MADRID / Música Iridiscente, Expresiva, Reverberante, Desinhibida, Alquímica
Madrid. Auditorio 400 del Museo Reina Sofía. 28-III-2022. Ciclo Series 20/21 del CNDM. Lina Tur Bonet, violín. Obras de Rognoni, Guix, Matteis, Kurtág, Baltzar, Baulies, Saariaho, Vilsmayr, Sotelo, Sánchez-Verdú y Biber.
Lina Tur Bonet es una artista versátil y curiosa. Anoche se acercó al Auditorio 400 del Museo Reina Sofía para ofrecer un amplio y ecléctico programa en el que alternaba diversas danzas, diminuciones y fantasías barrocas de Rognoni, Biber, Vilsmayr, Matteis y Baltzar —de alguna de las cuales ya dejó su impresión en grabaciones discográficas con su ensemble MUSIca ALcheMIca— con otras piezas de creación muy reciente, entre las cuales se incluían dos estrenos absolutos de dos compositores españoles: Five Haikus for Lina (2021), de Josep Maria Guix (Reus, 1967), y De celeste y oro (2021), de Mauricio Sotelo (Madrid, 1961).
En una breve charla previa a la música, Sotelo y la propia Tur Bonet presentaban el programa como un hommage a la fantasía barroca, cuyo carácter improvisto e imaginativo identificaban como un nexo entre el desinhibido imaginario de los violinistas del siglo XVII y lo que están haciendo los compositores actualmente. De ese modo, aunque no lo hicieran explícito, nos estaban diciendo que aquello iba a tratar de cómo “reverbera” ese pasado en nuestro presente —y viceversa—; de sus contrastes, similitudes, diferencias y “resonancias”. Consciente o no, la propia violinista lo dejaba entrever al hablar de las ricas resonancias de la viola d’amore que utilizó para Rognoni, Biber y las dos improvisaciones que abrazaban la primera parte del programa por sus dos extremos: se cree que lo de “d’amore” es porque cuando se ama a alguien, “se resuena” con ese alguien.
Uno de los momentos donde esto pudo escucharse muy claramente fue durante las dos fragmentarias miniaturas de Signs, Games and Messages (1961-2005) de György Kurtág (Lugoj, 1926) —Perpetuum mobile A y The carenza jig— a las que la artista dio vida fugazmente durante la primera mitad del concierto: un “juego” con el pasado y sus “signos” y “mensajes” infinitamente apelativos. Sin embargo, estos mensajes no siempre están claros. Con Kurtág sucede como con Webern, Beckett y otras tantas figuras similares: Kurtág destila el lenguaje. Lo condensa; conserva sólo lo esencial. Por ello, en su música reinan los espacios y los silencios. Pero esos huecos son enormemente expresivos: es ahí donde comienzan a “resonar” las cosas. Por supuesto, no hablo de resonancias acústicas, que también —Francisco Lorenzo conversaba con los compositores allí presentes acerca de la “maravillosa acústica” de la sala—, sino de aquello que se produce dentro de nosotros. Algo de esta misma austeridad “reverberante”, si bien desde una poética diferente, mostraron también las piezas de Guix y Clàudia Baulies (Barcelona, 1994) —Dues imatges d’hivern (2020), en el caso de ella—, ambas inspiradas en unos haikus —un tipo de poemas japoneses, comprometidos, como Kurtág, con decir mucho escribiendo muy poco— que fueron proyectados en una pantalla durante la interpretación, así como en el “iridiscente” Nocturne (1994) de Kaija Saariaho (Helsinki, 1952) y, hacia el final del concierto, en Melancholia (2015) de José María Sánchez-Verdú (Algeciras, 1968), una página que el algecireño dedicó en su día a la violinista.
En la segunda parte del concierto el protagonismo lo tuvo la obra de Sotelo, en cuyo transcurso se fueron alternando regularmente las diferentes danzas de la Partita nº 5 en Sol menor del Artificiosus concentus pro camera (1715) de Vilsmayr. La elección de situarlas juntas en esta segunda parte respondía, por un lado, a un criterio técnico: la scordatura —una técnica que consiste en cambiar la afinación de las cuerdas del violín—, que también era necesaria para Melancholia y para la Passacaglia ‘El Ángel de la Guarda’ (ca. 1674) de Biber con la que Tur Bonet despidió el evento. Pero, por otro lado, el hecho de interpretar ambas piezas de forma simultánea, de corrido y sin espacio para los aplausos, fue una decisión que sin duda “resuena” también con las inquietudes artísticas de ambos, y en particular con las del compositor madrileño, quien, a través del flamenco, no ha hecho otra cosa durante su trayectoria que apelar continuamente a la “memoria”.
Jesús Castañer
Foto: © Elvira Megías / CNDM