Madrid desde las antiguas diecisiete provincias de los Países Bajos (entonces, Bélgica, Luxemburgo, Holanda y norte de Francia), en la actualidad promueve todo tipos de actividades relacionadas con el humanismo y la ciencia, entre las cuales se incluye la música clásica. Para conmemorar el 425º aniversario de su instauración, se celebra este año un nuevo festival de música, el cual gira en torno a la figura de Rubens, acaso porque el mayor tesoro de la Fundación es un cuadro de este pintor flamenco, El martirio de San Andrés (1639).
El programa del primer concierto estaba conformado por obras que, por pura cuestión cronológica, pudieron ser escuchadas por Rubens, dividido en tres apartados: España, Países bajos (e Inglaterra) e Italia. Seguramente la distribución de las obras respondía solo a motivos musicales, pero resultaba imposible no relacionarla con la famosa frase que acuñaron los soldados de los tercios de Flandes durante la Guerra de los Treinta Años: “España, mi natura; Italia, mi ventura; Flandes, mi sepultura…”.
La soprano Alicia empezó con el bloque español (mi natura), pero no siguió con el italiano (mi ventura), sino que colocó este al final, consciente de que la obras que figuraban en él son de una belleza difícilmente superable. Los aires jacarandosos de la España del XVII se fueron mezclando con algunas piezas más afectivas, como el anónimo Ay, amargas soledades —texto de Lope de Vega—, que figura en el Cancionero de Turín), o como la ensoñadora La noche tenebrosa de Juan Hidalgo, cantadas por Amo unas con gracia y otras con sentida hondura.
El segundo bloque, el flamenco (mi sepultura), incluía piezas instrumentales y vocales de Nicholas Vallet, René Saman y Antoine Boesset, además de un par de canciones de John Dowland (Flow my tears y Come again, sweet love) y otra de John Bennet (Venus’ bird). Podría chocar la presencia de dos ingleses en este bloque, pero no podemos olvidar que Dowland viajó constantemente por aquella Europa, en unas ocasiones por conveniencia profesional (cuando fue contratado por Henry Cobham, embajador en París ante la Corte francesa) y en otras, por necesidad (cuando hubo de exiliarse por su condición de católico, trabajando ocho largos años para el rey Christian IV de Dinamarca). En francés (la preciosa Herereux séjour de Partinisse de Boesset) o en inglés, también aquí Amo tuvo la oportunidad de exhibir sus magníficas virtudes canoras.
El bloque final, puro Seicento, fue una delicia. Primero, por la venustidad de algunas de las piezas escogidas (Dalla porta d’Oriente y Amarilli, mia bella de Giulio Caccini; Folle è ben che si crede de Tarquinio Merula; Se l’aura spira de Girolamo Frescobaldi o Sì dolce è’l tormento y Quel sguardo sdegnosetto de Claudio Monteverdi), pero también por la extraordinaria labor de Amo y sus acompañantes, Calia Álvarez (viola da gamba) y Juan Carlos de Mulder (guitarra y archilaúd). Estos dos últimos realizaron una muy meritoria adaptación de la Sonata prima de Dario Castello, originalmente compuesta para violín.
Fue una conmovedora velada musical, pero también una excepcional lección de historia, que sirvió para comprobar que, varios siglos antes de ese invento llamado Unión Europea, una buen parte de Europa ya estaba unida gracias a España. Para lo bueno y para lo malo.