MADRID / Música del ‘Seicento’ para agasajar a Caravaggio
Madrid. Palacio Real (Capilla). 13-II-2022. Mariví Blasco, soprano. Robert Cases, tiorba. Obras de Gesualdo, Monteverdi, Caccini, Landi, Frescobaldi, Kaspsberger y Piccinini.
Como prólogo a lo que va a ser su temporada musical 2022, en la que ejercerá de asesor Daniel Muñoz de Julián, Patrimonio Nacional ofreció en la capilla del Palacio Real de Madrid un recital con obras del Seicento a cargo de la soprano Mariví Blasco y del tiorbista Robert Casas. El motivo no era otro que la apertura al público, en el Gabinete de Estucos, del cuadro de Caravaggio Salomé con la cabeza del Bautista. Se trata de la pintura de Michelangelo Merisi mejor conservada de cuantas obras suyas se hallan en España. Había sido restaurada por Rafael Alonso en 2015, pero, por esas cosas de Patrimonio Nacional que resultan a veces difíciles de comprender, no podía ser visitada hasta ahora.
Michelangelo Merisi da Caravaggio nació en Milán en 1571, en un momento en que la península itálica comenzaba a ser lo que fue solo unos años más tarde: el mayor y mejor centro de producción musical del mundo. Claudio Monteverdi nació en 1567 y Carlo Gesualdo da Venosa lo hizo en 1566. La única, y bastante rebuscada, relación de Caravaggio con la música es precisamente Gesualdo. ¿Y por qué? Pues porque ambos llevaron vidas truculentas y se vieron envueltos en horrendos delitos de sangre. Tampoco hay evidencia de que Gesualdo fuera un amante de las artes plásticas o de que siquiera supiera que existía un tal Caravaggio.
No fueron Monteverdi y Gesualdo los únicos en nacer por esos años. De esa generación son también Girolamo Frescobaldi (1583), Giovanni Girolamo Kapsberger (1580), Alessandro Piccinini (1566) o Stefano Landi (1587). Un poco anterior es el genial Giulio Caccini (1551). Con música de todos ellos se conformó el atractivo programa de este concierto, formado por canzonette y piezas instrumentales. Como quiera que Gesualdo no dedicó ni un minuto de su agitada y atribulada vida a este género, a Cases no le quedó más remedio que arreglar uno de sus responsorios, el sexto (para cinco voces), Ecce quomodo moritus justus, que apareció junto a todos esos grandes hits que son tan bien conocidos por los amantes del repertorio seicentístico: Se l’aura spira, Cosi mi disprezzate, Dolcissimo sospiro, Amarilli mia bella, Augellin, Avrilla mia, Sì dolce è il tormento, Quel sguardo sdegnosetto… Es realmente difícil encontrar un ramillete de piezas musicales tan bellas como estas, desde luego.
Blasco y Cases tuvieron que lidiar con la acústica de la capilla del Palacio Real, que si ya es complicada para formaciones vocales o instrumentales más amplias, mucho más resulta para una única voz con el mínimo acompañamiento instrumental de la sutilísima tiorba. Pese a ello, superaron el examen con nota alta y embelesaron a un público que parecía bastante habituado a la pintura que a la música, a tenor de ciertas reacciones que no se suelen dar en salas de conciertos.
Lo he dicho más de una vez, pero lo repetiré todas las que haga falta: la voz de Blasco parece estar hecha ex profeso para cantar Seicento. Y no me refiero solo al panorama nacional, sino también al internacional. No es solo su absoluto dominio de este peculiar idioma, sino su delicadeza canora, su pulcritud en el tratamiento del texto y su fuerza dramática. Cases, más allá de brindarle un perfecto acompañamiento a la cantante, brilló en los intervalos instrumentales, con la Toccata arpeggiata y la Passacaglia de Kapsberger y la Ciaccona de Piccinini. Esperemos que este aperitivo sirva de buen augurio a lo que será la nueva temporada musical de Patrimonio Nacional (el listón quedó bastante alto la pasada).
Eduardo Torrico